El verdadero impacto climático de la Ley de Reducción de la Inflación está a una década de distancia

Solar capacity is expected to expand as a result of the law signed by President Biden last week.
Se espera que la capacidad solar aumente gracias a la ley firmada por el Presidente Biden la semana pasada. FOTO: JOHN MINCHILLO/ ASSOCIATED PRESS

La ley podría agilizar la curva de aprendizaje de tecnologías emergentes como el hidrógeno verde, acelerando su adopción. La iniciativa legal que Biden firmó la semana pasada, debe dejar los gases de efecto invernadero que calientan el clima en torno a un 40% menos para 2030 respecto a los niveles de 2005, principalmente a través de subvenciones que cambien los servicios públicos y los hogares a la electricidad renovable y los vehículos eléctricos.


Se llama Ley de Reducción de la Inflación (IRA), pero el Presidente Biden y los demás partidarios de la ley la tratan como “Ley de Reducción de Emisiones”. La ley, que Biden firmó la semana pasada, debe dejar los gases de efecto invernadero que calientan el clima en torno a un 40% menos para 2030 respecto a los niveles de 2005, principalmente a través de subvenciones que cambien los servicios públicos y los hogares a la electricidad renovable y los vehículos eléctricos.

Esto es simbólicamente importante, ya que acerca a Estados Unidos a su compromiso internacional, pero no es el impacto más significativo de la ley. Al fin y al cabo, el país norteamericano ya estaba en vías de reducir las emisiones. La reducción incremental de emisiones de la IRA es del 6% al 10%, según la empresa de investigación Rhodium Group, o del 15%, según el Zero Lab de la Universidad de Princeton. Esto se traduce en aproximadamente un 1% a 3% de las emisiones mundiales previstas para 2030: un comienzo, pero no lo suficiente para mover la aguja de la temperatura.

Donde el proyecto de ley podría ser realmente importante es en la plantación de las semillas para la adopción de la tecnología que impulsa las emisiones más allá de 2030. La historia reciente demuestra que las políticas climáticas, como los impuestos, las subvenciones y los mandatos, son más importantes al catalizar un ciclo virtuoso de mayor demanda que conduce a más innovación, aprendizaje práctico y economías de escala que reducen los costos y aumentan la demanda. “Son un empujón: ponen en marcha un proceso de innovación mucho más amplio”, afirma Jessika Trancik, que estudia el costo y el rendimiento de los sistemas energéticos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

En cuanto a energía solar, los resultados han sido espectaculares. Entre 1980 y 2012, el costo de un módulo fotovoltaico fabricado con silicio cristalino se redujo en un 96%, según un documento de 2018 de Trancik y dos coautores. Atribuyeron aproximadamente 30 puntos porcentuales a la investigación y el desarrollo público y privado que, entre otras cosas, condujeron a módulos más eficientes y obleas de silicio más grandes y delgadas. Otros 60 puntos se debieron al “aprendizaje práctico” -mejoras en el proceso de fabricación, como la reducción de los residuos, que se produjeron con la experiencia- y a las economías de escala: la capacidad media de las plantas se multiplicó aproximadamente por 200.

Estos avances se vieron estimulados por la promesa de demanda que hicieron posible los incentivos gubernamentales. Por ejemplo, los generosos pagos alemanes por la energía solar estimularon la enorme inversión de China en capacidad de fábricas fotovoltaicas.

Una dinámica similar, aunque menos dramática, se ha dado en la energía eólica y en el almacenamiento de baterías. Todos ellos se ajustan a la “Ley de Wright”, llamada así por el ingeniero aeronáutico de los años 30 Theodore Wright, según la cual cada duplicación de la producción va acompañada de un descenso porcentual más o menos constante del costo, conocido como tasa de aprendizaje. “A largo plazo, estas tasas de aprendizaje parecen ser la mejor forma de predecir el costo futuro de la tecnología que conocemos”, comenta Ramez Naam, autor e inversor en empresas de energía verde en fase inicial.

