En nombre de ...
Cuando alguien se atribuye ser la voz única y excluyente de Dios, de la patria, del pueblo, de la humanidad, evoco de inmediato a tiranos y criminales masivos. Más aún si lo hace para negarle al resto el ser hijos de Dios, parte de la misma patria, del pueblo o de la humanidad. Reviven así en mí, Pinochet hablando “en nombre de la patria”; cruzados que “en nombre de Dios” asesinaban sarracenos, antecediendo al Estado Islámico que, en nombre de Dios, asesina en Europa y Medio Oriente; también Hitler y Stalin hablando “en nombre del pueblo” mientras reprimían brutalmente a quienes ellos determinaban que no era “pueblo”: judíos alemanes, campesinos rusos, la mayoría del Comité Central del PCUS de los años 30. ¿Recuerdan ese almirante que calificaba de “humanoides” a los chilenos y chilenas que, a su juicio, no merecían ser tratados como seres humanos? Es el paso ideológico que justifica la violación de derechos humanos. No son humanos, no son pueblo, no son patria, no son creyentes en Dios. Son seres inferiores, alimañas, a los que hay que aplastar para bien de los buenos, o sea, de los míos.
Surgieron con la Convención Constituyente, pero van más allá. No tienen aún el poder para actuar plenamente a su gusto, pero anuncian el Chile que se vendrá si llegaran a tenerlo. Se arrogan representación exclusiva de quien sea. Todos los que anatematizan para anular o eliminar a otros, son tiranos o aprendices de tirano, que arropan sus propósitos en consignas como patria, pueblo o Dios, para darle cariz de causa noble a la proscripción, vía difamación, amedrentamiento y después, represión y crimen.
Quizás alguno que usa este recurso no ha caído bien en cuenta de lo que hace. Cuánto alemán afirma no haber sabido de los crímenes de Hitler; cuántos niegan aquellos de Stalin y sus gulags; cuántos en Chile afirman que solo después se enteraron de los crímenes de la dictadura. No digan que nadie se los advirtió.
En democracia, cada ciudadano tiene derecho a un voto. Será un sistema imperfecto, pero es el único en que cada ser, viejo o joven, hombre o mujer, rico o pobre, tiene un poder igualitario para elegir sus representantes. Nadie es superior a otro, ni a la ley por la que fue elegido. Cada constituyente electo es tan respetable como otro, por el hecho de serlo. Nadie puede usurpar “en nombre del pueblo”, ese mandato entregado a los representantes elegidos por todo un pueblo.
Pero el objetivo ha ido cambiando para algunos. Ya no es construir una nueva Constitución entre todos. Es rebasar la ley y excluir. Van empequeñeciendo el número de convocados y aumentando el de los expulsados. ¡Fuera la derecha, también la centroizquierda y los “amarillos”! Todo “en nombre del pueblo”. Si lo logran, demolerán la legitimidad de la Convención Constituyente, harán fracasar el camino democrático al futuro. Del coraje o sumisión de los demás depende.
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