Decreto de Mohamed Morsi profundiza divisiones en Egipto




El miércoles pasado, Mohamend Morsi fue el elogiado estadista pragmático que se puso por encima de su ideología para lograr un acuerdo de alto el fuego, luego de una larga semana de ofensiva israelí en Gaza. Sin embargo, el jueves se convirtió en un político torpe al emitir un decreto que le permitirá gobernar sin oposición hasta que celebren elecciones legislativas.

“¡Dictador, nuevo Faraón!” gritaban sus críticos en El Cairo. Los jueces se dividen entre partidarios y opositores al decreto. Egipto pasó de ser la fuerza regional estable, a ser muy volátil.

Hay un hilo conductor en la conducta de Morsi. La idea fuerza se resume en una palabra: conveniencia. En el primer caso funcionó brillantemente a su favor, en el segundo, amenaza con ser contraproducente.

A Morsi podría no gustarle tratar con Israel o permitir que EEUU se atribuya el mérito del alto al fuego que, después de todo, sus oficiales de inteligencia negociaron. Pero no le tomó tiempo descubrir que terminar con la masacre en Gaza requería hacerse cargo de algunas realidades desagradables y hacerlo con urgencia.

Al anunciar su decreto, también se apresura a proteger su presidencia de las molestias de un sistema judicial, dominado por simpatizantes del antiguo régimen. Morsi dijo que quiere seguir adelante con la tarea de gobernar sin trabas, por las amenazas de una disolución de la Asamblea Constituyente, o incluso, de la Cámara Alta del Parlamento dominado por su propio partido, la Hermandad Musulmana.

El problema es que mientras Morsi sumó fuerzas gracias a su política exterior, hoy acaparando el poder, profundiza las inquietantes divisiones en la sociedad egipcia, y lanza una frágil transición política hacia una mayor agitación. La dolorosa transición de Egipto, pese a los obstructivos remanentes del régimen de Mubarak, no avanza muy rápido.

La transición ya se encontraba en crisis: la mayoría de las fuerzas no islamistas se había retirado del grupo redactor de la Constitución, y algunos tenían la esperanza que fuera disuelto por el Tribunal Constitucional que debía gobernar hasta principios de diciembre. Las decisiones de Morsi dieron al panel dos meses más para completar su labor, pero también protegió a una Asamblea dominada por fuerzas islamistas.

Nathan Brown, experto constitucional de Carnegie Endowment for International Peace, escribió en el blog arabist.net que cualquiera que sea la conveniencia de las decisiones de Morsi, el mensaje general fue: “Yo, Morsi, soy todopoderoso y en mi primer acto, me declaro más poderoso, pero será sólo por un rato”.

Morsi parece haber ignorado que Egipto está dividida, con quienes están convencidos que la Hermandad Musulmana utiliza medios democráticos para crear otro Estado autoritario e imponer su agenda islamista.

En la elección última presidencial muchos de los que votaron por su rival, Ahmed Shafiq -ex ministro de Mubarak- no estaban en contra de la revolución, más bien temían por su destino bajo la Hermandad Musulmana.

Morsi quizás no tenga la intención de mantener sus inmensos poderes. Pero sin duda ha logrado alimentar los peores temores de sus oponentes. “La desconfianza es uno de los pilares de esta crisis”, dijo Omar Ashour, profesor de la Universidad de Exeter.

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© The Financial Times Ltd, 2011.

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