Ragnar Behncke, vikingo criollo
Levantó una empresa -en Santiago y en Boston- que ofrece mapear en tiempo real las interacciones humanas en una reunión y así optimizarlas. Pero hubo un largo camino previo. Que incluyó manejar camiones; asistir a clases de arte y ecología; y hasta observar bonobos en El Congo junto a su famosa hermana, la primatóloga Isabel Behncke. También amar y quebrar y recomponerse con un padre que decidió darle el nombre de un rey vikingo. Ése no es un detalle.
"Mi nacimiento es un experimento social".
Ragnar Behncke se despacha esa frase sin inmutarse, con naturalidad. Como quien comenta el color del cielo o el precio de la UF. Entonces, lo explica:
"Mi madre, Aileen Erazo, se acostó con mi padre, Rolf Behncke, una sola vez. Quedó embarazada y nací yo. En un contexto donde ella es la hermana de la esposa de mi padre. Pero esto no fue un conflicto. Mi padre y su esposa, Carmen Erazo, mi tía, tenían un proyecto comunitario, un proyecto familiar extendido, con una visión de mundo donde no querían mentirse; y para eso cuidaron los puntos de amenaza donde los seres humanos tendemos a mentir, que generalmente es el adulterio. Porque nos pasa a todos que nos enamoramos de otros estando en pareja. Entonces ellos pensaron: '¿Cómo lo hacemos cuando ocurra esto? Porque va a ocurrir'. Y entonces dijeron: 'Construyamos una familia súper estable, no el matrimonio clásico que no dura nada porque la gente se engaña, se pilla y se acaba el amor. Hagamos que esto no sea pecado, que se permita y se valore el ser humano que se enamora de otros'. En ese contexto, lo de mi madre se acoge, se respeta y se acepta".
Ragnar Behncke nació un 18 de marzo de 1985, en un parto que fue apurado por el terremoto que en los días previos había azotado a la zona central. Lo parió Aileen en una clínica de Santiago. Rolf y Carmen la acompañaron; y juntos recibieron al niño.
Aileen sólo se quedaría con ese hijo único. Para Rolf ya era el tercero, y con el tiempo sumaría un total de 7. "Con cinco mujeres distintas", precisa, aún sin inmutarse, su hijo Ragnar.
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Foto: Roberto Candia[/caption]
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Ragnar Behncke resume su historia como la de un hombre que siempre ha estado buscando su guion. Su espacio propio en medio de una familia donde todos brillan. Donde su abuelo, el ingeniero Rolf Behncke Hammacher, fue uno de los fundadores de Codelco y ocupó altos cargos en varias mineras. Donde su padre, Rolf Behncke Concha, fue también ingeniero, pero luego se decidió por la ciencia y fue partner de Humberto Maturana y Francisco Varela en el desarrollo de la teoría del árbol de conocimiento. Donde su hermana mayor, Isabel Behncke Izquierdo, es una primatóloga reconocida por sus estudios sobre los bonobos, con una carrera armada en Cambridge y en Oxford y que hoy se divide entre Inglaterra, Estados Unidos y Chile.
"Me he tenido que hacer un lugar allí", reconoce, con la voz un poco más compungida. Además, ha debido cargar con un nombre icónico, de esos con peso histórico. El del adorado rey vikingo, guerrero incansable del siglo IX, que unificó los reinos del territorio nórdico, cuyo nombre significa nada menos que "el poder de los dioses". Pero Ragnar Behncke no siempre se llamó Ragnar.
"Hace un par de años, alguien me recomendó hacerme la carta astral, entonces tuve que ir al Registro Civil para pedir la hora exacta de mi nacimiento y me dieron tres papeles distintos. Y eso tiene una explicación. En la cultura exploratoria en que estaba mi mamá cuando yo nací, ella decidió que llevara como primer apellido el de mi abuela materna. Fui inscrito como Benjamín L'Huillier. Después mi papá dijo: 'Pero yo quiero que lleve mi apellido'; y bueno, me cambiaron el nombre a Benjamín Behncke. Luego mi papá, que ama la mitología vikinga, de esos guerreros imparables porque nunca tienen miedo y andan buscando la muerte, dijo: 'La verdad es que yo siempre me quise llamar Ragnar'. Mi madre aceptó, y cuando tenía dos años pasé a llamarme Ragnar Behncke".
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Ragnar Behncke vivió hasta los 15 años con su madre. Partió estudiando en el Grange, donde no fue fácil su ingreso: pese a sacar un buen puntaje en las pruebas de selección, dice, no lo aceptaron porque era hijo fuera del matrimonio. El alegato airado de su padre logró abrirle finalmente un cupo. Pero en segundo básico lo cambiaron a un colegio Waldorf. Allí, a su cariño innato por la ciencia, heredado del padre, sumó el gusto por el arte, territorio cercano a su madre.
