"Pasamos al extremo del hipermoralismo"

Todo indica que este año Chile caerá en el ranking internacional de percepción de corrupción. A las razones —los casos Penta, Caval y SQM— se sumó un nuevo factor: "Hoy cualquier conducta es mirada como sospechosa", dice Alberto Precht, director ejecutivo de Chile Transparente.




Durante años siempre es la misma noticia: Chile figura entre los países menos corruptos de América Latina según el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional (TI), un lugar que ha compartido con Uruguay en la posición número 21. Pero este año, como ya lo adelantó en su visita a Chile la semana pasada el presidente de Transparencia Internacional, José Ugaz —quien se reunió con Michelle Bachelet en La Moneda y entregó un premio al economista Eduardo Engel tras su trabajo en el Consejo Asesor Presidencial Anticorrupción—, los últimos casos que hoy investiga la Fiscalía impactarán por primera vez en los resultados, que serán dados a conocer el próximo 27 de enero.

La medición, que se realiza cada dos años, coincidió, además de los procesos por colusión, con los casos de financiamiento ilegal de la política —Penta y Soquimich— y la investigación del caso Caval. Una coyuntura inédita, explica Alberto Precht, director ejecutivo de Chile Transparente, capítulo chileno de Transparencia Internacional.

—¿Es la primera vez que Chile arriesga salir del ranking de los países menos corruptos de la región?

—En el pasado hubo una variación, pero de casos puntuales. Si uno racionaliza la historia de las causas denominadas de corrupción, en 1993 fue el Davilazo, que influyó en la percepción. Luego aparecieron los Sobresueldos, MOP-Gate y Chiledeportes. Pero esta es la primera vez en nuestra historia posdemocracia, porque los gobiernos dictatoriales son intrínsecamente corruptos, en que tenemos un período tan largo y con procesos tan diversos. Pero hoy, cuando tú hablas de casos de corrupción, una persona podría decir Caval, otra Penta, otra SQM y otra financiamiento (ilegal) de la política. Es decir, existe una sensación más global de que tenemos un problema que hay que resolver.

"Hoy, cuando tú hablas de casos de corrupción, una persona podría decir Caval, otra Penta, otra SQM y otra financiamiento de la política. Es decir, existe una sensación más global de que tenemos un problema que hay que resolver"

—¿Cómo afectará al país que Chile cambie su lugar privilegiado? ¿Influye en la inversión?

—Sin duda podría haber una afectación en cuanto a cómo se ve el país. Afortunadamente, nosotros estamos en el reino de los ciegos, que es América, uno de los continentes más corruptos del mundo. Por ello siempre Chile, a menos que ocurriera una desgracia, aunque aumentara nuestra percepción de corrupción, va a seguir teniendo un lugar de privilegio. Chile siempre ha estado en la franja con Francia, Estados Unidos y Uruguay. Pero eso no significa que porque tengamos ese lugar nos vayamos a dormir en los laureles. Por lo demás, uno espera de estos índices que haya una reflexión y una reacción de decir que hay que recuperar la posición de liderazgo.

—Chile se había mantenido en el mismo lugar.

—La gran pregunta que tiene que hacerse Chile es por qué nunca hemos podido pasar del lugar 20 al 15 o del 15 al 10, por qué ha estado estancado siempre. En una analogía futbolística, ser campeón de segunda división para un equipo de segunda es una tremenda alegría y Chile siempre ha estado ahí: es campeón de segunda y llega a la primera división, pero rápidamente baja. Es como un equipo ascensor y no hemos subido porque, como se dice en buen chileno, nos ha faltado la chaucha para el peso. Y eso uno lo ve en la nueva normativa, porque se avanza en la medida de lo posible también en materia de corrupción.

