¿Quién regula la banca internacional?
Cuando Jack Lew, secretario del Tesoro de Estados Unidos, participó en la reunión del Grupo de los 20 la semana pasada, hizo una solicitud familiar: debe haber mayor coordinación sobre cómo los países imponen regulaciones al mercado financiero y supervisan la actividad de los bancos.
También podría haber pedido que los cerdos volaran o que los banqueros se hicieran monjas. Desde 2008, ha habido numerosos esfuerzos por armonizar las reglas de las finanzas globales. Y en algunos ámbitos se ha logrado avanzar. Los estándares de capital comunes han sido acordados bajo las reglas de Basilea III. Además se creó un cuerpo regulatorio global, el Directorio de Estabilidad Financiera.
La desagradable verdad que ningún ministro quiere ver, es que prácticamente todo paso hacia la coordinación ha sido compensado por un paso hacia atrás. Justo luego del llamado de Lew, por ejemplo, Deutsche Bank reveló que tendría que reducir sus activos estadounidenses en US$100 mil millones porque los reguladores de EEUU están ajustando las reglas de capital para los bancos extranjeros. El Reino Unido ha hecho algo similar.
EEUU también está introduciendo unilateralmente la regla Volcker, que fuerza a los bancos a acoger las transacciones por cuenta propia, mientras Europa está introduciendo reglas para los administradores de activos. Incluso Basilea III es implementado de forma diferente en cada lugar.
¿Hay alguna solución? Una opción sería que los reguladores y los banqueros tomen ideas de las discusiones internacionales; o, como Annelise Riles, profesora de leyes en Cornell, sugiere en una publicación presentada hace unas semanas en Nueva York, del arcano campo de los "conflictos de ley".
Los especialistas en conflictos determinan qué ley nacional se debería aplicar cuando las disputas cruzan las fronteras. Ellos no discuten el contenido de la ley, ni los méritos de cada parte, sino que meramente deciden qué régimen legal se debe aplicar, basado en factores técnicos como la intención original tras las leyes nacionales.
Hasta ahora, nadie le ha pedido a estos abogados especialistas que lidien con la regulación financiera; en cambio suelen tratar con acuerdos comerciales o divorcios. Pero Riles cree que los reguladores podrían aprender de algunas de sus ideas. Si el G20 fuera a adoptar una mentalidad de "conflictos", podría dejar la fantasía de la coordinación. En cambio, podría aceptar la realidad de que diferentes países tienen distintas reglas, y apuntar a especialistas tecnócratas y apolíticos para que decidan qué leyes aplicar ante un conflicto.
"Esto da una aproximación mucho más matizada, sofisticada, y administrable", defiende Riles. Y algunos reguladores y abogados están de acuerdo.
En la Reserva Federal, por ejemplo, algunos abogados hablan en privado de crear una base de datos de "conflictos" para que los reguladores y los banqueros puedan registrar las variaciones nacionales de forma transparente. Y algunos abogados de derivados en Londres, como Jeff Golden, han sugerido crear una corte internacional que trate complejos asuntos de seguridad. De hecho, un equivalente para el mundo de los derivados de la Corte Criminal Internacional en La Haya.
En el futuro cercano, es improbable que funcionen tales ideas radicales. Los políticos nacionales serían reacios a ceder autoridad a una corte privada en un tema tan sensible para la política pública como la regulación bancaria, y el riesgo de contagio financiero hace que los gobiernos no deseen confiar en autoridades regulatorias extranjeras.
Aun así, algunos reguladores ahora parecen estar concediendo en privado al punto de Riles, específicamente que la coordinación es una fantasía imposible, y están silenciosamente al acecho de alternativas.
Es cosa de ver cómo se enfrentan las grandes quiebras bancarias. Hace cinco años, los reguladores británicos y estadounidenses esperaban lograr una solución coordinada a este asunto. Pero el año pasado, reconocieron tácitamente lo inevitable: los supervisores de ambos países nunca armonizarían sus puntos de vista para cerrar bancos quebrados. En cambio, acordaron respetar las reglas del otro, y salieron con duras guías para decidir en qué caso aplicaría cada régimen. "Esto es sobre encontrar soluciones manejables", dice un ex regulador británico.
Eso no es, ni por cerca, una solución tan buena como la armonización global. Pero, algunas veces, una respuesta imperfecta es mejor que ni una respuesta. O, para ponerlo de otro modo, tarde o temprano, el G20 debe reconocer honestamente que la coordinación completa es una fantasía, y comenzar a discutir qué otras soluciones podría crear un mundo financiero transparente y predecible. Y, quizás, incluso hablar con los abogados de divorcio.
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© The Financial Times Ltd, 2011.
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