"Si el ministerio va a ser un púlpito para que los científicos hablen desde un altar, yo me opongo"
Una de las voces claves en la discusión del ministerio de ciencia hace un repaso de las luces y sombras del proyecto, y asegura que de promulgarse pondrá en jaque el rol del mundo científico en chile.
El biólogo Andrés Couve, de 49 años, es uno de los científicos que han seguido más atentamente el desarrollo del futuro Ministerio de Ciencia. Primero, como parte de la comisión científica que asesoró al gobierno pasado previo a la elaboración del proyecto —de cuya poca influencia terminó muy decepcionado—, y luego como un interlocutor clave en el mundo académico.
El mes pasado, de hecho, participó de la única reunión que ha realizado el gobierno de Piñera con el mundo científico y productivo, a la que sólo fueron invitadas una docena de personas. El punto central de la reunión, cuenta, era discutir si era necesario hacer cambios profundos en el proyecto o sólo corregir las indicaciones que lo llevaron a la Comisión Mixta. Y aunque ese día no hubo respuestas claras, esta semana el Ejecutivo le dio suma urgencia al ministerio y eso volvió a generar expectativas.
"El gobierno anterior quiso aprobar el proyecto tal como estaba para tener un logro legislativo. Estábamos desviando la mirada hacia un objetivo muy mezquino: sacar ventajas políticas"
Sin embargo, el director del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica dice tener claro, por su experiencia en el proceso, que será un camino largo y repleto de dudas.
—Ha habido avances en la dirección correcta, pero no en la magnitud esperada. Uno, ingenuo, creía que todo iba a ser más inmediato, que nos íbamos a evitar la complejidad política y social, pero esto no es lineal. Esas cosas las hemos ido entendiendo al participar: cómo se ejerce el poder, qué rol tenemos que tener los académicos. Si queremos participar no basta con mostrar evidencia, hay que compatibilizarla con visiones de otros mundos.
—¿Has tenido que aprender de política?
—Sí, nos ha enseñado qué tiene que aprender la ciencia para entrar en política. Esto se trata de no soltar la bandera. Es una batalla en la que hay que ser perseverantes, mantener las posiciones y tener muy claro para dónde queremos avanzar.
—¿Por qué crees que el proyecto no recogió muchas de las recomendaciones que dieron en la comisión presidencial?
—A mí no me hubiese importado que un primer borrador fuera muy distinto a lo que planteamos en la comisión. Éramos un grupo reducido, no muy diverso. No éramos un grupo donde la ciudadanía estaba pensando su futuro. Lo que no me pareció adecuado fue que, estando ya ese borrador, no hubiese una actitud de recoger de verdad las opiniones del mundo científico.
—¿Cuándo sentiste eso?
—Con un grupo de académicos de ciencias naturales, sociales y humanidades hicimos una revisión del proyecto como si analizáramos críticamente un artículo científico. Un análisis no gremial, pensando en el impacto que tendría en el país. Y llegamos a la conclusión de que había que hacerle algunas modificaciones sustanciales. Pero ahí empecé a encontrarme con un pared.
—¿Qué sugirió esa revisión crítica?
—Varias cosas. Por ejemplo, que además de faltar vinculación con el sector privado, faltaba también con el sistema educacional y con el mundo cultural. Vinculación de la ciencia con otros quehaceres. Nuestras propuestas tenían que ver con cómo hacer que este ministerio articule muchos quehaceres para producir descubrimientos en ellos y aplicarlos en todas las áreas.
—Y te topaste con oídos sordos.
—No había voluntad para incorporar estos elementos más complejos. Son cosas más difíciles, que había que pensar mucho mejor. Y si no, había que dejar el ministerio superabierto, para que tuviera atribuciones en el futuro frente a esas cosas.
—¿Por qué crees que el gobierno no quiso entrar en ese terreno?
—El gobierno anterior quiso aprobar el ministerio tal como estaba para tener un logro legislativo en un tema importante.
