¿Y la reforma del Estado, cuándo?
En exactamente tres domingos más, el 18 de julio, serán las elecciones primarias. Ya en plena campaña, seis candidatos, cuatro de centroderecha y dos de izquierda, expusieron en los últimos días sus puntos de vista en debates presidenciales y presentaron sus principales ideas programáticas. Sería imposible pretender siquiera un resumen de todas las materias tratadas, por lo que me abocaré aquí a comentar dos de los temas: impuestos y Estado.
Casi todos los abanderados plantean aumentar la carga tributaria. El menú es diverso y completo. La centroderecha menciona el fin de exenciones, franquicias y postergaciones; alza de tasas a combustibles, alcohol y cigarrillos; y una larga lista de modificaciones en la progresividad de las tasas, las propiedades, la herencia, el IVA, las ganancias de capital y el control de la evasión y elusión, entre otros. A ello, la izquierda suma emisiones de carbono, desintegración (lo que equivale a más impuestos para los dividendos), eliminar la renta presunta, royalty a la minería, impuesto patrimonial y un “exit tax” (una especie de pago de rescate si alguien quiere irse del país).
Como contrapunto, poco o nada se dice de cómo hacer más eficiente el uso de los recursos públicos. Algo hay en los planteamientos de candidatos de centroderecha (evaluación de políticas, reformas en el nombramiento de los cargos, que se “haga la pega” y que se fiscalice aquello). Pero salvo alguna que otra mención a “modernización del Estado” (sin especificar demasiado), en general las propuestas están dirigidas a aumentar los gastos, especialmente por parte de los abanderados de izquierda, que plantean entre otros un “Estado emprendedor” y una regla fiscal contracíclica, morigerada apenas por una declaración acerca de la necesidad de mantener equilibrios estructurales.
Aún falta que se pronuncien otros candidatos que de seguro estarán en la papeleta de noviembre. Puede que ello traiga alguna variante de sorpresa. Sin embargo, lo que predomina hasta ahora se puede resumir en dos palabras: más Estado.
La oportunidad para aquello no es buena, en medio de los duros efectos de la pandemia sobre la economía, que han golpeado a gran parte del sector privado y especialmente a los emprendedores que muchos de los candidatos dicen defender. Más Estado significa más carga también para muchos inversionistas y personas naturales contribuyentes, quienes también se han visto afectados. Ello no se percibe lo suficientemente dramático, tal vez, porque los programas de ayuda, sumados a los retiros de las AFP, han inundado de liquidez a los mercados, escondiendo los verdaderos efectos de la crisis. En la medida que esa marea se vaya retirando, van a aflorar los estragos del congelamiento de la actividad.
Un barómetro simple de lo anterior son los faltantes de productos en los mercados, problema no solo de Chile, sino también de otras latitudes, particularmente de bienes
durables e insumos de la construcción. Esto significa que, a pesar de que puede haber dinero en las cuentas de consumidores, no están disponibles los bienes que les interesaría comprar. Un efecto de lo anterior es un sustancial incremento de la compraventa de bienes de segunda mano (como autos usados) a precios que no dan cuenta de depreciación.
Da la impresión que, tanto por una actitud más conservadora o por una disposición a esperar la llegada de esos bienes, los consumidores se han aferrado hasta ahora a su liquidez. Pero, en algún momento, ella se va a transformar en demanda y es ahí cuando se desnudarán las carencias de oferta en medio de un mercado laboral con un alto número de personas sin trabajar y empleadores que se enfrentarán a balances debilitados. Cuando ello ocurra, la inflación, el otro impuesto del que nadie habla, pero que acecha con fuerza, va a golpear a los mercados, empobreciendo a las personas. Es por ello que es imprescindible, también, buscar financiamiento en las muchas ineficiencias del Estado. Gastar mejor. Concluir que la solución a las necesidades son sólo más elevadas tasas de impuestos podrá parecer la salida fácil. El problema es que, como indica la historia, no va a funcionar.
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