La izquierda revolucionaria
Comunistas queriendo saltarse el acuerdo del 15 de noviembre y los resultados del plebiscito sorprenden. Pero no debe olvidarse que, desde sus orígenes, constan en la izquierda dos tesis: una republicana, que asume la tarea de emancipación dentro del marco institucional, reconociendo incluso la relevancia del mercado; y otra revolucionaria, que entiende la emancipación como un proceso en el que las instituciones fundamentales deben ser superadas.
La época de la Concertación se caracterizó por el predominio de la izquierda republicana. La caída de la Unión Soviética y la renovación socialista significaron una hegemonía de la izquierda moderada y la marginalidad cultural de la tesis revolucionaria.
Esa situación se ha modificado.
La tesis revolucionaria ha recuperado prestigio. A la recuperación contribuye que ella ha sido reformulada en ambientes académicos respetables; que la han asumido organizaciones políticas de universidades destacadas, surgidas con la movilización de 2011; y que se le han hecho ajustes a la tesis: la conquista violenta del poder fue sustituida por la idea de un avance paulatino, que no renuncia, empero, a la dirección y el fin revolucionarios.
El proceso se realiza de dos maneras. De un lado, se prohíbe al mercado (declarado “mundo de Caín”, campo de egoísmo) en áreas enteras de la vida social. Del otro, se promueve la deliberación pública. En ésta solo valen los argumentos que consideren el interés general. Entonces: mediante una deliberación que nos acostumbra a atender al interés general (a ser generosos), y la prohibición de la fuente de la corrupción moral (el mercado), se logra una transformación masiva de las consciencias que nos llevará desde un mundo egoísta a un mundo de la generosidad.
La tesis tiene dos problemas (para el detalle, remito a mi libro: Razón bruta revolucionaria). Primero, no repara en la importancia de un mercado ordenado como factor de división del poder social. Si se prohíbe al mercado, entonces el Estado concentra el poder político y el económico; quien gobierna y quien emplea coinciden, y la libertad y la posibilidad de disentir quedan severamente amenazadas.
Segundo, la deliberación pública no conduce necesariamente a la plenitud. Ella admite solo argumentos plausibles ante la generalidad de las miradas del público. Es hostil a lo singular, lo nuevo, a lo que se aparte de “lo que se dice” o de “lo políticamente correcto”. Uno de los intelectuales tras la nueva versión de la tesis revolucionaria ha llegado a decir que en la deliberación incluso el “escéptico” -quien duda de la verdad “en alguna cuestión” discutida- es “inaceptable”.
La concentración del poder por la que aboga la tesis revolucionaria actual y el tipo generalizante de verdad que ella promueve, la vuelven difícilmente compatible con el respeto a la libertad y la diversidad propias de democracias republicanas.
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