Agustín Silva y el significado de protagonizar película sobre caso Larraín

El actor está en Berlín presentando Aquí no ha pasado nada, una película incómoda que, además de estar inspirada en el caso Larraín, muestra la superficialidad y la falta de conciencia de los jóvenes de la elite chilena.




Antes de que empiece la primera función de Aquí no ha pasado nada en la Berlinale, su director, Alejandro Fernández Almendras, toma el micrófono y dice: "Si son chilenos, van a tender de qué se trata esta película. Si no lo son, también". La afirmación intriga al público extranjero, que luego, en el Q&A —espacio para hacerle preguntas al equipo del filme— se enteran con sorpresa que el filme está inspirado en hechos reales, que en Chile, el hijo de un senador atropelló y causó la muerte de un peatón y quedó en libertad. La cinta, eso sí, no toma el camino obvio, y en vez de centrarse en Manuel Larrea, "el Martín Larraín" de la ficción, el cineasta pone la cámara en Vicente Maldonado, el amigo que viene en el asiento trasero del auto cuando ocurre el accidente fatal.

El personaje está interpretado por Agustín Silva (22), quien debutó a los 14 años en La Nana (2009), la película de su hermano Sebastián Silva, y que, desde entonces, ha actuado en casi todos sus trabajos: Magic Magic (2013), Crystal Fairy (2013) y Nasty Baby (2015); además de colaborar con Magaly Rivas, en Princesita, y con Fabrizio Copano, en Prueba de actitud, dos filmes que se estrenarán este año. En Aquí no ha pasado nada, su papel es el de un veinteañero descarriado de clase alta que se la pasa de fiesta en fiesta en el sector de Zapallar, y que, entre drogas y bidones de piscola, una noche termina envuelto en el atropello de un hombre. Traicionado por sus amigos y por su memoria resacosa, Vicente es apuntado por los abogados de Manuel como el culpable del accidente.

"No hemos sido contactados por la familia Larraín, pero esperamos ser demandados para tener más publicidad", dice entre risas Fernández Almendras en el Q&A. "Pero no creo que lo hagan, porque son demasiado inteligentes como para hacer eso", asegura. El cineasta no hace una condena moral explícita ni lanza un grito furioso contra la injusticia en Chile, sino que opta por mostrar la realidad tal cual es, sin juicios ni prejuicios. De ahí que sea tarea del espectador sacar conclusiones, algo que ha incomodado a algunos críticos, como a Peter Debruge, de Variety.

"No es una película que ajusticie simbólicamente a la clase alta o a los Larraín, sino que pone en el tapete cierto tema de discusión —explica el director—. Me pareció más interesante que hacer un juicio que, al final, es un prejuicio. Me gusta más explorar que sancionar, me gusta mostrar lo más fielmente posible la realidad, con su complejidad y ambigüedad. Por eso se conserva bastante fría en términos de emitir un juicio. Hablar de estos temas desde la pasión es superpeligroso. No es una película fácil".

El aporte de Agustín Silva, en tanto, fue fundamental no sólo en la construcción de su personaje, sino también del ambiente que describe el filme. "Estoy inmerso en esa clase, me relaciono con personas de ese mismo tipo y creo que nunca se ha provocado tanto a ese círculo social en el cine. Alejandro decía eso: es un poco un tema tabú y la gente no se atreve a hablarlo porque son los poderosos de Chile. Creo que esta película es el retrato más fiel que se ha hecho de ese mundo en el cine chileno".

—Curiosamente, el universo en el que viven esos jóvenes desatados es muy católico y conservador.

—Durante toda mi estadía en el colegio me moví en esos círculos, y era eso: fiesta en La Dehesa, piscola al seco, al día siguiente misa con caña, confesarse y después dejar la cagada en una fiesta. Es un mundo de clase alta contradictorio, superinconsistente y que tiene cero capacidad de autocuestionamiento. Creo que el núcleo del problema de esos jóvenes es la falta de vocación. Porque en Chile es supercomún estudiar ingeniería comercial impuesto por los padres, porque es la carrera que va a dar plata y porque no puedes defraudar a tu ascendencia ni manchar tu apellido. Es gente que estudia una carrera que odia y que se descarga el viernes y sábado contra eso. Ese estilo de vida lo veo mucho. Y está infundado por el miedo. Eso es lo que le pasa al personaje de Vicente, por eso es tan moldeable. No tiene ninguna pasión, entonces verse involucrado en un juicio, yo siento que hasta en algo lo estimula, le da un poco de propósito a su vida.

—¿Qué crees que aporta el hecho de que la película esté enfocada en Vicente y no en Manuel?

—Hace que la historia se centre en otras cosas, como en las relaciones humanas superficiales, en la ingenuidad del personaje. El hecho de que no haya sido él el culpable hace que el problema y la historia tengan otros matices que no sean el conflicto legal, los fiscales y el caso mismo.

—¿Qué te parece que la película se haya financiado a través del crowdfunding y sin apoyo estatal?

—Encontré predecible que no fuera a ser financiada por el Estado, porque fue un caso político y se vio envuelto un senador de derecha. Es provocativo y quizás no se quieren casar con esa idea. Cuando estaba mandando e-mails para el crowdfunding recibí muchas respuestas tipo "yo no me quiero ver envuelto en esto, Carlos ya ha sufrido demasiado", y yo pensaba: "pero no se trata de eso". Está inspirado en el caso real y tampoco pretende tomar un lado político. Es difícil sentir que estoy disociado políticamente cuando intento explicar algo relacionado con la película. Siempre siento que me van a encasillar en algún partido. Eso me pasa con Chile. Todo es muy blanco o negro. No se puede entender un hecho por lo que fue.

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