—¿Aunque tuviera agujeros?
—Sin ninguna duda. En las últimas sesiones se pidió que por favor saliera durante ese gobierno, y no por favor porque es una institucionalidad que va a ser relevante para el futuro de Chile. Estábamos desviando la mirada desde el objetivo principal hacia un objetivo muy mezquino: sacar ventajas políticas. Y había grupos que temían que si no se sacaba en ese momento, el proyecto se iba a hundir.
—Sin embargo, el proyecto no salió. ¿Crees que fue un esfuerzo débil?
—¿Qué hizo el gobierno anterior para fortalecer la ciencia? Nada. Trataron de aprobar un proyecto de ley para que se percibiera una voluntad que tenía costo cero, ni político, ni financiero. Si al menos hubieran dejado el ministerio financiado para su propio funcionamiento, pero ni eso. Pero no es un comentario contra Bachelet. Los últimos gobiernos, incluyendo el anterior de Piñera, no han demostrado voluntad política para incorporar a la ciencia en la visión de desarrollo del país. Y los científicos no hemos sido capaces de plantear por qué es importante esta cuestión. Hablamos del financiamiento, pero ¿dónde encuentras la posición de la comunidad científica sobre por qué esto será un elemento de desarrollo para el país? El desarrollo no es el último paper que sacaste de tu especialidad. Los científicos no hemos hecho una introspección para ver cómo podemos contribuir al desarrollo.
***
—¿Cuánta incertidumbre existe hoy sobre el futuro del proyecto?
—El gran temor en la academia era, y sigue siendo, que esto se entierre y no vea la luz por un largo tiempo. Este gobierno tiene una responsabilidad muy grande de aclararlo, aunque ya dio la señal de ponerle suma urgencia. La preocupación más grande, y donde se va a ver la realidad, es cuánto apoyo monetario le van a dar después.
—¿Es suficiente el proyecto? Se ha dicho que es un Conicyt con maquillaje.
—Yo lo veo un poco así. Tienes a un ministro, un subsecretario y una agencia, que va a ser Conicyt con algo más de recursos. Con eso no le entregas a esta nueva institucionalidad muchas más capacidades que las que tiene hoy. Como mínimo debería tener más de una agencia: una dedicada a investigación, otra a innovación y otra a capital humano. Y el otro gran tema es el financiamiento del ministerio en sí mismo. Los recursos que tiene hoy no son suficientes para tener una buena oficina.
—No se ha hablado, hasta aquí, del dinero disponible para investigación...
—No, de eso olvídate. Todo el mundo ha dicho que eso va por otro carril, que es parte de la discusión presupuestaria. Y está bien, pero la voluntad para decir "nos vamos a poner las pilas" tampoco ha estado…
—Tampoco ha comenzado la discusión sobre qué cosas necesita investigar el país. ¿El ministerio será capaz de establecer ejes que beneficien a Chile?
—Pucha, yo no sé. Primero tienes que ser capaz de generar esa visión, y después tienes la dimensión política. El ministro tendrá que tomar esa visión y otros insumos de la realidad nacional para bajar la estrategia a una política. Cómo financiamos ciertas cosas, dónde ponemos los énfasis, si apostamos todo al litio o tenemos una cartera equilibrada…
—A muchos científicos no les gusta hablar de la "utilidad" de lo que hacen. ¿La primera batalla del ministro será convencerlos de que investiguen sobre cosas que beneficien al país?
—La primera batalla va a ser entusiasmar al gobierno con que esto es una gran oportunidad para el país. Si a un científico no le gusta hablar de la utilidad de su investigación es un problema del científico. Si no estás preparado para responder eso, no estás preparado para recibir fondos públicos, que son de todos los chilenos. Yo reflexiono mucho sobre por qué hago lo que hago, por qué estoy tranquilo gastando fondos públicos, aunque de mi laboratorio no salga ninguna patente, ni genere empleo.
—¿Y por qué estás tranquilo?
