Chile y el regreso de la pobreza
Alejandro San Francisco es académico de la Universidad San Sebastián y P. Universidad Católica de Chile, y director de Formación del Instituto Res Publica
Hace mucho tiempo que no se hablaba de la pobreza en Chile, al punto que parecía un tema propio del pasado. El discurso público se fue llenado de otros conceptos relevantes, entre ellos la siempre recurrida desigualdad; por otra parte, el gasto público se concentró en prioridades distintas, como la educación superior gratuita y el crecimiento inorgánico del aparato público, en una tácita creencia en la infinitud de los recursos del país.
Sin embargo, desde un tiempo a esta parte, y sobre todo en los últimos meses, la situación ha comenzado a cambiar. Entre el 2010 y hoy han aumentado considerablemente los campamentos y el número de familias que viven en ellos: de las 26 mil familias que vivían en campamentos en el año del Bicentenario, la cifra prácticamente se ha duplicado. Además, a fines del 2019 numerosas empresas cerraron producto de la violencia que sucedió al estallido social, haciendo que muchas personas perdieran sus fuentes de trabajo. La situación se agravó a partir de marzo, debido a las consecuencias económicas y sociales del coronavirus, y hoy más de un millón de personas ha cambiado su situación laboral, por pérdida de empleo o por acogerse a la ley de protección del mismo.
Sin duda la situación es dramática, y en muchos casos asoma con fuerza la pobreza, gran tema durante todo el siglo XX. En muchos casos hay personas que no podrán salir de esa situación, otros volverán a caer después de haberse integrado de los crecientes sectores medios del país. La palabra hambre –repetida en libros de literatura y de historia– también ha retornado al escenario social y político, amenazadora pero también real, porque la ruptura del círculo virtuoso de crecimiento económico y progreso social es una lamentable realidad. Las perspectivas en el corto plazo anuncian una recesión y mayor pobreza, que se reflejará pronto en los índices respectivos, que venían cayendo sistemáticamente desde el 45% de pobreza en la encuesta Casen de 1987 hasta cifras cercanas al 10% en las décadas siguientes. Por otra parte, los problemas sociales se multiplicarán, serán parte de la discusión política, generarán indudables odiosidades y eventualmente divisiones.
Pienso que la irónica columna de Daniel Matamala en La Tercera (24 de mayo), debe leerse dos veces. Hay cosas que pueden molestar a la primera, pero es necesario repensarla en una segunda mirada, porque tiene elementos valiosos. Termina recordando a Juan Pablo II y su famosa frase “los pobres no pueden esperar”, afirmando que muchos llevan décadas esperando. En el camino, en realidad, muchos habían dejado de ser pobres, por el crecimiento económico del país que hoy no se menciona pero que muchos añoran, y por las políticas públicas adecuadas. Por otra parte, creo que la nueva realidad de estos días no debe llevarnos tanto a un “decálogo del buen pobre” como a definir las condiciones para el progreso social, para que todos puedan salir efectivamente de la pobreza y que nadie se quede atrás, para superar atolladero con trabajo, solidaridad y auténtico sentido de justicia.
Nada de esto ocurrirá por arte de magia. Se requiere un Estado activo y confiable, que use bien los recursos escasos, que no dilapide el dinero de todos, sino que lo use especialmente en quienes más lo necesitan; que ese mismo Estado no siga acumulando grasa, ajuste su tamaño, que disminuya ministerios y programas sin utilidad. Se requiere también promover las condiciones para una recuperación económica pronta, con un sector privado activo y que sea motor de progreso, que genere fuentes de trabajo que permitan a las personas desarrollar sus talentos, servir a la sociedad y ganarse la vida.
El pasado 23 de mayo, los líderes de Convergencia Progresista señalaron que “Chile tiene un prestigio internacional bien ganado en la lucha contra la pobreza. Parte de ello se basa en una focalización adecuada de los recursos, y un sistema de protección social que permite identificar a las personas más vulnerables”. Es una buena señal conceptual para orientar el trabajo, que tiene que sumar una verdadera convicción sobre la necesidad del crecimiento económico, a veces denostado, muchas veces olvidado y que comenzará a ser añorado recordando aquellos días en que permitió progreso social y ayudó a millones de chilenos a salir de la pobreza.
Pero todo eso no basta. La tarea será tan ardua, y se requiere también de una sociedad comprometida, llena de entusiasmo, se diría incluso con mística, para superar esta hora difícil, como lo hacen los pueblos grandes en sus horas de zozobra: con unidad, trabajo y heroísmo.
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