Entonces, ahora vamos a eliminar el aporte de empresas a las campañas, cosa que está muy bien; también vamos a aumentar el financiamiento público, a poner sanciones, incluso de cárcel, lo que está muy bien. Pero no ponemos una norma que nos permita que la competencia entre incumbentes y desafiantes en el Congreso sea más equilibrada. Y con ello se ponen todos los incentivos para que la carrera previa sea una donde haya la tentación de cometer una irregularidad.

—Si Chile cambia su índice, ¿es un país corrupto?

—No. Significa que hoy tenemos una mayor percepción de la corrupción y eso abre una oportunidad. Por ejemplo, hoy nadie se acuerda en Chile de los robos de cajeros automáticos, pero había una percepción gigante de que había muchos casos. Y cuando ese fenómeno se repite y la gente no racionaliza, se cree que los delitos aumentan. Pero si uno ve las cifras duras, la tasa de delitos violentos no explota. Lo que sí estalla es la percepción de que se está más inseguro y eso tiene que ver, en el caso de la corrupción, en que son causas muy públicas. Sin embargo, hace pocos días, el Consejo de Defensa del Estado (CDE) consiguió la condena más alta para el lavado de activos en la historia de Chile, y de ella no se tiene percepción.

—El caso Mazza.

—Sí. Y el caso Mazza, en cuanto a percepción de corrupción, debe tener cero, porque para la gente es complejo. Pero es un caso de corrupción puro y duro, con maletines de verdad, con personas viajando a distintos países. Pero la causa Mazza no es tan notoria como, potencialmente, podría ser el caso Caval. Porque la publicidad de las personas involucradas genera un mayor impacto, lo que causa que la ciudadanía entienda que estamos en una sociedad más corrupta de la que deberíamos estar.

—Sin embargo, a diferencia de otros años, hoy Chile tiene simultáneamente varios casos abiertos.

—En el financiamiento a la política lo que se está cuestionando es cómo se hicieron las cosas desde la vuelta a la democracia. Pero yo no separo las cosas hasta el 2003, que es cuando hubo la primera regulación al financiamiento. Chile es un país normalista y legalista y siempre se buscaron formas de aumentar los aportes a las campañas y, sobre todo, en los periodos preelectorales, los que, entre paréntesis, siguen estando no regulados. Y como somos un país bastante correcto, esto se hizo por la vía de hacerlo bien tributariamente. Es decir, el hombre del maletín no aparece en esta historia; sino que surge más bien el hombre de la boleta y el contador.

—¿Es más grave el hombre del maletín con dinero que el hombre de la boleta en cuanto a la percepción de corrupción?

—Es igual de grave en cuanto a la percepción. Pero, evidentemente, el hombre del maletín no tiene cómo justificar esa plata, la que puede venir del narcotráfico o la trata de personas, por lo que no sabemos su origen. En cambio, el hombre de la boleta no tiene cómo justificar su trabajo, pero las boletas vienen de una fuente lícita. Las platas que entrega una persona para una campaña vía boletas ideológicamente falsas, uno puede saber cuál es el origen y, hasta lo que sabemos, este siempre ha sido lícito.

—¿Y esto "salva" a Chile de ser corrupto?

—No lo salva. Pero pone las cosas en perspectiva. Este no es un país donde el crimen organizado haya permeado a la política y las instituciones. Y si alguien dice "es que se comparan con países con alto nivel de crisis". Ojo, esto del maletín pasó en España, en Alemania con el escándalo de la Democracia Cristiana y en Italia con el caso mani pulite (manos limpias). Entonces, a nosotros que nos gusta tanto compararnos con los mejores, hay países más arriba que han tenido problemas mucho más graves con el financiamiento de la política en cuanto al origen de los fondos.

—Hasta ahora, se sabe que los dineros sólo han ido a campañas políticas y no al patrimonio personal. ¿Eso cambia las cosas?

—Sí. Y es por eso que a la Fiscalía le cuesta tanto comprobar las tesis de cohecho. Yo puedo en esto tener una posición disidente, pero es muy difícil comprobar que efectivamente haya cohecho en los casos que hemos ventilado. Pero hay situaciones que son especiales, como la del senador Orpis y así lo ha estimado la Corte, en cuanto que al menos amerita ser desaforado por cohecho y lavado de activos.

