El fin de la historia (y el último hombre)

Al despedir a David Bowie, los británicos despiden también a una parte de su historia. Su larga carrera fue protagonista y testigo de profundos cambios económicos, políticos y sociales que marcaron el siglo XX.




En 1971, un enojado transeúnte, portando una pistola, amenazó a un artista promisorio que caminaba por las calles de Los Ángeles, California. "¡Bésame el trasero!", le gritó el irritado peatón, quien no pudo soportar la idea de que esa naciente celebridad, llamada David Bowie, usara un vestido durante su gira promocional. Antes de que la androginia inspirara colecciones de moda y que celebridades se asumieran orgullosamente como transgéneros, el artista inglés tomaba la incipiente apertura valórica de su sociedad y la transformaba en performance.

Hoy, de alguna forma, despedir a David Bowie es despedir a una era. Una que estuvo marcada por la apertura que dejó la revolución sexual, la angustia de la Guerra Fría, las conflictivas políticas neoliberales de Thatcher y, sobre todo, un profundo existencialismo posmoderno. De todo esto podemos encontrar un poco en él, quien —de manera más o menos calculada— sintetizó en su figura grandes tensiones que marcaron la historia reciente.

La más evidente es el género. La apariencia andrógina de Bowie se instala con fuerza a principios de los 70, momento en el que la sociedad inglesa intentaba —no sin conflicto— sacudirse los resabios de la conservadora moral victoriana. La sexualidad era campo de batalla y fuente diaria de polémica. Por un lado, el periódico The Sun lanzaba Page 3 (antecedente directo de "La bomba 4" de La Cuarta) y ocurría en Londres la primera marcha del orgullo gay. Por otro, grupos cristianos organizaban festivales en Londres contra el desarrollo de una "sociedad permisiva" y se promulgaba la primera ley británica que prohibía explícitamente matrimonios del mismo sexo. ¿Y David? Con Hunky Dory conquistaba a la crítica, mientras declaraba que era gay —primero—, bisexual —después— y avivaba el fuego afirmando que su orientación sexual era lo mejor que le había pasado en la vida.

El 11 de julio de 1969, cinco días antes del lanzamiento del Apolo 11, Bowie lanza Space Oddity. En plena Guerra Fría, el solitario viaje de Major Tom hacia el infinito toma el oscuro tono del desastre inminente que auguraba la época. Todo, nutrido por la ciencia ficción de 2001: Odisea en el Espacio y otras historias de Arthur C. Clarke, distopías en las que el futuro ya llegó y no era tan bueno como prometía. El imaginario de la carrera espacial es adaptado y transfigurado por Bowie en Ziggy Stardust, el alienígena-mesías que trata de salvar la Tierra transformándose en estrella, pero fracasa y termina suicidándose.

Un panorama oscuro que precede a la llegada de la era Thatcher. La premier asume en 1979, mientras el país descendía a un caos económico, y un profundo derrotismo recordaba a los británicos que los tiempos del Imperio y la megapotencia habían quedado atrás. Las políticas neoliberales de la Dama de Hierro consiguieron el anhelado boom económico, pero al mismo tiempo cambiaron la vida que los británicos habían conocido hasta el momento. El desmantelamiento del Estado de bienestar generó rechazo y conflicto, y terminó poniendo al mercado en el centro de la vida social.

En una era en la que reina el mercado, la imagen es la materia prima, y David Bowie parece haber aprendido esa lección antes y mejor que todos. Ziggy Stardust, Aladdin Sane y Thin White Duke sembraron la idea (plasmada en "Changes") que vendría a ser la máxima del pop: el que no se reinventa, muere. En 1994, mientras hablaba a The Independent sobre borrar las barreras existentes entre distintas formas de arte, Bowie declaró: "No creo que sea suficiente ya con hacer un disco. Es una sociedad visual ahora. Creo que el énfasis en la forma narrativa de la canción va a desaparecer, y va a ser remplazado por la forma visual. Tiene mucho que ver con el ascenso del posmodernismo, pero supongo que es una versión más definida del existencialismo de Sartre".

Consciente del vacío en la frenética lógica de la industria, no todo fue forma para el londinense. En "Under Pressure", explora junto a Freddy Mercury cierta falta de humanidad en las sociedades. En "Fall Dog Bombs the Moon" satiriza el poder y la industria militar. Y aunque no fue explícitamente político la mayoría de las veces, la obra de David Bowie habla en tono warholiano de cómo son y serán las sociedades occidentales.

A pesar de que su muerte puede ser interpretada como el fin de una era, el eterno vanguardista supo demostrar que incluso al morir estuvo un paso más allá. Porque Bowie, además de todo lo que ya había entregado, supo planear la despedida perfecta. Una que ocurre en lenguaje digital, con un álbum y un video que se propagan con la velocidad que sólo internet puede dar, cuyo deceso se anuncia precisamente por Facebook, y cuyas condolencias y tributos ocurren en las redes sociales. Su último gesto de partida, si bien concluye una etapa, le hace un guiño a la nueva que se abre. Una era digital en la que David Bowie no estará, pero que, nuevamente, supo hacer suya antes que todos.

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