La economía domó al clima. Ahora el clima contraataca
A medida que las condiciones extremas se hacen más frecuentes, aumenta la amenaza para el crecimiento y la inflación, especialmente en los países pobres. El Banco Central Europeo calcula que un aumento de un grado centígrado provocado por El Niño podría elevar los precios de los alimentos en todo el mundo un 6% en 12 meses. J.P. Morgan advertía en una nota reciente de que esto “desafía la narrativa” de una inflación en constante descenso. Esa narrativa subyace a las esperanzas de evitar una recesión, el llamado aterrizaje suave.
En la campaña de la Reserva Federal de Estados Unidos para reducir la inflación sin hundir la economía, hay un factor clave sobre el que no tiene ningún control: el clima.
Los científicos estadounidenses predicen que un fenómeno inusualmente fuerte de El Niño, un patrón meteorológico recurrente sobre el Océano Pacífico, podría elevar las temperaturas en 1,5 grados centígrados este otoño e invierno. Episodios anteriores, como los de 2009-10 y 2015-16, se han vinculado a olas de calor y sequías en todo el mundo y al aumento de los precios de los alimentos.
El Banco Central Europeo calcula que un aumento de un grado centígrado provocado por El Niño podría elevar los precios de los alimentos en todo el mundo un 6% en 12 meses. Los economistas de J.P. Morgan advertían en una nota reciente de que esto “desafía la narrativa” de una inflación en constante descenso. Esa narrativa subyace a las esperanzas de evitar una recesión, el llamado aterrizaje suave.
Por sí solo, el clima no va a llevar a Estados Unidos a una recesión. Sin embargo, después de siglos en los que las economías se volvieron menos susceptibles a las vicisitudes de la naturaleza, el clima está resurgiendo como una influencia importante e impredecible sobre la inflación y el crecimiento.
El clima tuvo a menudo consecuencias calamitosas para las sociedades preindustriales. Según Thomas Kevin Swift, economista y autor del libro “A History of American Business Cycles”, Gran Bretaña sufrió una de las peores depresiones de su historia después de que la “gran helada” de 1709 provocara la pérdida generalizada de cosechas y la muerte del ganado. Una erupción volcánica en lo que hoy es Indonesia en 1815 enfrió el clima globalmente, provocando pérdidas de cosechas y precios altos en todo EE.UU. y una recesión de cinco años, dijo.
La industrialización y el rol de los gobiernos
En el siglo pasado, el clima dejó de ser un factor importante en los ciclos económicos, a medida que se reducía la participación de la agricultura en la economía y crecía la de la industria y los servicios. El regadío, el control de las inundaciones y la innovación agrícola hicieron que los cultivos fueran más resistentes, mientras que los seguros y la intervención gubernamental protegieron a los agricultores y a la economía, en general, contra los desastres naturales.
Economistas y científicos coinciden en que el calentamiento del clima tendrá un efecto económico negativo neto a largo plazo, aunque pequeño en relación con el crecimiento probable de las economías en las próximas décadas. Han prestado mucha menos atención a su impacto a corto plazo porque las catástrofes naturales han sido durante mucho tiempo un hecho de la vida y rara vez han movido los datos macroeconómicos.
Parece que la situación va a cambiar. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), afiliado a las Naciones Unidas, declaró este año que tenía “un alto grado de confianza” en que las olas de calor y las sequías, incluidos los “fenómenos simultáneos en varios lugares”, serían más frecuentes, mientras que “se prevé que los fenómenos extremos del nivel del mar que se producen actualmente en 100 años se produzcan al menos una vez al año” en más de la mitad de los mareógrafos de aquí a 2100.
El Niño, en el que el debilitamiento de los vientos alisios da lugar a temperaturas superficiales más cálidas en el Pacífico oriental, es un fenómeno natural y antiguo, pero algunos científicos creen que un clima más cálido hace que los fenómenos de El Niño sean más fuertes y frecuentes (aunque el IPCC no está seguro).
El clima tiene su mayor impacto en los países en desarrollo, donde más gente trabaja en las granjas, donde los alimentos y la energía consumen una mayor parte de los presupuestos, y donde tanto los gobiernos como las infraestructuras son más débiles.
¿Es Pakistán la forma de lo que está por venir?
Es posible que Pakistán muestre la forma de lo que está por venir. Una ola de calor en la primavera del año pasado provocó la desecación del suelo y el aumento del deshielo de los glaciares, a lo que siguieron unos monzones torrenciales sin precedentes. Las inundaciones resultantes mataron a más de 1.700 personas, afectaron al 14% de la población e infligieron daños equivalentes al 8,5% del PIB. El Fondo Monetario Internacional (FMI), que a principios del año pasado pensaba que la economía de Pakistán crecería un 4,5% en el ejercicio fiscal que finalizó en junio de 2023, cree ahora que se contrajo un 0,5%.
La culpa no es sólo de las inundaciones. Las políticas económicas de Pakistán han sido, en el mejor de los casos, inestables, y la invasión de Ucrania por parte de Rusia disparó su tasa de inflación.
No obstante, su experiencia demuestra por qué las catástrofes tienen un impacto desproporcionado en los países más pobres. En 2021, el FMI calculó que las grandes catástrofes meteorológicas reducen el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita un promedio de 1,2 puntos porcentuales, y que el impacto es mayor en los países más pequeños y pobres, debido a la destrucción de capital productivo y a los daños en las infraestructuras públicas y en el suministro de agua y energía que interrumpen las cadenas de suministro.
En cambio, “en los países más ricos, una reconstrucción mejor y más rápida, junto con un gran gasto público de socorro, puede dar lugar a un aumento de la producción”, afirma el FMI. Los países ricos de latitudes septentrionales tienen menos probabilidades de sufrir calor extremo y más de beneficiarse de inviernos más cálidos.
Aun así, las catástrofes naturales están pasando cada vez más factura a las economías avanzadas. Desde 2016, Estados Unidos ha sufrido un promedio de 17 desastres al año que cuestan al menos mil millones de dólares cada uno (en dólares ajustados a la inflación), en comparación con seis al año en los 25 años anteriores, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica.
Esto no deja mucha huella en una economía diversificada geográficamente y que mueve US$ 27 billones al año. No obstante, las condiciones meteorológicas extremas tensan las cadenas de suministro y las redes energéticas se vuelven más frágiles como consecuencia de las tensiones geopolíticas, el proteccionismo y la transición de los combustibles fósiles a las energías bajas en carbono. El corte del suministro de gas a Europa Occidental por parte de Rusia acrecentó la escasez energética, agravada por la limitada producción nacional de gas.
Un estudio de 2021 de Jasmien De Winne y Gert Peersman, de la Universidad de Gante (Bélgica), concluye que una subida del 10% de los precios mundiales de los alimentos suele reducir el PIB un 0,5% al cabo de 18 meses, incluso en los países que no sufren interrupciones de las cosechas, lo que refleja tanto el golpe al poder adquisitivo como el endurecimiento de la política monetaria de los bancos centrales para contener las consecuencias inflacionistas.
En teoría, los bancos centrales pueden ignorar estos efectos centrándose en la inflación subyacente, que excluye los alimentos y la energía. En la práctica, esto resulta difícil si otros factores, desde el proteccionismo a la escasez de mano de obra, ya están presionando sobre los precios.
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