Frente a la complejidad: ¿Protagonistas o testigos?
Aunque la contingencia dificulta la mirada larga, también nos da señales. Hemos sido testigos de la agresión al presidente del TC y de un conflicto con violencia en torno al puerto de Valparaíso, donde gobierno, municipio, una empresa estatal, sus concesionarios privados, dirigentes sindicales incumbentes y otros desafiantes intentaron por más de 30 días una solución esquiva. Con motivo del crimen de Camilo Catrillanca, hemos visto con perplejidad la mentira reiterada en una institución tan relevante como Carabineros.
El Congreso nos ha mostrado dos caras muy distintas. Por una parte, aprueba con amplio consenso el proyecto de ley de pago a 30 días, después de un proceso que contó con la participación de diversos actores. Por la otra, aprueba de manera exprés en una comisión del Senado -sin el necesario debate con académicos, organismos internacionales y la industria- una importante reforma a la legislación pesquera; la que, como si fuera poco, representa un debilitamiento de la certeza jurídica.
En estos eventos se mezclan dos tendencias sobrediagnosticadas, pero subaccionadas. La primera habla de una sociedad moderna empoderada y participativa, que se expresa a través de diversas organizaciones (lo que debemos celebrar), algunas de las cuales se transforman en grupos de presión que se arrogan su representación (lo que debe ser causa de preocupación). La segunda, una institucionalidad con dificultades para responder a esta complejidad velando por el interés general.
Cuando a fin de año abundan los balances y proyecciones en cifras, cabe más bien preguntarse: ¿Hemos mejorado nuestra capacidad para procesar estas complejidades?
En el ámbito de las instituciones públicas y el proceso político, los hechos descritos revelan sus limitaciones para innovar y adaptarse.
¿Podrán nuestras policías modernizarse para enfrentar desafíos complejos como el de La Araucanía? ¿Podrá la institucionalidad público-privada hacerlo para resolver oportuna y sustentablemente conflictos como el ocurrido en Valparaíso? ¿Podrá la política modernizar el proceso de elaboración de leyes de manera de compatibilizar las legítimas orientaciones políticas que las inspiran con su capacidad para integrar las tendencias globales, sopesar la evidencia y el análisis técnico, y ponderar la mirada de una diversidad de actores? Debemos estar a la altura para que en esta época, el próximo año, podamos responder afirmativamente.
Las empresas también están desafiadas por esta complejidad. En un provocador artículo en el FT titulado "We must rethink the purpose of the corporation", Martin Wolf planteaba que los ciudadanos ven a las corporaciones como indiferentes a todo, cortoplacistas y con dificultades para proyectar hacia el futuro el enorme aporte al desarrollo económico que realizaron desde la mitad del siglo XIX.
Lo atribuye a la confusión del propósito de la empresa, con la necesaria condición de maximizar el valor para sus accionistas: "Profit is not itself a business purpose. Profit is a condition for - and result of - achieving a purpose".
Agregaba que tanto como los accionistas de las empresas, son también sus trabajadores, clientes, proveedores y comunidades, los afectados por sus logros o fracasos.
Los que, a su vez, y por eso el concepto de "stakeholders", otorgándoles o no legitimidad social, tienen la capacidad de facilitar o limitar el desarrollo de las empresas. Sin embargo, un 72% de los británicos y un 65% de los norteamericanos consultados en sendas encuestas manifestaron que las empresas y sus CEOs deben desafiar a la política a hacer más en materia económica, e influir en temas contingentes.
En definitiva, al mismo tiempo que los ciudadanos desafían a las empresas, parecen cifrar más expectativas en ellas que en el Estado para responder a los desafíos del siglo XXI.
Esta reflexión nos sirve para imprimirle un nuevo vigor el año 2019 al desafío de evolución empresarial que hemos planteado en Sofofa en dos dimensiones: una externa, relacionada con nuestro posicionamiento en el debate público, y otra interna vinculada con el necesario proceso de cambios en nuestras organizaciones.
Sobre la primera dimensión, en el mundo empresarial asumimos que para ser incidentes en el debate público, el CÓMO es tan importante como el QUÉ.
En efecto, asumimos el desafío de activarnos en el debate público con transparencia y horizontalidad, interactuando con la política, sociedad civil organizada y opinión pública en general, interpelando al proceso político para que aborde las que creemos son las modernizaciones regulatorias e institucionales necesarias para la economía y la sociedad del siglo XXI (y colaborando con el mismo).
La segunda dimensión asume que el proceso de relegitimación debe partir desde el interior de las organizaciones, sabiendo que, como indica Rachel Botsman, la moneda de la nueva economía es la confianza, la que se construye o se destruye a partir de la huella que deja la empresa en la infinitud de puntos de contacto que tiene con sus distintos públicos.
Por ello, son fundamentales culturas organizacionales que evolucionen desde el diagnóstico a la gestión sistemática de todos los integrantes del ecosistema empresarial -proveedores, clientes, comunidades y trabajadores-, así como de dimensiones transversales como son la sustentabilidad, la innovación, la inclusión y la transparencia.
Debemos, por otra parte, reivindicar la inspiración que tuvieron quienes desarrollaron instituciones como la Achs, la Red de Liceos de Sofofa o Inacap para enfrentar colectivamente desafíos públicos tan relevantes como la seguridad en el trabajo y la formación de jóvenes, para enfrentar esta vez los desafíos que nos depara la economía y la sociedad de este siglo XXI. ¿Cuáles?
En el marco del proyecto Compromiso País convocado por el Presidente Piñera y el ministro Moreno, ¿por qué no generamos ecosistemas localizados en territorios vulnerables integrados por redes de liceos industriales, fundaciones que se dedican a la formación de oficios, capacitación e intermediación laboral; y redes de empresas, para conectar a esos jóvenes con las nuevas oportunidades de trabajo que las empresas del siglo XXI ofrecen?
Para enfrentar el triple desafío de aumentar el I&D, su traslado a la industria y acelerar la adopción de tecnologías o modelos de negocio ya disponibles globalmente, ¿por qué no desarrollar ecosistemas de innovación donde su catalizador sean los desafíos y fricciones de las empresas de nuestras industrias principales y las soluciones provengan de ecosistemas de emprendimiento, centros de investigación o universidades? Es precisamente el sentido de nuestro proyecto Sofofa Hub, que plantea hacerlo en torno a tres desafíos transversales, como son la economía circular, la transformación digital y la biotecnología.
Innovación, evolución y colaboración deben ser las palabras que inspiren el 2019 para las instituciones públicas y privadas. Inercia, reacción y confrontación, las que debemos empezar a dejar atrás.
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