Nostalgia de Saul

Los primeros minutos dejan las expectativas demasiado altas y sus creadores no están muy interesados en satisfacer la necesidad que ellos mismos crearon. Lo que quieren es cocinar la caída al precipicio a fuego lento.




Los primeros cinco minutos del capítulo inicial de la segunda temporada de Better Call Saul son casi perfectos. Cinco minutos que muestran el futuro del personaje luego de la trama de Breaking Bad. Un mañana en blanco y negro, carente de colores, rutinaria. Ese infierno al que Bob Odenkirk, el ex abogado de Walter White, se somete por voluntad propia.

El problema es que esos cinco minutos dejan las expectativas demasiado altas y sus creadores no están muy interesados en satisfacer la necesidad que ellos mismos crearon. Lo que quieren es cocinar la caída al precipicio a fuego lento. Con idas y venidas, decisiones que se toman y luego se retraen, con la difusa moral de quienes colindan con el mal y empiezan a calcular sus beneficios. Todo esto, junto a los cameos, hace que la serie se convierta en un caramelo para los viudos de Breaking Bad. Cuesta imaginar que alguien que no haya visto la serie de la cual se desprende este spin-off pueda disfrutarla. Porque Better Call Saul, hasta el momento, tiene sentido en función de Heisenberg. Uno pone las fichas en que, en algún momento, despegue, acelere el ritmo. Pero esta vez, por lo que parece, los autores nos quieren mostrar otra cosa. Algo más parecido a nuestras propias vidas.

"Better Call Saul", disponible en Netflix.

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