En segundo medio, recuerda, quería salirse del sistema educacional. Se lo planteó a su madre, pero ella se lo prohibió. "Tú no tienes ninguna autoridad sobre mí", le respondió el hijo, quien pescó sus cosas y se fue a vivir con su padre a Temuco. Allá, Ragnar cumplió su deseo: creó su propio colegio, El Pequeño Roble, donde era el único alumno y el único profesor. "Me divertía mucho y daba exámenes libres", dice. Entonces su hermana Isabel, ocho años mayor, quien ya estudiaba en Inglaterra, le dio un consejo en una de sus visitas al sur. Dice él que ella le dijo: "Eres un viejo chico. Tienes 15 años, anda de hacerte amigos, anda a ser joven, pololea. Métete al colegio, a cualquiera, y disfruta tu juventud". Y él le hizo caso: terminó la media en el Saint John School de Concepción, ciudad a la que había sido trasladado su padre.
-¿Cómo era en esos días la relación con Rolf, tu padre?
-Mi padre es un inventor, un pensador que tiene teorías propias y sabe mucho, que se ha leído todo, que escribe libros y se codea con los científicos más importantes del mundo. Tener a alguien así de papá es un lujo, aunque es súper exigente. Siempre te estimulaba la confianza en ti mismo, decía: "tú evalúa, tú piensa, tú habla; yo no te voy a pasar la papilla picada".
Así, buscando sus propias respuestas, Ragnar Behncke se fue a estudiar Bachillerato de Ciencias y Humanidades en la Universidad de Chile. Era 2004. Luego de dos años, y de graduarse, vino la oportunidad que podía cambiarle la vida. Nuevamente fue un soplo de su hermana Isabel: la Universidad de Cambridge buscaba voluntarios para ir seis meses a la selva de Brasil a observar los monos muriqui, y a modo de retribución les daba un cupo para estudiar Neurobiología. Ragnar tomó el desafío. Lo entusiasmaba y le hacía sentido: su padre siempre le había repetido que para crear sociedades igualitarias -un tema de conversación permanente entre los Behncke- había que ir a la primatología a tomar lecciones.
"Pero sólo estuve un mes. Un día íbamos siguiendo a los muriqui y se desató una tormenta. Los muriqui estaban todos juntos a la intemperie. Miré esto y dije: '¿Cuál es la casa de ellos?'. Yo estaba ahí, alejándome de mi familia para irme a Inglaterra y ser exitoso, para convertirme en lo que había dicho mi papá: 'el mejor neurobiólogo del mundo'. Pero bajo la lluvia miraba a los muriqui y pensaba: '¿Cuál es la casa de ellos?'. Y la casa de ellos son ellos mismos. El sentido de un primate es estar con su familia. Así que dije chao y me devolví a Chile".
Se esfumó Cambridge y el reto de ser neurobiólogo.
No sería la única vez que Ragnar Behncke huiría.
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De regreso, Ragnar Behncke, así como los primates que vio en Brasil, se refugió en la familia. Empezó a trabajar con su padre, como editor de uno de sus libros. Además, como tenía tiempo, iba de oyente a la UC y a la Universidad de Chile. Asegura que asistió a 42 cursos en cuatro años. Que estudió filosofía, arte, sociología, ecología.
Entonces, apareció nuevamente Isabel. La hermana que, reconoce Ragnar, "es la persona que más admiro en el mundo".
Isabel necesitaba irse seis meses a El Congo a estudiar a los bonobos, para su tesis de doctorado, y le pidió a su hermano que la acompañara. Que se encargara de la filmación y de la recolección de datos. Ragnar Behncke ya sabía cómo meter esos datos en un software para armar las redes de interacción social entre primates. Aceptó la oferta. Partieron en febrero del 2010.
-¿Cómo fue esa experiencia?
-(Silencio). Es que si me meto en profundidad en eso, no salimos más…
-¿Por qué?
-Ocurrió lo siguiente: el 2009 un amigo estaba muy enfermo, y mi papá, que hace terapias de salud, me dijo: "Invítalo a vivir a la casa y lo sanamos". Y tal cual: lo invité y se curó. Pero en un momento tuvieron una diferencia y mi papá lo echó, sin consultarme. Me dijo: "Ésta es mi casa". Y en ese minuto, para mí se acabó el proyecto comunitario en que creía.
-¿Te dolió?