Una de las consecuencias es que, a medida que una tecnología madura, la producción tarda más en duplicarse y, por tanto, los costos disminuyen de manera más lenta. En el caso de la energía solar, por ejemplo, las fábricas de módulos fotovoltaicos son ahora tan grandes y el proceso de fabricación tan eficiente, que las mejoras incrementales son mucho más difíciles de conseguir. Sin duda, el costo de la energía solar ha caído un promedio del 6% anual desde 2018 hasta 2021, en comparación con el 21% de los nueve años anteriores, según Lazard, un banco de inversión. Los costos también están cayendo más lento en la energía eólica.

Los costos deberían seguir bajando en ambos casos. Los parques eólicos podrían migrar de tierra a mar y de bases fijas a flotantes, aprovechando un mayor tamaño y un viento más fiable. Greg Nemet, experto en sistemas energéticos de la Universidad de Wisconsin-Madison, cree que la instalación solar podría ser mucho más eficiente, como ya ha ocurrido en Australia. Nemet también predice que la actual escasez de minerales clave, como el litio, se reducirá a medida que aumenten las inversiones en nuevos suministros.

Sin embargo, hay límites a lo que la IRA puede lograr. Se espera que el mundo gaste entre US$ 1 y US$4 billones al año en energías renovables en las próximas décadas. Frente a esto, los US$ 369.000 millones del IRA en 10 años no amplían el mercado lo suficiente como para cambiar fundamentalmente los incentivos que catalizan el desarrollo tecnológico.

El mayor potencial de la IRA reside en reproducir la experiencia de la energía solar en otras tecnologías que actualmente son demasiado costosas para su adopción generalizada. Las reducciones de emisiones en la próxima década son la fruta más fácil de conseguir con tecnologías que ya son competitivas, o casi, con los combustibles fósiles, como la eólica, la solar y las baterías. Conseguir el resto del camino hacia el cero neto depende de sectores difíciles de descarbonizar, como la aviación, los procesos industriales y la agricultura, para los que todavía no existe una tecnología comercialmente viable para eliminar las emisiones.

“Las mayores ganancias, los mayores cambios de precios y la mayor innovación inducida se producirán en aquellas tecnologías que son más jóvenes que la solar, la eólica y las baterías”, aseguró Naam.

En particular, cita el hidrógeno. Cuando se quema, produce agua en lugar de dióxido de carbono, por lo que en teoría puede sustituir al gas natural para fabricar cemento, acero y fertilizantes. Sin embargo, ahora mismo la mayor parte del hidrógeno es “gris”: se produce con gas natural y, por tanto, aumenta las emisiones. El hidrógeno “verde” se produce utilizando electricidad renovable para dividir el agua en oxígeno e hidrógeno, pero no es rentable. Naam afirma que los incentivos de la IRA, principalmente una desgravación fiscal de hasta US$ 3 por kilogramo, hacen que el hidrógeno verde sea inmediatamente competitivo con el hidrógeno gris. Prevé que el impulso resultante de la demanda aumentará enormemente la producción y, siguiendo la Ley de Wright, hará bajar drásticamente el precio del hidrógeno verde.

Por su parte, Ben King, del Grupo Rhodium, es menos optimista sobre el hidrógeno verde, pero se muestra positivo sobre la eliminación del carbono, donde “estamos en las primeras etapas de la curva de aprendizaje. Con la energía eólica y la solar, la mejora con cada unidad marginal es pequeña. Es una historia totalmente diferente con la captura directa de aire y la captura y almacenamiento de carbono”.

Estos avances serán una parte relativamente pequeña del impacto de la IRA en la próxima década. Sin embargo, a partir de entonces, la ganancia podría ser enorme. Y, según King, los beneficios llegarán no sólo a Estados Unidos, sino que a todo el mundo.

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