Lo que pensaba Anthony Bourdain de Henry Kissinger

Lo que pensaba Anthony Bourdain de Henry Kissinger

En un capítulo dedicado a Camboya, el escritor y chef profundizó en la dramática historia del país atizada por el fallecido secretario de Estado de Nixon.


El conocido chef y escritor Anthony Bourdain vio más mundo que nadie y era famoso por no tener reservas (ni filtros) cuando hablaba de asuntos peliagudos, como la historia de oriente, la política exterior estadounidense o el legado de Henry Kissinger.

En sus programas de televisión y sus guías de viajes, Bourdain ofreció una inmersión honesta de varios sitios sin dejar de lado ningún tema.

Tal es el caso de su libro póstumo Comer, viajar, descubrir (Planeta), donde entrega consejos imprescindibles sobre cómo llegar, dónde comer y, en algunos casos, qué evitar, junto al contexto esencial de rincones tan disímiles como Bután, El Líbano y Myanmar, entre casi medio centenar de destinos.

En el capítulo dedicado a Camboya, el conocido chef neoyorkino fallecido en 2018 parte recordando la “hermosa, salvaje y extraordinariamente dolorosa historia en torno a un genocidio inimaginablemente pavoroso”.

“Él estaba bien informado acerca de este asunto por el que tanta pasión sentía —introduce en el texto su editora y co-autora Laurie Woolever—: la desastrosa participación del Gobierno de Estados Unidos en el devenir político del Sudeste Asiático en tiempo de la guerra fría”.

El presidente Richard Nixon junto a Henry Kissinger en el Air Force One en 1972

Lo que pensaba Anthony Bourdain de Kissinger

Según escribe Bourdain en su libro póstumo, desde su primera visita a Camboya en el año 2000 para el programa Viajes de un chef —y luego con No reservations, una década después—, siente que por fin ha llegado al lugar indicado.

“Una feliz, estúpida y maravillosa confluencia de acontecimientos. Arrozales que pasan de largo, perfecta la música que oímos en nuestras cabezas. No sé si está pasando algo profundo, pero lo parece”, anota allí.

Entonces recuerda la cruenta historia contemporánea de Camboya: “El 17 de abril de 1975, los tanques de los Jemeres Rojos entraron en Nom Pen. Ese fue el día que puso fin a años de una cruenta guerra civil. Y también fue el día que marcó el comienzo de una época de terror, locura y caos de una magnitud inimaginable”.

Murieron más de 1.7 millones de personas, observa Bourdain sobre el movimiento capitaneado entonces por Pol Pot, “un hombre que se hacía llamar Hermano Número Uno”.

El plan era crear un paraíso agrario ultramarxista, pero antes de eso, el pasado debía ser erradicado”, recuerda el fallecido chef y viajero. “Dos mil años de cultura e historia camboyanas conocieron un final abrupto. Se declaró el año cero. Todo lo que había existido antes de él debía desaparecer”.

Luego anota: “Tantos muertos hubo que, para deshacerse de los cadáveres, en Nom Pen y alrededores se habilitaron zonas enteras, conocidas posteriormente como campos de la muerte”.

El fin de ese periodo vendría casi un lustro después. “Cuando en 1979 el vecino vietnamita desplazó del poder a los Jemeres Rojos, facturando a la selva a Pol Pot y compañía, quizá salvaron el país, pero los problemas no terminaron ahí. Simple y llanamente, algunos de los cabrones de los viejos tiempos siguen ocupando posiciones de poder en los nuevos”.

En su último viaje a Camboya el año 2010, Bourdain contrasta sus visitas anteriores: “La última vez que estuve aquí, estas calles no estaban asfaltadas. En el año 2000 esto era más silvestre y mucho más peligroso, un lugar que aún no se había repuesto de los tiempos en que esta ciudad pasó de tener dos millones de habitantes a solo unos cuantos funcionarios de los Jemeres Rojos”.

Se llevaron al campo a empleados, oficinistas, taxistas, cocineros y los obligaron a trabajar la tierra —escribe Bourdain—. A cualquiera que tuviera la desgracia de ser médico, abogado, profesional, políglota, que tan solo llevara gafas, lo mataban”.

Parafraseando su libro de 2001, Viajes de un chef, texto complemento de su serie televisiva del mismo nombre, Bourdain reflexiona: “Después de estar en Camboya, uno ya no desea otra cosa que matar a Henry Kissinger con sus propias manos. Nunca más podrás abrir un diario y leer noticias sobre esa escoria insidiosa, prevaricadora y asesina… sin atragantarte”.

Luego, cierra: “Viendo lo que hizo Henry en Camboya, los frutos de su talento de estadista, cómo se entiende que no esté sentado en el banquillo de los acusados de La Haya junto a Milosevic…”.

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