-Eso quebró mi estructura, me mató. Yo estaba entregado al proyecto familiar, construyendo un paraíso. Y con esto me di cuenta de que no iba a ser posible un espacio de participación comunitaria, porque a la hora de las decisiones importantes, mi papá mandaba. Esto fue un mes antes de partir a África. Entonces yo llegué a África angustiado, con una crisis existencial, quebrado por dentro. Llamo a mi papá y le digo: "Llevo una semana angustiado sin dormir, tengo miedo de morirme en África". Y él me dijo: "¿Quieres abortar? ¿Tú sabes la responsabilidad que tienes, los recursos que hay puestos en ti, las expectativas, lo que se está jugando? No es opción. Se te va a pasar esta cuestión". Pero la angustia sólo aumentó.
A los tres meses llegó a la selva el entonces marido de Isabel, que había sido médico militar. Lo de Ragnar había alcanzado el nivel de emergencia. "Fue a rescatarme. Yo estaba mal, pero nunca dejé de trabajar, eso era lo único que me afirmaba al mundo. Después de hablar conmigo, le dijo a mi hermana que yo no estaba loco, sino en una crisis de ansiedad. Me preguntó si quería irme o no. Y lo que yo me imaginaba era: "me voy a subir a un avión y mi hermana quedará sola. El proyecto de sacar datos y filmar no se va a poder hacer, y ella no va a poder sacar la tesis y va a perder todo…". Me dije que yo no podría vivir con eso encima, que prefería morirme. Y me quedé".
Ragnar Behncke cumplió hasta el último día. Tragándose la angustia. Soportando la cabeza que sentía estallar. Grabó los videos para Isabel y trabajó los datos para armar las redes de interacción de los bonobos, que constituyen una de las sociedades más igualitarias del mundo: liderada por hembras, allí todos tienen igual acceso a la comida, al sexo y a la atención del resto. Todo eso lo vieron los dos hermanos en horas y kilómetros de caminatas en medio de la selva africana.
Tras regresar a Santiago, Ragnar Behncke se desmoronó. No se pudo levantar de la cama en dos meses.
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Octubre de 2018. Ragnar Behncke camina por la parte alta del cerro Los Dominicos. Allí, 60 hectáreas son de su familia. Dos tercios son de su padre. El resto es de su hermana Isabel. "Este lugar es mi refugio", dice él. Su fuente de energía. El sitio donde se repliega cuando necesita conectarse consigo mismo y pensar profundo, como lo hizo cuando regresó abatido desde El Congo en 2010.
Muestra un viejo almendro, ya seco. No es uno cualquiera: en las raíces, cuenta, sus padres enterraron hace 33 años su placenta luego de que él nació. Poco más arriba, se detiene frente a otro árbol. Un quillay, bajo el cual muchas noches de verano viene a dormir. Ha estado tantas veces, y por tantos años, en este lugar, que ya conoce el cerro en todos sus estados. Y dice que en cada uno de ellos, éste es un cerro distinto: con niebla, con nieve, con sol inclemente, al amanecer, de noche.
Salta entre las rocas con destreza, sin importarle que sus zapatillas de lona podrían hacerle resbalar fácilmente. Se mueve rápido y audaz, pese a que no se ha sacado ni el gamulán. Pese a que en cada salto cruza espacios que dan al vacío. Ni siquiera piensa que un movimiento en falso podría significar un porrazo peligroso.
Aquí arriba, Ragnar Behncke no le tiene miedo a nada. Como los vikingos.
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Foto: Roberto Candia[/caption]
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Luego de El Congo, él se desconectó. Sacó licencia para manejar camiones y buses; y se dedicó a eso. "Tenía que vivir de algo; y no pensaba volver a la casa de mi papá", dice. Eso, además, le dejaba tiempo para dibujar, escribir poesía, componer música.
En eso estaba cuando lo llamaron del CIAE (Centro de Investigación Avanzada en Educación, de la Universidad de Chile). Querían saber si los análisis con un software que había hecho de las relaciones entre bonobos podrían servir para desarrollar un sistema similar que permitiera mapear la interacción de estudiantes en una sala de clases. Ragnar dijo que sí, y junto a profesionales de ese centro crearon y aplicaron con éxito un programa para ver cómo se comporta la atención de los alumnos. El proyecto arrojó datos útiles, como que los niños miran a un profesor lo mismo que a los otros compañeros: apenas un 3% del tiempo. Se abría, con eso, todo un campo de estudio y mejora.
