Señor Carney, bienvenido a Gran Bretaña, lo necesita
El nombramiento de Mark Carney como gobernador del Banco de Inglaterra es un evento histórico. Es extraordinario, y admirable, que un país eligiera darle su cargo oficial más importante a un extranjero como Carney, incluso si los canadienses no son tan extranjeros y que el gobernador designado, con esposa inglesa y conexiones, lo sea menos que muchos de sus compatriotas. Aunque sigue siendo una sorpresa y una apuesta. Es una sorpresa porque Carney, el ampliamente respetado gobernador del Banco de Canadá, no solicitó, hasta donde sé, el cargo. Es una apuesta porque un extranjero asumirá un trabajo que es ineludiblemente político y, en las circunstancias económicas y financieras difíciles de Reino Unido, más político que normalmente.
George Osborne, ministro de Hacienda, merece el crédito de no sólo haber escogido una persona excepcional sino de además persuadirlo a asumir el cargo. Sin duda, Carney es un hombre de calidad, con amplia experiencia en economía, finanzas y bancos centrales. En persona, es tan brillante como enérgico. En una conocida ocasión tuvo una disputa con Jamie Dimon, el temible jefe de JPMorgan, manteniéndose firme.
Carney tiene títulos de pre y post grado en economía de Harvard y Oxford. Trabajó 13 años en Goldman Sachs. Ha sido gobernador del Banco de Canadá desde 2008 y presidente de la Junta de Estabilidad Financiera desde 2011, cuando Mario Draghi, otro alumno de Goldman, se fue para presidir el Banco Central Europeo. No es menor que tenga el crédito del desempeño relativamente robusto de la economía canadiense durante su período en el banco central. No claro qué tan responsable es del feliz resultado, como a menudo son las cosas.
No obstante, Carney enfrenta tres grandes desafíos:
El primero es político. La idea de que el trabajo de dirigir el Banco de Inglaterra (BoE, su sigla en inglés) es esencialmente tecnócrata está equivocada. En una economía que utiliza puro dinero estatal, el central toma decisiones discrecionales con consecuencias enormes para la distribución del ingreso, la salud financiera, el desempeño económico y la solvencia fiscal.
No existen soluciones únicamente tecnócratas. Esto es mucho más obvio hoy, después de la crisis financiera, que demolió la noción errónea de que estabilizar la inflación era una condición suficiente para estabilizar la economía. Las decisiones del BoE son profundamente políticas. Son políticas en sí mismas. Se hacen aún más políticas cuando el gobernador es invitado a comentar sobre política fiscal o para intervenir en el sistema financiero. Un extranjero tendrá algunas ventajas en hacer estas difíciles decisiones. Será más independiente. Pero, ¿será él también visto como legítimo?
Su segundo desafío será organizacional. Heredará un mundo en cambio, no sólo el BoE, sino los sistemas financieros y la arquitectura regulatoria global, europea y británica. Bajo el nuevo régimen, el BoE consolidó responsabilidad de política monetaria, política financiera y supervisión bancaria. El ámbito de estas nuevas responsabilidades es sobrecogedor, la necesidad de integrar la toma de decisiones dentro del BoE mismo es un reto; las obligaciones de coordinar políticas con el gobierno y explicárselas al público son apremiantes y pesadas.
Un gran problema, en mi opinión, es la dificultad de coordinar la política dentro del BoE. Es simplemente falso que la estabilidad financiera y la política monetaria puedan tratarse por separado, particularmente hoy en día. Las políticas que abordan la estabilidad del sistema financiero, como los requerimientos para levantar capital o reducir los préstamos, tienen consecuencias directas y poderosas para la política monetaria y viceversa. Bajo los planes previstos, sin embargo, sólo algunas autoridades permanentes están en todos los comités. Esto les dará influencia extraordinaria en el proceso y dejará a los que están en sólo uno de estos organismos con una desventaja enorme. Esto es un error.
Más allá de esto, las investigaciones sobre el desempeño del BoE durante la crisis han revelado serios errores. Un examen del desempeño antes de la crisis podría revelar fracasos aún más importantes. Como un forastero experimentado, Carney está en una posición relativamente buena para actuar como la necesaria escoba nueva. Debe hacerlo. Pero cuando lo haga, debe poner atención en hacer al BoE menos centralizado sin hacerlo menos capaz de responder rápidamente a los acontecimientos.
El tercer y mayor desafío de Carney es intelectual. Reino Unido, a diferencia de Canadá, cayó en una situación económica grave. Pese al alivio monetario excepcional, la economía está estancada. La política fiscal de coalición es controvertida. Las fuentes del crecimiento a futuro son oscuras, mientras que los desafíos del equilibrio económico necesario son desalentadores. En el período del próximo gobernador, el BoE debe conducir un viaje de regreso a algo cercano a la normalidad, en cooperación con el gobierno. Debe evitar tanto un estancamiento permanente como una elevada inflación. Aunque estas siguen siendo en gran medida aguas inexploradas para los legisladores económicos y monetarios. La mayor tarea de Carney será, entonces, conducir al banco central y a la economía hacia un destino menos intolerable. Buena suerte.
*El autor es comentarista económico jefe del FT
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© The Financial Times Ltd, 2011.
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