Plebiscito, ¿un oasis de participación electoral?
Por María Jaraquemada, Directora de Incidencia de Espacio Público
El domingo se realizaron primarias en las 16 regiones del país, en algunos casos para seleccionar a candidatas/os a gobernadores regionales –una primicia y novedad en nuestra institucionalidad regional-, o a alcaldes/as y, en menos casos, a ambos.
A diferencia de lo que ocurrió con el plebiscito constitucional del 25 de octubre, la participación electoral fue escasa, de un poco menos de un 3% de las personas habilitadas para votar y con ciertas dificultades para constituir mesas –algunas nunca lo hicieron, impidiendo a algunas personas votar, incluyendo al presidente de un partido-, por la falta de asistencia de vocales.
¿Implica esto un fracaso total del instrumento de las primarias? ¿Se trata de un derroche innecesario de recursos públicos, como plantean algunos?
En primer lugar, hay que considerar que salvo por una coalición, no todos los pactos presentaron candidatas/os al cargo de gobernador regional para ser electos por primarias. En el caso de los municipios, el número fue menor aún, abarcando en total alrededor de un 10% del total.
En segundo lugar, lo que acá se decidía era algo muy distinto al plebiscito, que de hecho fue una excepción en nuestra constante caída en la participación electoral que, desde que se implementó el voto voluntario, ha estado por debajo del 50% -salvo por el plebiscito- y donde la más baja coincidió con las elecciones municipales del 2016 con un deprimente 35% de participación.
Por otra parte, todo indica que en el plebiscito el aumento en la participación se habría dado por una mayor asistencia de personas jóvenes, los que suelen ser el grupo de mayor abstención en elecciones de cargos de elección popular y que, excepcionalmente, se vieron convocados a decidir si querían o no una nueva Constitución.
Tal como señalaba el mensaje del proyecto de ley que dio origen a las primarias legales en nuestro país, con una medida aislada no se superaría la crisis de confianza en las instituciones políticas que, con los años se ha profundizado. Es por esto que creer que veríamos un entusiasmo similar en las primarias que en el plebiscito, es un error, por su cobertura nacional, por lo que estaba en juego y porque el 2% de confianza en los partidos (según la CEP de diciembre de 2019), sigue pesando en este tipo de elecciones.
Volviendo a la pregunta que hacía al inicio de la columna, ¿debiéramos, entonces, dejar de lado las primarias por el poco entusiasmo que generan? A mi juicio, no. La pregunta es cómo lograr que efectivamente las personas, especialmente aquellas que no militan –un 96% del padrón-, sientan que de verdad pueden decidir entre opciones diversas a quiénes competirán por estos cargos de elección popular. Si solo se trata de un instrumento para resolver conflictos entre partidos de un pacto, sin duda que una participación cercana al número de personas que militan, no es bajo, pero claramente no cumplen con su objetivo original: por una parte oxigenar la política y dotar de mayor legitimidad a los partidos y, como consecuencia, contar con una mejor democracia.
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