Recalcitrantes


Hugo Herrera, Profesor titular de la Facultad de Derecho UDP

Hay un grupo fáctico que aún hace financiamiento irregular de la política. ¿Cuántos miembros, por ejemplo, de Libertad y Desarrollo van de candidatos a constituyentes? ¿Con qué dineros? Y ¿quién financia a Sichel, el candidato sin partido? Son una banda sobrerrepresentada. Compárese la cantidad de columnistas de aquel “think tank” y la de cualquier otro grupo en la prensa. Por décadas esa facticidad recalcitrante -trenza ideológico-económica y de clase- ha esclerosado las capacidades de comprensión de la derecha. Para dudas, puede verse el estudio del COES, donde se advierten resultados: la visión desarraigada de la realidad concreta del pequeño mundo de los empresarios partisanos y su comparsa.

Empresarios hay en todos lados y son parte fundamental de una sociedad vigorosa y libre. En Chile, sin embargo, producto de ciertas coyunturas históricas, parte del empresariado se abanderizó con una idea peculiar de neoliberalismo setentero. Entonces ocurren fenómenos como estos: financiamiento irregular persistente de la política; una pequeña casta desentendida de los problemas nacionales; un sistema donde parte importante de la derecha está permeada por los intereses de clase; un Presidente cuyo economicismo está haciendo estallar al país y las AFP.

Pasa que en política o bien se tiene un interés de clase o bien interés nacional. Tan dañino como el partisano de izquierda, que con sorna se piensa astuto al descreer de toda posibilidad de entendimiento con los ricos, es el capitalista cuyo criterio perenne son los balances y el enriquecimiento propio. Ambos son correlatos funcionales. La existencia de aquel depende de la existencia de éste y viceversa.

En ambos casos se excluye a un otro; en ambos se deja de tener a la vista el interés nacional. ¿Qué posibilidades de colaborar, acordar de buena fe, desplegar las fuerzas materiales y espirituales del país hay a partir de esas actitudes excluyentes?

La pregunta no es especulativa. En los próximos meses debemos enfrentar dos tareas decisivas: producir una nueva Constitución y plantear grandes reformas, en institucionalidad territorial, salud, pensiones, educación y productividad. Sin ellas, el país no saldrá del estancamiento económico, político y espiritual en el que se halla. Para que esas tareas logren llevarse a cabo, es menester contar con mayorías bien dispuestas a confiar en los otros; a confiar porque se comparte una idea de país, una noción de interés nacional común.

El predominio del partisanismo izquierdista y derechista podría sumirnos en lustros de decadencia intensificada. La historia nos da un ejemplo palmario y preocupante: la Crisis del Centenario, que duró desde los años diez hasta los treinta. La irresponsabilidad de los recalcitrantes, el gusto por la cómoda trinchera, podría llevarnos a un capítulo aciago de nuestra Crisis del Bicentenario.

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