Angela Merkel ha decidido pagar por el euro
El otro día escuché a alguien decir que Angela Merkel busca competir en la carrera del próximo otoño (boreal) como la canciller que salvó Europa. Aún así, ellos se preocupaban respecto de que el futuro del euro será reasegurado por su confianza. Es menos probable que las multitudes de trabajadores que se tomaron las calles de Europa esta semana para protestar contra la austeridad aplaudan.
No hace mucho, Merkel enfrentó las críticas por su indecisión. Radoslaw Sikorski, ministro de Relaciones Exteriores de Polonia hizo una peregrinación a Berlín para exigir que ella tomara las riendas del liderazgo. Ha pasado un buen tiempo desde que el político polaco llamó a una Alemania más autoritaria.
Merkel ahora está siendo autoritaria. Los ingredientes autoritarios de su último discurso ante el Parlamento Europeo -rectitud fiscal, mejora de la competitividad, integración financiera más profunda y gobierno económico de la eurozona- fueron escasamente innovadores. Juntos representan las condiciones de Alemania para asegurar el futuro de la moneda única. Berlín ha decidido que, de una manera u otra, no puede evitar pagar la cuenta. Entonces quiere fijar sus términos. La austeridad ahora y una política común después es el precio que otros deben pagar por la solidaridad alemana.
El euro no está fuera del bosque. Una disputa entre los gobiernos de la eurozona y el Fondo Monetario Internacional ha subrayado la escala de la crisis económica que todavía afecta a Grecia. La disputa en sí misma -acerca de si la deuda de Grecia como porcentaje del PIB debiera caer a 120% para 2020 o 2022- fue surrealista. Todos saben que Grecia tendrá que reducir su deuda. La pregunta es acerca del momento.
España necesita un paquete de rescate. Chipre también. Por todo su éxito en restaurar la competitividad, Irlanda necesita alivio de la carga de la deuda bancaria. Las tasas de los bonos soberanos todavía están demasiado altas y los balances de los bancos están demasiado débiles. Sin crecimiento, la frustración de los electores se ha convertido en rabia en las economías de la periferia.
Dicho esto, el aire de crisis existencial se ha disipado. Las predicciones de la inminente muerte del euro mostraron ser prematuras. La suposición común ahora es que la política está triunfando por sobre la economía.
El anuncio de Mario Draghi de que el Banco Central Europeo estaba listo para comprar bonos de los gobiernos en problemas es visto correctamente como el punto de inflexión. La historia bien podría registrar que fue “Super Mario” quien finalmente salvó el euro. La iniciativa fue posible, sin embargo, sólo porque Merkel tomó el lado del BCE contra el Bundesbank. Ella no es la primera canciller en desafiar al banco central germano. Helmut Kohl lo revocó sobre los términos de la unificación. La decisión de Merkel no fue menos significativa.
Durante la mayor parte del período post guerra, la política pública alemana descansó sobre los pilares de una sólida riqueza y un compromiso inquebrantable hacia Europa. Hubo tensiones ocasionales entre ambos, a comienzos de los ’80, cuando Kohl entró en disputa con Francois Mitterrand acerca de la política económica francesa. Pero ambas metas calzaron de manera cómoda. La crisis del euro ha cambiado eso. Amenaza con poner en conflicto la estabilidad monetaria local y la deuda de Alemania con Europa. Merkel ha elegido Europa.
La otra decisión clave era un giro en 180° sobre Grecia. Durante el primer semestre del año, la visión en Berlín era que Grecia estaba a punto de caer en quiebra. Carecía de las palancas necesarias de gobierno para restaurar una gestión económica creíble. Grexit parecía inevitable. Esa opinión cambió durante el verano boreal. Merkel decidió que desde que Lehman Brothers había derribado el sistema financiero global, Grecia podría derribar la eurozona.
Nada de esto impresiona a los economistas que insisten en que el euro todavía avanza hacia una catástrofe. En una conferencia reciente realizada por el Centro de Reforma Europea, escuché a muchos de ellos argumentar con cierta fuerza que la austeridad colectiva sería contraproducente y que chocaría tarde o temprano con la resistencia política en los países endeudados.
Los economistas tienen un punto -pero también se equivocan en uno. Al quejarse de que los políticos no entienden de economía, no logran captar la política. La idea de que Merkel pudo haber dicho a Italia y España que olvidaran las dolorosas reformas y que dieran paso al gasto y al préstamo, a la expectativa de que Alemania garantizaría la deuda, corresponde a la esfera de la fantasía política. La crítica es la que dice que Alemania no puede esperar que otros recorten su déficit de cuenta corriente actual y al mismo tiempo se apeguen a su superávit.
Las cosas no pueden seguir como están. La lección de los últimos años es que no lo harán. Merkel prometió que no habría rescates; y desde entonces ha adherido a una procesión de, bueno, rescates. La eurozona ahora tiene un sistema de rescate permanente y un banco central que, en extremo, actuará como prestamista de última instancia. Todo sugiere que Alemania seguirá adaptando la política a las circunstancias.
La mejor forma de ver lo que ocurre en la eurozona es como una negociación clásica entre acreedor y deudor insolvente. Alemania sabe que los deudores no pueden pagar todo pero antes que acuerden una amortización, está determinada a obtener la garantía de que la historia no se repetirá. Merkel decidió pagar, pero a cambio necesita seguros suficientes para convencer a los votantes germanos de que eso no es sólo un primer pago.
Nadie podría argumentar que esta ha sido una manera eficiente de lidiar con la crisis. Europa no puede devaluar. Pero el euro siempre ha sido una empresa más política que económica. Y si Alemania está firmando los cheques, Alemania fija las reglas.
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© The Financial Times Ltd, 2011.
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