—Enrique Correa sostiene que los casos de financiamiento ilegal de la política no son corrupción. ¿Cree que hay debate en eso?

—Es un debate saber cuándo hay corrupción y cuándo no. Pero en la percepción ciudadana, lo que hay acá es corrupción. En el lenguaje técnico es muy discutible qué podemos encontrar y qué no. Es por eso que a uno le gustaría que se distinguiera un poco más, porque cuando ponemos todo en el mismo saco, lo que se genera es la sensación de que todo está perdido. Y en Chile las instituciones no están perdidas: hay una Fiscalía que ha actuado con autonomía; hay un Parlamento que, con detalles menos o más, ha funcionado y está sacando una legislación de una estrictez increíble pese a que hay puntos graves que no están tratados. También hay una Presidenta de la República que nombró una comisión independiente (Engel) que ha sido validada, lo que demuestra que el país tiene capacidad de reacción. Pero si la percepción y este enojo sólo lo dejamos ahí y bajamos los brazos en lo ciudadano y lo individual creyendo que todo está perdido, se puede generar el efecto contrario.

"El hombre del maletín no tiene cómo justificar esa plata, la que puede venir del narcotráfico o la trata de personas, por lo que no sabemos su origen. En cambio, el hombre de la boleta no tiene cómo justificar su trabajo, pero las boletas vienen de una fuente lícita"

—¿En qué se traduciría ese efecto contrario?

—En tomar las justicia con las propias manos y hacer las prácticas que los otros hacen. Yo he escuchado esto en mi círculo: "¿Para qué voy a pagar impuestos si el Estado se los roba?, ¿para qué voy a pagar impuestos si los parlamentarios se los roban?". Y yo trato de decir que esto se vea en perspectiva. Pero nosotros no vivimos en un país que esté efectivamente corrupto. Entonces, cuando se crea una falsa realidad y esta se mantiene en el tiempo, está el peligro de decir: "Da lo mismo si pagamos impuestos". Y uno de los primeros síntomas de eso es la baja participación en los procesos electorales. Voy a llevar un ejemplo un poco lejos, pero muy actual: no temo a equivocarme que si se hace una encuesta en Sinaloa y se pregunta ¿en quién confía más usted: en el presidente o en el Chapo Guzmán? La gente va a decir que en el Chapo Guzmán. Y eso es porque los mexicanos ya no creen en sus instituciones. Pero en Chile no hemos llegado tan lejos. Por eso es grave que estas percepciones se mantengan en el tiempo y que las instituciones no reaccionen.

—Sin embargo, hoy la tolerancia de la ciudadanía es cero. Por ejemplo, hubo duras críticas a los parlamentarios por sus préstamos sin intereses.

—Hoy las personas no tienen ninguna capacidad de distinción. Es cosa de ver las redes sociales. Lo de los préstamos en el Congreso es algo que no cae bien, que se ve muy feo. Pero es legal, está dentro de los márgenes y podría haber un detrimento en las arcas fiscales, pero muy marginal. Pero no estamos hablando de fraude al Fisco. Es más, es una auditoría voluntaria que hace la Cámara la que descubre los préstamos y lo revela. Eso nos debería alegrar. Es una buena noticia, pero termina siendo un escándalo.

—¿En eso influye el ambiente?

—Por supuesto. Hoy todo es mirado con sospecha y hemos pasado del apretón de manos invisible, es decir, de todas estas cosas que se hacían por debajo pero que las elites las sabían, como lo de las boletas, al otro extremo del hipermoralismo: cualquier conducta es mirada como sospechosa y cualquier persona a la cual se le apunta con el dedo es considerada de inmediato culpable. Y eso es muy grave, porque no te permite distinguir.

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