La enigmática Rebeca Schäfer

<p>La hija adoptiva de Paul Schäfer es una chilena de 42 años que apenas habla español. Su imagen de mujer tímida -como se la vio hace una semana en el funeral de su padre- está lejos del recuerdo que muchos tienen de ella en Villa Baviera: una joven severa, con liderazgo, que hacía notar su relación con Schäfer y disfrutaba de privilegios. </p>




Cuando detuvieron a Paul Schäfer, el 10 de marzo de 2005, en su casa en el barrio de Tortuguitas, Argentina, su hija adoptiva tenía 38 años. A quienes la vieron en ese momento, no sólo les impactó que Rebeca Schäfer Schneider aún llevara el peinado de niña que usó toda su vida en Villa Baviera -un par de trenzas castañas colgando sobre sus hombros-, sino también que en la sencilla decoración de su dormitorio lo único que sobresalía era un juguete: un oso de peluche que al cuello tenía una corbata. Todos los presentes supusieron que esa prenda debía ser de su padre, quien entonces llevaba nueve años requerido por la justicia debido a abuso sexual de menores y era el hombre más buscado por Investigaciones.

Rebeca parecía rendirle culto a Schäfer y atendía todos sus cuidados domésticos. El nexo entre ambos era fuerte. Durante este último tiempo en el hospital de la Penitenciaría de Santiago, el alemán -quien falleció el fin de semana pasado, a los 88 años- sólo se levantaba y se duchaba los sábados, para esperar en pie a su hija. En esas visitas, ella tomaba notas de lo que él le dictaba. Junto a su abogado, José Luis Sotomayor, eran los únicos que lo iban a ver a la cárcel.

Desde el 2005, cuando se difundió su imagen, el rostro de Rebeca, conocida como Becky en Villa Baviera, llamó la atención. No sólo por el curioso aspecto infantil de una mujer que ya bordeaba los 40 años -es de las pocas colonas que siguen apegadas al atuendo de falda, calcetas blancas y zapatones-; también por su presencia. Hasta entonces, sólo los habitantes de Villa Baviera y los expertos en Colonia Dignidad sabían de su existencia (Investigaciones la tenía, desde 1997, en la lista de los 18 colonos que eran parte del círculo de hierro de Schäfer). De ahí en adelante, en las escasas veces que la prensa ha logrado captarla, siempre se ha mostrado con la cabeza gacha, sin levantar la vista ni pronunciar palabra. Como si fuese de una timidez extrema, actitud que ha mostrado también en sus declaraciones judiciales, donde casi no ha hablado. Sin embargo, en el enclave alemán hay un recuerdo de ella muy distinto a ése: una joven severa, mandona, que hacía lo posible por sobresalir ante los adultos y que buscaba distintas formas de hacer notar, sobre todo a su generación, que ella era la hija del jerarca.

Principios de los 70: Rebeca (con una pelota en brazos) junto a la matrona de Colonia Dignidad, Ingrid Seelbath.

En Villa Baviera no se usaban las palabras "mamá" ni "papá", sino tía o tío. Pero Rebeca aprovechaba siempre de hacer la diferencia con el resto. De niña, cada vez que hacía mención a Schäfer usaba el término "mi tío". Para dejar claro quién era su padre. Además, según ex colonos, gozaba de privilegios frente a los demás. Podía moverse con mayor libertad por los predios y entrar a lugares prohibidos para el resto -la Villa estaba llena de cámaras de vigilancia-. Se paseaba junto a Schäfer en su Mercedes Benz o sentada en la moto en la que se movía el jerarca. Y tenía un lugar privilegiado en la orquesta con su violín, pese a no ser la más talentosa, y era dura cuando dictaba clases con este instrumento a alumnos que eran apenas pocos años menores que ella.

Hay quienes dicen que Rebeca fue una niña sin infancia, como todas las de Colonia Dignidad. Sólo jugaba a las rondas y luego debía hacer tareas. No había espacio para juguetes. Aunque en una ocasión, cuando llegó un embarque desde Europa, ella fue la única a quien Schäfer le regaló una muñeca. Además, tenía acceso a las mejores recetas de la pastelería de Villa Baviera, las que jamás compartía. Pese a que no eran de su invención, las guardaba como un secreto. Su especialidad era el mousse de chocolote. Hacía postres sólo cuando había visitas.

Su imagen más reciente fue exhibida el domingo 25 de abril. Ese día, Rebeca fue parte de los pocos asistentes al funeral de Schäfer, celebrado en el único cementerio que aceptó hacerse cargo del cadáver -el Parque del Recuerdo Cordillera de Puente Alto-, donde fue despedido en una tumba sin nombre. Otro de los presentes allí fue Peter Schmidt (54), hijo de un jerarca y cofundador de la Colonia (Hermann Schmidt). Peter está sindicado como uno de los "cerebros" de la huida de Schäfer a Argentina. Son muy unidos con Rebeca. Hay versiones que indican que viven juntos en Talca; otras sostienen que ambos habrían partido hace poco a Viña del Mar.

En los 80, Rebeca con una compañera del grupo las Falken.

Ex colonos sindican a Schmidt, el amigo de Rebeca, como un hombre brillante, "casi un genio" y experto en cálculo, diseño, electrónica y matemáticas, pese a nunca haber pasado por la universidad. Un talento que lo habría hecho colaborar recientemente en la oficina de un empresario de Talca del área de construcción y arquitectura. Incluso mientras permaneció preso tras encubrir a Schäfer en Argentina, pidió que le llevaran un notebook a la cárcel de Parral para no perder tiempo en sus proyectos. Dicen que su celda parecía una oficina: había planos por todas partes.

¿Valenzuela o Soto?

Al interior de Parral, dos familias que no se conocen entre sí -una en el sector Bajos de Huenutil y otra en la localidad de Catillo- aseguran ser las verdaderas parientes de Rebeca. Ella, sin embargo, no ha mostrado ningún interés por conocerlas. Para todos en Colonia Dignidad, Becky era la hija de Schäfer, una chilena que apenas habla español, pero es muy fluida con el alemán.

Ambas familias, los Valenzuela Soto y los Soto Fuentes, vieron la imagen de Rebeca que difundió la prensa en 2005 -fue Contacto el programa que sorprendió al grupo que encubría a Schäfer (ver recuadro)- y de ahí en adelante empezaron sus conjeturas. Gran parte de sus dudas se basan en que en Colonia Dignidad las adopciones de niños chilenos en los 70 fueron un tema que escasamente se transparentó. Además, era común que muchos campesinos que confiaban sus hijos al enclave perdieran durante años contacto con ellos.

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