Realidad al fin

Chile's President Gabriel Boric poses for the media after a family picture alongside new cabinet ministers in Santiago
Chile's President Gabriel Boric poses for the media after a family picture alongside new cabinet ministers at government house in Santiago, Chile March 12, 2022. REUTERS/Ivan Alvarado

Es, sin duda, una de las generaciones políticas más exitosas de la historia reciente. Hace apenas una década se estrenaba encabezando un movimiento estudiantil que remeció las bases del Chile construido desde 1990. Eran los hijos de la Concertación, criados en un país sin los rigores de la dictadura y con las bondades de la modernización capitalista. Profundamente críticos frente a una transición “en la medida de lo posible”, fueron madurando un proyecto de transformaciones que terminó por cristalizar gracias al impensado apalancamiento del estallido social. Con ese umbral de fondo, terminaron de convencer a una mayoría ciudadana de la necesidad de iniciar un proceso constituyente y conquistar el gobierno.

El viernes, uno de los jóvenes líderes de esta epopeya se terció la banda presidencial y varios de sus emblemáticos compañeros de lucha asumieron cargos en su gabinete. Fue la coronación de un proyecto basado en un diagnóstico implacable respecto al Chile de las últimas décadas, y en una oferta de cambios sustantivos. Ambos cursos de acción -proceso constituyente y gobierno transformador- son ahora parte de una misma realidad.

En simple, se acabó la zona de confort sostenida en la crítica a lo que hicieron otros y el tiempo de las promesas en el aire. Ahora los chilenos podrán evaluar realidades y resultados en materia de gestión sectorial y política. Del mismo modo que ellos frente a las administraciones de Aylwin, Frei y Lagos, de Bachelet o Piñera, serán juzgados no en función de lo que pudieron haber hecho en condiciones ideales, sino de lo que materializaron en las actuales circunstancias. Desde este momento, el gobierno de Boric será puesto al fin en la balanza de los hechos. Se acabaron las críticas desde la galería, el hemiciclo o la calle; y con el mismo rigor utilizado por esta generación en su mirada al pasado, los chilenos podremos contrastar cuánto crece la economía, cuánto disminuye la pobreza, cuánto mejoran o empeoran la calidad de vida y el bienestar de la población durante este periodo.

Porque, al fin, tendremos a nuestra disposición realidades y no palabras, logros y no sueños, resultados y no expectativas. Asumir las más altas responsabilidades públicas, tener la posibilidad de gobernar un país y finalmente estar obligados a dar cuenta de sus actos será también una manera de entrar en la adultez política; de dejar atrás la crítica hecha desde la comodidad de la asamblea, y no tener ya excusas ni justificaciones frente a los resultados propios.

La crítica al pasado, a lo que otros hicieron antes, es legítima, pero también es muy fácil. Elaborar una propuesta de cambios y construir un proyecto político que concite el respaldo mayoritario es un logro admirable. Pero implementarlo y tener luego que hacerse cargo de sus consecuencias es, al final, lo único que importa en política. Ese es el desafío que Gabriel Boric y la generación que lo acompaña enfrentan desde mañana.

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