—Porque la utilidad no se puede medir sólo en términos económicos. La ciencia tiene impacto a muchos niveles: en inspiración de los jóvenes, en formación de gente que en el futuro puede investigar cosas que beneficien a Chile. Pero necesitamos establecer mecanismos que permitan saber cuáles son las cosas que nos podrían beneficiar colectivamente. En los últimos gobiernos se han definido áreas estratégicas y no hay sorpresas: el cobre, los salmones, el vino. Pero tenemos que ser capaces de desarrollar una mirada más profunda de nuestro futuro, que involucre participativamente a la colectividad que se va a ver impactada por esas decisiones.
—¿Crees que la gente en Chile piensa que el trabajo de los científicos los beneficiará? ¿Que mejorará sus vidas?
—Esa es una pregunta superbuena. En las encuestas el científico todavía es un profesional muy valorado, pero a la vez hay una desconexión respecto a quiénes hacen ciencia, en dónde se hace, cómo son los que la hacen. Es paradójico, el científico está bien evaluado pero nadie sabe qué hace. Cuando digo que el ministro tiene que inspirar, no quiero que salga a contar cuánto se demora la luz en llegar a la Tierra, sino que demostremos un quehacer que puede ser relevante para el desarrollo social.
—¿Piensas que en eso debería hacer un mea culpa la ciencia chilena?
—Yo creo que sí. Hay una responsabilidad de la comunidad científica de no participar en la complejidad social. Está muy encapsulada y es algo profundo, a nivel global: los científicos han asumido el rol de ser una especie de traductores de un mundo oculto, al que solo nosotros podemos ir para decirles al común de los mortales cómo deben comportarse. Es un reemplazo de la figura del sacerdote. Por eso, la oportunidad que tenemos con el ministerio es que la ciencia sea parte de una sociedad en donde hay diferentes visiones, y la ciencia es una más.
—¿El principal rol del ministro debería ser defender a los científicos o, por el contrario, velar por el interés del pueblo chileno para que investiguen cosas que sean beneficiosas?
—Yo creo que este no debe ser un ministerio para los científicos, y me preocupa que lo sea. Es una oportunidad para que el país adquiera una manera de hacer las cosas que no ha sido incorporada previamente. Pero desde una posición de mucha mayor humildad de parte de los científicos, que debemos entender que la ciencia no es la realidad, sino una forma de conocerla, que también convive con otras formas. Si el ministerio va a ser un púlpito para que los científicos hablen desde un altar, yo me opongo.
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—¿Es difícil hablar de más inversión en ciencia cuando hay más de dos mil estudiantes de doctorado para los que no existen puestos de trabajo?
—No es que tengamos caprichosamente a miles de jóvenes estudiando afuera. Chile tiene un número de personas que se dedican a la investigación siete veces menor que el promedio de los países de la OCDE, con los que nos encanta compararnos. Una manera de suplir eso es formando gente. Ahora viene la segunda parte del plan: cómo los integramos, en dónde, cómo compatibilizamos su integración en la academia, en el mundo productivo y en el Estado.
—¿No es irresponsable formar a tanta gente sin tener esas respuestas?
—Ese es el resultado de no tener una visión estratégica, de no implementar políticas públicas, de tomar decisiones que no tienen una continuidad planificada. Hacemos esto de mandar jóvenes a estudiar porque tenemos las lucas en el momento, pero la segunda parte del plan simplemente no existe. Lo que podría solucionar un ministerio es entender eso: si la visión del país es formar gente, de qué manera se debe continuar después con su inserción.
—Parece una obviedad absoluta.
—Absoluta. Pero simplemente hemos perdido esa capacidad de planificar. Yo no sé cómo se inserta a miles de personas, y creo que es algo injusto que les garantices un puesto de trabajo. Pero tenemos que poner incentivos para que vuelvan al país, incentivar a las instituciones para que tengan políticas de jubilación, proponer medidas para que se inserten en las empresas y en el Estado. Todo eso falta, y es justo lo que no debe faltar.
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