¿Un ciclo inevitable de ocaso de la democracia?

Russian President Vladimir Putin gestures as he delivers his speech during a plenary session at the Eastern Economic Forum in Vladivostok, Russia, Friday, Sept. 3, 2021. The annual forum is intended to showcase Russian achievements and attract investors. (AP Photo/Alexander Zemlianichenko, Pool)

Por Boris Yopo H. / Sociólogo, analista internacional y exembajador.

Ingenua fue la visión de tantos teóricos de la globalización, que dos décadas atrás pronosticaron una expansión universal de la democracia, como resultado de la prosperidad global que traerían las reformas económicas basadas en el ya conocido “Consenso de Washington”. Lo cierto es que, como lo consignó un informe de la prestigiosa revista “The Economist”, hoy son pocos los países en el mundo que califican como “democracias plenas”, y más bien lo que se observa, es un auge de fuerzas autoritarias y neofascistas, que han cobrado creciente fuerza en diversas latitudes, incluyendo el mundo desarrollado.

Hace años atrás, habría sido impensable que alguien como Trump hubiese gobernado en la principal democracia del mundo, mientras en Europa la extrema derecha ya gobierna en varios países de Europa del Este. Y otras potencias regionales como Rusia, Turquía o Egipto, ya están en manos de líderes autoritarios. Mientras América Latina vive el mismo fenómeno, con los casos de Bolsonaro en Brasil, Bukele en El Salvador, Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua, o Keiko Fujimori, que estuvo al borde del triunfo en Perú.

Ahora, si bien los factores locales son esenciales para entender estos retrocesos a formas autocráticas y autoritarias de gobierno, existe también un sustrato tanto económico como cultural que subyace a estos procesos de regresión autoritarios. Hace ya varios años, intelectuales lúcidos comenzaron a hablar de un “lado oscuro de la globalización”, para graficar el malestar que se estaba incubando en diversas sociedades como resultado de un proceso que ha generado dinamismo y riqueza para algunos, pero que también ha dejado a muchos “perdedores” y ha incrementado la precariedad en el camino. Ya en el 2012, el Foro Económico Mundial en su informe sobre “Riesgos Globales” señalaba a la creciente desigualdad social como un factor altamente desestabilizador, que amenazaba con “dar vuelta los avances conseguidos con la globalización, y provocar la emergencia de una nueva clase de Estados críticamente frágiles”.

Y lo que hemos visto precisamente en este último tiempo, es la reacción de esos “perdedores”, que en muchas partes parecen ser los mismos: clases medias empobrecidas, jóvenes, y sectores obreros que antes votaban por partidos de izquierda y progresistas, y que hoy votan por diversos populismos autoritarios que usualmente buscan “blancos fáciles” para explicar el retroceso en las condiciones de vida que han experimentado estos grupos. El blanco preferido son los inmigrantes y trabajadores extranjeros, y la supuesta “competencia desleal” que vendría de la “mano de obra barata”. Y aprovechando la corrupción a gran escala que se verifica en diversas latitudes, estos liderazgos autoritarios (como siempre) prometen “barrer” con esas prácticas, cuando usualmente han sido parte de las mismas, como se puede ver, por ejemplo, en el caso italiano con el partido Liga, los nuevos oligarcas en Rusia, el fujimorismo en Perú, o el enriquecimiento de Ortega en Nicaragua.

Lo cierto es que por primera vez desde la post-II Guerra, hay en el mundo occidental generaciones nuevas cuyo horizonte se ve peor que la de sus padres, y esto pone a prueba como nunca, la solidez de la democracia y sus instituciones. Este es el reclamo que se escucha en Europa hoy, pero también en otras zonas del mundo, y por cierto en nuestra región, donde se viene un aún más difícil escenario económico en los próximos años, como efecto de la pandemia del Covid que nos ha golpeado duramente. Bueno es recordar al respecto, como en el siglo pasado otras experiencias de globalización que fracasaron, hicieron también colapsar la democracia, y llevaron a grandes guerras mundiales. Fue la Gran Depresión de 1929, lo que antecedió al auge del fascismo y el nazismo en Europa.

Los partidarios de una “interdependencia global” pensaron que la creciente integración económica planetaria traería prosperidad y una suerte de “paz perpetua”, como alguna vez lo pensó el filósofo Kant. Pero esta interdependencia requiere también de países, social y económicamente cohesionados, algo que ha sido descuidado por las élites y entes internacionales que han sido impulsores de este proceso. Un estudio global de IPSOS, mostró, por ejemplo, que más del 66% de encuestados en 25 países, cree que las principales decisiones económicas están diseñadas para favorecer “a los ricos”. Por otra parte, muchos partidos progresistas se han asociado a estas élites, y han abdicado de defender al mundo del trabajo que ha sido marginado del progreso, en este período de liberalización global de las economías.

Lo cierto es que hoy pocos ganan elecciones defendiendo acuerdos comerciales, y los populismos autoritarios percibieron esto antes que otros. Trump es en este sentido, un síntoma de algo que ya estaba ahí. La incertidumbre y el miedo ante un mundo que desaparece, y que un demagogo promete reconstruir nuevamente, a partir de un discurso que apela a las pulsaciones más primarias de los electores (Make America Great Again). Y como ya hemos visto, las políticas neoliberales no resuelven y más bien profundizan las desigualdades, pero siempre será posible buscar un “chivo expiatorio” a quien responsabilizar, con las graves consecuencias que para la convivencia democrática ello tiene.

La lección de todo esto, es que los graves problemas de precarización y desigualdad en las sociedades contemporáneas no pueden “dejarse para mañana”, o solo en las manos del “mercado”, y que las corrientes progresistas deben volver a “reconectar” con un mundo que abandonaron, y que fue copado por fuerzas que bien puede decirse representan una versión siglo XXI de los fascismos del pasado. Porque la historia muestra que el ciudadano común, puesto en la encrucijada (aunque sea falsa) de democracia o bienestar, muchas veces está dispuesto a sacrificar la primera, si se trata de asegurar esto último. Más conocimiento de la historia, y menos recetas de tecnócratas (que se han equivocado sucesivas veces), es lo que necesitan muchos líderes del mundo de hoy.

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