Inédito triunfo de la izquierda en Colombia

Second round of Colombian presidential election
Colombian left-wing presidential candidate Gustavo Petro of the Historic Pact coalition speaks after his victory in the second round of the presidential election, at the Movistar Arena, in Bogota, Colombia June 19, 2022. REUTERS/Vannessa Jimenez

Gustavo Petro será el primer presidente de izquierda de ese país, pero deberá gobernar con un Congreso profundamente fragmentado y sin mayorías claras, que hará inevitable negociar.


El domingo pasado, Gustavo Petro no solo concretó el objetivo que le fue esquivo hace cuatro años, cuando perdió la Presidencia a manos del actual Mandatario colombiano Iván Duque, sino que lideró un hito histórico al llevar por primera vez a la izquierda a la Presidencia de ese país. Lo que hasta hace pocos años parecía imposible en Colombia, por los efectos de cinco décadas de conflicto armado, se volvió factible tras la firma de los acuerdos de paz. Más de 11 millones de colombianos optaron por el candidato del Pacto Histórico, en una elección que marcó, además, una récord de participación. El 58% de los habilitados para sufragar concurrió a las urnas, cuatro puntos más que hace cuatro años. Es el porcentaje más alto de los últimos 30 años y convierte a Petro en el presidente electo que más votos ha recibido en la historia de Colombia.

Pero al margen de los rasgos históricos de lo sucedido el domingo, la elección deja varias señales y complejos desafíos para el futuro gobierno. Por una parte, el hecho de que el rival del candidato del Pacto Histórico fuera una figura ajena a la estructura tradicional de los partidos políticos colombianos y duro crítico del establishment, dan cuenta de un evidente rechazo al statu quo. Los colombianos eligieron entre dos opciones de cambio, sellando, además, la transformación más profunda del mapa político de la historia reciente de ese país. Ganadores y perdedores deberán asumir esta nueva realidad y Gustavo Petro tendrá también que hacerse cargo de que casi la mitad de los electores desconfían de su camino y prefirieron otra opción.

Este último será probablemente el mayor desafío del futuro presidente colombiano: liderar un país profundamente dividido, más aún, cuando busca impulsar la propuesta política más radical de las últimas décadas en Colombia. En ese sentido, constituye una buena señal que en su discurso de triunfo insistiera en que no encarna un cambio que busca venganzas ni “construir más odios” sino “respeto y diálogo”. Como también, que en la segunda parte de su campaña mostrara un discurso más moderado, insistiera en su compromiso con la democracia -uno de los puntos que más preocupa a un sector de la sociedad colombiana- y acercara posiciones con sectores de centro. Sin embargo, desde el 7 de agosto deberá ratificar ese giro retórico con hechos concretos.

Para llevar a cabo su ambicioso plan de gobierno, que contempla, entre otros aspectos, un nuevo pacto fiscal, una reducción del peso de la industria de los hidrocarburos -que le permite hoy a Colombia gozar de autosuficiencia energética-, y una profunda reforma al sistema de pensiones, que termine con los fondos privados, el futuro mandatario deberá estar dispuesto no solo a dialogar, sino también a ceder. Desde luego, no llega con un mandato amplio, sino con el 50,4% de los votos; además, pese a que el Pacto Histórico es la primera fuerza en el Senado (20 escaños) y la segunda en la Cámara (28 escaños), está lejos de la mayoría necesaria para aprobar las reformas. Por ello, estará obligada a negociar en un Congreso fragmentado en 20 colectividades distintas. Eso puede ser garantía de moderación, pero también un riesgo de creciente conflictividad política. De cómo el futuro mandatario enfrente ese dilema dependerá si logra atenuar la legítima incertidumbre que despierta su gobierno.

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