La lucha de China por equilibrar urbanización con sustentabilidad
Cuando usted termine de leer este artículo, más de 400 chinos se habrán ido del campo y habrán echado nuevas raíces en una ciudad.
Las ciudades chinas, que ya contienen al 10% de la población mundial están creciendo a cada minuto. Se trata de la mayor migración en la historia de la humanidad, y es una fuerza motriz detrás de la demanda china por todo tipo de bienes. Quizás lo más sorprendente es que las ciudades se han vuelto un frente clave en la lucha del país contra la contaminación y los esfuerzos para dar un vuelco hacia un crecimiento más sustentable.
El rápido desarrollo económico de China ha sido acompañado por una degradación ambiental crónica y un empeoramiento en la contaminación, que ahora representa una seria amenaza a la salud humana y a la estabilidad social, según autoridades. En momentos en que los líderes chinos trabajan para cambiar el modelo de crecimiento, las ciudades son el principal objetivo de sus esfuerzos.
“No debiéramos seguir el modelo de alta intensidad de las ciudades occidentales”, plantea Han Wenke, director del Instituto de Investigación de Energía bajo la agencia de planificación económica china, refiriéndose principalmente al consumo de energía. “Mientras más rápido nos urbanizamos, más rápido consumimos… Tenemos que tomar las restricciones de energía y recursos en cuenta”, añade.
La migración urbana está cambiando drásticamente los patrones de consumo y comportamiento: según cálculos, la población de las ciudades chinas usa tres veces más electricidad que los residentes rurales, come 10 veces más azúcar, y requiere mucha más infraestructura en su vida diaria.
Un funcionario estima que por cada persona que se va a vivir a una ciudad, el gobierno gasta 100 mil yuanes (US$16 mil) para construir carreteras, puentes, servicios básicos y otros, todo lo cual requiere de materias primas de energía como el acero o el cemento.
Los políticos han intentado guiar a las ciudades hacia un camino más sustentable utilizando políticas que van desde metas de emisión de carbono a incentivos a la energía solar. El mes pasado, Hu Jintao se comprometió a lanzar una “revolución en producción y consumo de energía”, y sostuvo que la urbanización debía estar equilibrada con la “seguridad ecológica”.
Las ciudades más grandes de China, como Beijing y Shangai, han tomado el liderazgo en muchos de esos esfuerzos. Para reducir la contaminación del aire y las emisiones de carbono, Beijing, con 20 millones de habitantes, está reemplazando las plantas a base de carbón por energías limpias en el núcleo urbano de la ciudad. En China central y occidental, los taxis usan gas natural en vez de petróleo porque es más barato y más limpio. Y muchos municipios están auspiciando las “eco-ciudades” construidas en base a principios de conservación.
Pero pese a estos esfuerzos, el progreso ha sido lento debido a que la amplia estructura económica y política de China todavía premia a los funcionarios locales por alta inversión y rápido crecimiento en vez de por sustentabilidad. El auge económico de las últimas tres décadas fue alimentado por la alta inversión en activos fijos, un modelo que creó ciudades ineficientes llenas de edificios construidos para durar apenas 20 años.
Funcionarios chinos apuntan a que otro desafío es quién pagará por políticas que aminoren el impacto ambiental de una ciudad. El tratamiento de aguas servidas, un eficiente sistema de disposición de la basura, y fuentes de energías limpias pueden ser muy costosos. “Alguien podría construir una planta de tratamiento de aguas servidas para cumplir con los requisitos regulatorios, pero luego la cerrarían cuando no estén cerca los jefes para ahorrar en costos y en energía”, asegura Xia Guang, director de investigación de política del Ministerio de Protección Ambiental
Por esto, lograr la sustentabilidad urbana y tener éxito en los esfuerzos medioambientales depende de transformar el modelo de crecimiento económico y premiar a los funcionarios tanto por la sustentabilidad como por el crecimiento del PIB.
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© The Financial Times Ltd, 2011.
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