FOTO: LUIS SEVILLA FAJARDO

Gunter Seelmann: "Escapé del Holocausto, pero fui preso político en Chile"

"Cuando a mi padre lo liberaron del campo de concentración, con mi familia dejamos Alemania y nos fuimos a Holanda. Luego a Chile. Aquí, siempre tuve conciencia social. Estudié Medicina, entré al Partido Socialista. El 11 de septiembre de 1973, fui detenido a mediodía".


Recuerdo perfectamente la madrugada en que los nazis arrestaron a mi padre por ser judío; incluso sé lo que estaba haciendo. Nosotros éramos nueve primos con derecho a dormir con nuestra abuela paterna una vez a la semana. Ese día, 9 de noviembre de 1938, había llegado mi turno. Yo tenía siete años. Apenas nos acostamos, gente desconocida entró a la casa y destruyeron todo. Eran el nazismo alemán. La fecha es simbólica, conocida como "la noche de los cristales rotos". Hubo linchamientos y ataques a ciudadanos judíos radicados en Alemania, a sus negocios, al comercio asociado y principalmente a los padres de familia. El mío fue uno de ellos.

De esos años, recuerdo los boletines acusándonos de las cosas más tremebundas y los avisos en los cines prohibiéndonos la entrada.

Las persecuciones a los judíos en el oriente de Europa y en el occidente tenían una historia previa, pero lo que hizo Adolf Hitler cuando el nacionalsocialismo logró el poder en 1933 en Alemania fue concretar el antisemitismo de la manera más brutal. Mi familia era de clase media, vivíamos en Aachen, una ciudad que ya existía en la época de los romanos, al norte de Alemania, y mi padre era técnico textil. Vivíamos en un ambiente tenso porque la médula de Hitler era el racismo, y estaba contra todos quienes le parecían extraños: eslavos, gitanos y judíos.

El Holocausto, tradicionalmente, se refiere a la matanza misma. Recuerdo que a mi padre se lo llevaron en un bus directo a uno de los campos de concentración. Fue un periodo de incertidumbre, no sabíamos si volvería. Aún no se había dado la instrucción de meterlos a todos en cámaras de gas. A mi padre lo devolvieron a la casa. Lo esperábamos mi madre y mis dos hermanos; y arrancamos a Holanda.

Estuvimos sólo diez meses en Holanda. Allí hicimos el trámite para llegar a Chile, país que ninguno conocía, pero sabíamos que podíamos estar seguros. Llegamos en 1939 a Concepción; la ciudad estaba totalmente destruida por el terremoto que mató a casi 50 mil personas. Fui al Liceo Enrique Molina, un colegio austero donde iban todo tipo de alumnos. Vivíamos en una casa provisoria de madera, estrecha y oscura, donde mi papá instaló una fábrica de colchones.

Él nunca conversó con nosotros de las cosas que le ocurrieron en el campo de concentración. Creo que fue algo tan duro, que preferí nunca preguntarle. Sólo en 1947 se hizo el balance trágico del holocausto y dimensionamos la magnitud de lo ocurrido. Mi padre tenía tres hermanos y sólo uno de ellos se salvó. Sí, tuve familia sobreviviente; pero nunca volvimos a hacer familia como antes. Recuerdo cuando una pareja de amigos de la familia -a quienes les mataron a su único hijo- que llegó a Chile arrancando nos mostró un álbum con fotos de los campos de concentración. El impacto de ese momento todavía no desaparece en mí.

Por mi historia, siempre tuve conciencia social. Estudié medicina y tenía conversaciones políticas con gente de la comunidad judía. En la época previa al golpe de Estado, yo era activo en asuntos políticos estudiantiles y tenía una ideología política clara: militaba en el Partido Socialista.

Para el golpe yo tenía 43 años, había sido dirigente del Colegio Médico y trabajaba en el servicio público. Los médicos de derecha llamaban a huelga a cada rato, pero yo seguía trabajando. Al mediodía del 11 de septiembre fui detenido junto a muchos otros conocidos a la isla Quiriquina. Pasé torturas, como todos, pero es un tema en el que no profundizo, porque yo estoy vivo y sé lo que han pasado muchas familias. Estuvimos hacinados en un gimnasio durante dos meses, mientras nos hacían construir una vieja cárcel disciplinaria que estaba destruida en la isla. Tuvimos que armar nuestro propio lugar de encierro. En Quiriquina alcancé a estar ocho meses detenido. Afuera me esperaban tres hijos y mi señora.

Un día, mientras estaba detenido, me llamaron y me dijeron que no tenía ningún cargo para que me acusaran y que me dejarían libre. Fui uno de los primeros en salir, y creo que sólo fue suerte y porque había una presión internacional muy fuerte por los hechos de tortura y desaparición que ocurrían en Chile.

Recuerdo el miedo con el que salí y el momento en que me reencontré con mi gente. La historia se repetía con mi familia, pero esta vez me tocó a mí. Cuando me liberaron, me enviaron a una cárcel en Santiago. Pensé que ahí me iban a liquidar. Tiempo después supe que un pastor luterano se preocupó de mi situación. Él llegó a mí porque la comunidad alemana me consideraba ciudadano alemán. Supieron por mí gracias a dos primos que sobrevivieron al Holocausto y que le dieron noticias mías.

Cuando me liberaron en la cárcel en Santiago, me enviaron directo a Alemania. Volver era mi única posibilidad, además que los alemanes me reclamaban junto con otros ciudadanos que estaban en mi misma situación. Gracias a ellos tampoco fui a proceso en Chile. De más está decir que yo nunca hice algún daño, estuve detenido sólo porque Augusto Pinochet quiso eliminar a quienes pensaban distinto a él.

Es muy impresionante el proceso que viví con Alemania. Primero, cuando niño, de una violencia feroz; y luego, ya de adulto, de un agradecimiento infinito. Para ellos soy alguien a quien hay que mostrar. Cada vez que voy, me invitan a charlas o salgo en algún diario por mi historia: escapé del Holocausto, pero fui preso político en Chile.

Allá tenía todo para quedarme porque me fue bastante bien, recuperé mi nacionalidad sin dejar la chilena y tuve un reencuentro que era necesario, pero preferí volver a Chile. Fue en 1985. Acá me reincorporé con una sola meta: la recuperación de la democracia. De hecho, fui el primer presidente del departamento de derechos humanos del Colegio Médico. En eso he trabajado hasta hoy, aunque por la edad que tengo ya no en dirigencia.

El miércoles se conmemoró el Día del Holocausto. Lo que pasé en Alemania y luego en Chile, en vez de olvidarlo, se lo he transmitido a jóvenes y lo condensé en un libro llamado Memorias políticas, publicado en 2016. Me sirvió para recordar y para marcar un punto en lo político. Las muertes y persecuciones no se pueden pasar por alto, pero sobre todo, como decía Salvador Allende, hay que trabajar por la libertad de hombres y mujeres para construir una sociedad mejor.

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