Desde el CIAE le pidieron hacer un doctorado, para que después pudiera hacerse cargo de la investigación en el centro. Estaba todo listo para que lo hiciera en la Ecole Polytechnique, en Francia. Pero entonces, tal como le había ocurrido años atrás en la selva de Brasil, a Ragnar Behncke algo no le calzaba. Se fue a pensar al cerro de Los Dominicos y concluyó que prefería dar un paso al lado.
Otra vez, Ragnar Behncke huyó.
Tomó sus cosas, agradeció y en diciembre de 2013 se fue a vivir en carpa dentro de un vivero en las cercanías de Caburgua. Retomó la música y la pintura. Empezó a hacer clases de biología en colegios rurales. Y comenzó una terapia para entender por qué se sentía a la deriva y focalizarse en qué hacer. Estuvo dos años así. Hasta que un día vio la película Código enigma, con la vida del matemático Alan Turing, y eso le dio un nuevo aire: "Turing dijo: 'La II Guerra Mundial no se ganó por la fuerza, sino porque entendimos el poder de la comunicación humana'. Este gallo salvó millones de millones de vidas con un software (que descifraba los códigos nazis); este gallo hizo el primer computador. Yo pensé: 'Quiero ser como Turing; quiero hacer una épica así'".
Recordó lo que había hecho en CIAE y regresó a Santiago. Quería crear una empresa que desarrollara un software capaz de mostrar las redes de interacciones que se dan dentro de una reunión, cualquiera que ésta sea. En 2015, a punta de deudas y préstamos de los amigos, creó SocialMap. Un año después, se asoció con Chandu Nair, quien le abrió las puertas de inversionistas norteamericanos. Abrieron sede en Boston.
Hoy, SocialMap tiene financiamiento y clientes. Sus programadores han logrado lo que Ragnar Behncke buscaba: que los datos de las interacciones humanas en una reunión se recojan con dispositivos sensoriales, se analicen rápidamente en un servidor y se entregue feedback en tiempo real a los participantes para optimizar la efectividad de esa cita. Que, por ejemplo, se alerte oportunamente si alguien no deja hablar a los demás o si hay algunos demasiado distraídos. "O sea, es tecnología para facilitar un encuentro cara a cara entre humanos. Para darle calidad a sus vínculos", explica Ragnar.
En su nueva vida de emprendedor, divide su tiempo entre Santiago y Boston. Viaja con frecuencia, y en esas vueltas por el mundo se encuentra con su hermana Isabel: "Nos hemos topado en los lugares más curiosos. Al verla, me viene de inmediato el sentimiento de hogar. Nos queremos mucho". Con su padre las cosas están en calma: "Después de haber pasado tanto juntos, hay una complicidad especial. Nos amamos full. Quizás es a lo que llegan todos los papás e hijos después de haberse buscado toda la vida. Tenemos un rito: me voy a su casa en el campo y nos vemos varios capítulos seguidos de la serie Vikings". Ragnar tampoco olvida a quienes están partiendo en el mundo del emprendimiento tecnológico, porque el despegue -como él bien lo sabe- no es fácil. Por eso participa en el grupo G-100, donde 80 emprendedores más consolidados financian a los que recién comienzan.
"Me demoré 30 años en entender cuál era mi rol, mi guion. Porque creo que la vida es un teatro, como dice Balzac. El que entiende su guion, gana el partido", dice Ragnar, convencido.
-¿Cuál es tu guion finalmente?
-Creía que mi rol era imitar a mi papá y ser un alternativo, un rebelde, salirme del sistema. Pero a los 30 años descubrí que mi rol es volver al sistema, igual que mi abuelo. Soy la continuidad de esa familia; el punto es que me tocó una familia muy particular. Pero descubrí qué quiero hacer: ser un facilitador de procesos colectivos de transformación cultural de la vida cotidiana.
-Y seguir hasta el final, como un vikingo.
-El gran desafío de mi vida fue llamarme Ragnar Behncke. ¿Qué significa? Que tuve que ser hijo de Rolf Behncke y nieto de Rolf Behncke y sobreviví, y no me suicidé. ¿Cachái? Como no me suicidé, ahora tengo la libertad y la capacidad de soportar mucha presión y disfrutar. Puedo enfrentarme a cualquier tipo de jerarquía o poder. Porque para mí el desafío fue antes, fue familiar, fue soportar un nivel de exigencia y expectativa inhumano sobre mí.
-Más encima con ese nombre…
-Es que si tu papá te pone Ragnar, ¿qué quiere? Que seas emperador del mundo. Y si tú no cumples eso, estás fallando el mandato familiar, porque tu abuelo fue emperador, tu papá es emperador y tú tienes que ser emperador. Pero yo a los 30 años le dije adiós a la corona. Aunque se enojen, porque ya me da lo mismo.
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