Marx después de Marx
En su último libro -cuyo lanzamiento será el martes 6-, el sociólogo Ernesto Ottone aborda la vida y pensamiento de Carlos Marx y de sus sucesores, aquellos que basaron su acción política posterior en su doctrina, desde su concepción hasta los últimos días del llamado socialismo real. Este es un extracto de la reflexión final del texto sobre el actual sentido de sus ideas.
Hemos recorrido el trayecto intelectual y político de Marx y el de sus herederos políticos, a quienes hemos llamado coloquialmente "sus amigos".
Ellos fueron los que aplicaron sus ideas o pensaron que aplicaron sus ideas con mayor o menor pericia y capacidad.
El destino intelectual y político de Marx es muy singular; de pronto aparece inmenso, incontenible, y en otros se restringe hasta verse como una aventura más en la vastedad de la historia.
Por supuesto, su nombre está en la galería de los intelectuales que influyeron en el desarrollo de la historia, pero ningún otro intelectual como él ha tenido momentos de ensalzamiento colectivo, tantos seguidores, tanta invocación y tanto denuesto.
Solo los grandes creadores de religiones se le pueden comparar en este sentido.
Sesenta y siete años después de su muerte, una gran parte de la población mundial vivía en países cuyos Estados se inspiraban en sus ideas. Estas tenían también una fuerte presencia en el debate intelectual y sus seguidores se contaban en el resto del mundo por millones.
A 137 años de su muerte, el cuadro es otro. Solamente un gran Estado, China, señala inspirarse en sus ideas al mismo tiempo que se afana en construir la más grande economía capitalista del mundo y estar segundos en la lista de billonarios más numerosa del planeta.
Países que se proclaman sus seguidores, como Cuba, procuran abrirse a la economía de mercado salvando el poder dictatorial; otros que agitan sus banderas, como Corea del Norte, resultan infrecuentables. Vietnam, que ha adaptado a su dimensión la experiencia china, está mejor parado.
Sus ideas no tienen hoy la presencia y el vigor que tenían ayer en el debate intelectual; los partidos que en ellas se inspiran tienen una gravitación menor en la vida política y muchas veces es necesario escarbar cuidadosamente en sus discursos para descubrir el parentesco, que se encuentra en ocasiones solo en borrosas aproximaciones.
El que su influencia política haya decaído y que su dimensión profética sea marginal no nos puede conducir al error de pensar que su pensamiento es una pieza de museo carente de toda actualidad.
Marx fue el crítico del capitalismo más agudo de su tiempo, pero, más allá de eso, su pensamiento continúa siendo muy relevante para explicarse con lucidez el paso del viejo mundo a la modernidad, no solamente a partir del estudio y la crítica de la economía y la filosofía clásica, sino que desarrollando una teoría general del movimiento histórico.
Claro, ni su mirada histórica ni su visión del desarrollo posterior, tanto del capitalismo como de la modernidad en su conjunto, están exentas de contradicciones y reduccionismos. Las cosas siguieron un camino más sinuoso y complejo de lo que él imaginó, como también lo habían sido en el pasado.
Pero su contribución intelectual es gigantesca; por ello es posible no compartir su visión sistémica y sus determinismos categóricos y al mismo tiempo apreciar y utilizar sus conceptos, análisis, intuiciones y categorías para entender la realidad.
Muchas de esas herramientas están tan incorporadas a las ciencias sociales contemporáneas que muchas veces se utilizan con naturalidad como lenguaje de uso teórico común.
No se podrían entender los complejos problemas que estamos enfrentando en la actual "baja" modernidad, para usar la denominación de Alain Touraine, sin la lectura de Marx.
Por lo tanto, una primera conclusión para considerar la importancia del pensamiento de Marx es la de un Marx sin "marxismo", como elemento decisivo en la construcción de las ciencias sociales contemporáneas.
Por ello, los grandes pensadores posteriores a Marx, en algún momento de su reflexión -y en ocasiones en muchos momentos-, conversan con Marx y discuten con Marx; algunos como "marxistas", para interpretarlo; otros, como "marxianos", para analizarlo; otros, pensando en sus disciplinas y el aporte de Marx a ellas; otros, como sus críticos acerbos, aunque muchas veces admirativos, y otros, finalmente, como críticos implacables, sin poder desprenderse del efecto de sus ideas en el mundo político (...).
Pero su importancia no termina en su enorme contribución teórica, en su explicación acerca de la marcha del mundo, en su ilimitada ambición por encontrar una explicación sistémica a la necesidad histórica.
También es central -así lo era para él- su visión profética, en la cual cree duro como fierro que la historia evolucionará tal como él lo señala y que el modo de producción capitalista, a diferencia de los modos de producción anteriores o paralelos (como el asiático), marcará el fin de las sociedades antagónicas y abrirá paso a una sociedad sin Estado, sin dominación, autorregulada, de hombres libres, terminando así con la prehistoria de la sociedad humana.
Ello, que no se plasmó en la realidad y que no parece que se plasmará, al menos a través de los caminos que él pensó, constituye el núcleo del Marx político, el que debate en las cantinas y en las imprentas, el periodista de combate y el organizador.
El Marx político es inseparable del Marx teórico; se alimentan uno del otro. Es el que lo vuelca a las calles y el que crea a sus amigos, cuyo protagonismo histórico hemos analizado. Podemos separarlos por razones metodológicas, pero un Marx pálido de gabinete no existió nunca.
Claro que a las ideas de ambos Marx, el intelectual y el político, como siempre sucede, la vida las llevó por otros derroteros, por un lado mucho más verde que el gris de la teoría, como nos lo dice Goethe, y los acontecimientos transcurrirán de otra manera.
Tanto así que los países donde sus amigos conquistaron el poder, después de una transición política nada tierna, que duró muchos años, en vez de terminar en el comunismo terminaron en el capitalismo. Fue un extraño puente aquel que los llevó del capitalismo al capitalismo.
Lo cierto es que él no podía vislumbrar que en el último cuarto del siglo XIX las tecnologías avanzarían con una velocidad insospechada, aumentando su peso en la productividad de manera decisiva, que la sindicalización creciente de los trabajadores y las políticas reformadoras generarían mejores condiciones de vida y la pauperización de la clase obrera dejaría de ser inevitable por largos periodos, sin que las tasas de explotación descendieran necesariamente.
El capitalismo se mostrará maleable, flexible, innovador, capaz de seguir produciendo un avance sin precedentes en la economía mundial y capaz de atravesar guerras y crisis sin autodestruirse.
Una vez más, la historia se rebelará frente a los determinismos de sistemas y modelos.
Lo particular, entonces, respecto de Marx es que pese a ello continúa estando presente más allá de sus aciertos y errores en el debate político e intelectual. Como hemos visto, su presencia es a veces mayor y a veces menor, pero nunca está ausente.
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