Columna de Héctor Soto: El desvanecimiento

Frente Amplio
Viejos tiempos, el Frente Amplio unido: Gabriel Boric, Giorgio Jackson, Beatriz Sánchez y Vlado Mirosevic.

¿Por qué el Frente Amplio, lejos de fortalecerse, se debilitó? ¿Por qué como fenómeno político duró tan poco y se agotó tan rápido? ¿Cuántas décadas hay que contar hacia atrás en la política chilena para dar con un desgaste parecido?


Si a fines del octubre o noviembre de 2019 se hubiera hecho una encuesta preguntando qué fuerza o partido político iba a capitalizar el descontento de las manifestaciones, posiblemente ocho de cada 10 habrían dicho que el Frente Amplio. Era por lejos el proyecto con más futuro. Era la izquierda nueva, la de los jóvenes, la de la generación más educada jamás vista en la historia del país. Era también la irrupción de una forma de hacer política, conectada al celular, a las redes sociales, a la modernidad, a las compras on line, a la bicicleta o la comida vegana, y que estaba libre de todos los viles compromisos y ataduras de la transición. Y era, en fin, el sector que parecía tener el diagnóstico político más coherente para entender lo que estaba ocurriendo en el país en esas semanas.

¿Qué pasó que todas esas expectativas y promesas se frustraron? ¿Por qué el Frente Amplio, lejos de fortalecerse, se debilitó? ¿Por qué como fenómeno político duró tan poco y se agotó tan rápido? ¿Cuántas décadas hay que contar hacia atrás en la política chilena para dar con un desgaste parecido? ¿Cuántas para encontrar otro despilfarro comparable en términos de aspiraciones y equipos, de liderazgos y talentos?

Por la manera en que han estado evolucionando las cosas, es posible que lo que se vio en las elecciones del 2017 como punto de partida, cuando Beatriz Sánchez obtuvo el 20% de los votos y su coalición eligió a 16 diputados y un senador, era en realidad el punto de llegada. Fue su máximo. Es probable que nunca más el Frente Amplio repita esas marcas. Al menos por ahora, es muy difícil que la coalición pueda hacerlo. Se dividió y subdividió varias veces. Contrajo el virus divisionismo y la radicalización que antes ya había hecho estragos en la política universitaria. En la actualidad, sus cuadros están diezmados por deserciones, conflictos y recriminaciones internas. Y va quedando poco, muy poco, de la épica fundacional.

No es fácil determinar de buenas a primeras qué fue lo que falló. Como en todo orden de cosas, quizás no existe una sola razón capaz de dar cuenta de la totalidad del fenómeno. Nada del proceso de descomposición se explica por un solo error. Tienen que haber sido varios en cadena. La inexperiencia es un problema que cae de cajón cuando las organizaciones son jóvenes. Es muy probable también -porque ocurre siempre en política- que la arrogancia les haya pasado la cuenta; no sería la primera vez que los triunfos envuelven una trampa cuando son demasiado tempranos. Pero ¿no será más bien que fueron la intransigencia y el veto anticipado a cualquier alianza que oliera a negociación o a la construcción de consensos? ¿O fue tal vez la falta de visión y de coraje político para condenar a tiempo un régimen como el de Maduro? ¿Por qué el bloque termina quedando aislado y en una posición tan inconfortable junto al PC?

Es cierto que las dirigencias del Frente Amplio cometieron errores de cálculo cuando pensaron que la centroizquierda se iba a desplomar por dentro, tal como un edificio en ruinas, y que iban a ser ellos los únicos capaces de sostenerse en pie cuando todo el sector se viniera abajo. Tampoco los favoreció la autorreclusión, el ensimismamiento, la falta de verdaderos cables a tierra con el país real, la desidia para hablarle a un público que estuviera algunos metros más allá de la retórica de las asambleas universitarias o de los “papers” académicos en revistas indexadas. También es posible que la indulgencia o manga ancha de muchos dirigentes frente al despliegue de la violencia, antes y después del estallido, haya perjudicado el proyecto. El electorado chileno, después de todo, es mayoritariamente moderado. El tema, sin embargo, es discutible atendida la proporción de ciudadanos que, según las encuestas, no se hace mucho problema con aceptar la violencia como un camino efectivo y hasta lícito para llevar a cabo la acción política.

Luego de que esta semana Convergencia Social designó a Gabriel Boric como candidato presidencial, los observadores ven despejado el camino para que también reciba el respaldo de Revolución Democrática. Es una ironía que estas dos colectividades, para poner fichas en la próxima elección presidencial, tengan que apelar al mismo político que, apartándose del espíritu de manada, se atrevió a firmar por sí solo el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, del cual ambas tiendas prefirieron quedarse al margen. En su momento, Boric recibió muchas críticas. Son las vueltas de la vida. El desafío que tendrá como candidato será enorme. Estas nominaciones no despejarán del todo su horizonte. Queda todavía mucho por clarificar: si sumará más apoyos, si irá directo a primera vuelta, si se la jugará antes en una primaria con otras fuerzas políticas, si logrará reencantar al bloque. Lo único cierto es que la coalición entra a la política testimonial. Porque en la del poder le fue mal.

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