Reconstruyendo a Roser Bru, mi abuela
En septiembre se cumplen 80 años de la llegada del Winnipeg. Allí, junto a 2.200 españoles que huían de la Guerra Civil, llegó Roser Bru. Hoy, la conocida pintora apenas lo recuerda. Con 96 años y las secuelas de un infarto cerebrovascular, su memoria se ha ido esfumando. Su nieta menor, Amalá Saint-Pierre, tomó el desafío de reconstruir esos recuerdos y salvarlos del olvido. Ese trabajo, que tomó una década, se transformó en una obra de teatro que se estrenará el próximo mes en el GAM.
De los tres nietos de Roser Bru, es la menor. La más curiosa. Desde niña, Amalá Saint-Pierre (37) husmeaba en el taller de su abuela sólo para verla pintar. Bru solía darle Negritas mientras en sus cuadros aparecían Miguel Hernández, García Lorca, Goya o el miliciano caído de Robert Capa.
Amalá, de ocho años en esa época, creyó que se trataba de amigos de su abuela. Pero cuando creció y se dio cuenta de que a través de esos célebres personajes Bru simbolizaba los dos exilios que han marcado su existencia -el propio y el de su padre Lluis-, encontró una llave maestra.
Una llave para entender a una abuela que se ha contado a sí misma a través de sus obras desde que llegó a Chile a bordo del Winnipeg hace 80 años, pero también una explicación para su propia sensación de desarraigo.
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Le dice Mara, que es una chilenización de la palabra madre en catalán. Y aunque hoy vive a dos cuadras de ella, en Providencia, Amalá nació en París en 1982, cuando su madre, Agna Aguadé Bru, se asiló en Europa también exiliada: no del franquismo, sino de la dictadura de Pinochet.
Aunque la criaron en español, el idioma de Amalá fue el francés hasta que cumplió los 8 años. Con la llegada de la democracia se vinieron a Chile y se instalaron en la casa que su abuela tenía en el sector de Manuel Montt. Era octubre del 90 y Amalá era apuntada con el dedo. Le decían retornada. Y ella, que nunca antes había pisado este país, no entendía qué significaba aquello.
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(Crédito: Mario Téllez).[/caption]
-Un día me mandaron a comprar pan y encontré un folleto en el suelo que decía "Muerte a los presos políticos", y quedé aún más confundida. Cuando se lo mostré a mi madre para que me explicara, ella consideró que era muy niña para entenderlo -recuerda.
"La sensación de no saber en qué idioma soñar o hablar con mis padres no me dejaba tranquila".
Amalá Saint-Pierre
Cuando Amalá cumplió 26 años, las preguntas sobre su identidad ya se habían acumulado demasiado. En 2007 se fue a vivir a Barcelona. Y cuando allá se encontró con que una avenida llevaba el nombre de su bisabuelo paterno (Jaume Aiguader) y supo que había sido uno de los fundadores del partido Izquierda Republicana de Cataluña y primer alcalde Barcelona, sintió que apenas se conocía.
Amalá sabía que hacer y deshacer maletas estaba en su árbol genealógico, pero el impacto emocional de los destierros en cada uno de los miembros de la familia no solía aparecer en las conversaciones familiares. Eran un tabú.
-La sensación de no saber en qué idioma soñar o hablar con mis padres no me dejaba tranquila. Necesitaba armar este rompecabezas para saber quién era, pero sobre todo para saber dónde echar raíces -cuenta.
Si ya considerarse franco-chilena era extraño, definirse como franco-chilena-catalana era casi un trabalenguas. En el fondo, Amalá supo que era fruto de tres generaciones de exilios: el de sus bisabuelos, el de sus abuelos y el de su madre. Y el desarraigo apareció en su mente como una especie de karma.
-Era una tara que había cruzado a mi familia entera. Un peso que se había heredado por generaciones y que pesaba sobre mis hombros también -dice.
Se dio cuenta de que tenía pocos antecedentes del tema y empezó a armar el puzle, sola. Las preguntas se transformaron en un zumbido que ya no pudo desoír.
-Quizá por todo eso es que con los años me convertí en garante de la memoria de mi abuela. En sus cuadros ahora veo que está toda la historia de la humanidad. Todos somos hijos de la inmigración y del exilio, sean éstos por guerra, por temas económicos, por lo que sea -dice.
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Amalá optó por hacerse cargo de esta historia. Con el objetivo de desentrañar a sus antepasados catalanes a través del cine, en 2008 participó de la grabación del documental Exilis, de Diego Meza, donde entrevistó a su abuela y a los descendientes de los Aguadé hasta el estreno del filme en 2013. Así supo que Bru había crecido en Francia sus primeros seis años, porque su padre Lluis -entonces un joven militante de un partido de izquierda- había sido exiliado por escribir en catalán, cuando España había prohibido este idioma. Y también porque, con la llegada de Franco, debieron escapar de Barcelona porque todos corrían el riesgo de ser fusilados.
Para subir al Winnipeg que la trajo a Chile, su abuela -que entonces tenía 16 años- tuvo que cruzar los Pirineos en pleno invierno, con una maleta donde sólo recuerda haber echado un libro de impresionismo. Para llegar al campo de refugiados de Montpellier, al sur de Francia, y abordar el barco gestionado por Pablo Neruda -que puso a 2.200 españoles a salvo de la Guerra Civil-, durmió un par de noches escondida en una granja. Recostada sobre la paja húmeda, pasó frío. Estuvo a oscuras. Y oía el viento entrar a través del tablado.
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(Crédito: Mario Téllez).[/caption]
Tener estas conversaciones con su abuela ayudó a Amalá a entender su propia biografía. Pero también le fue dando el lugar de custodia de sus recuerdos.
Amalá la estudiaba, le preguntaba y buscaba en sus álbumes de fotos respuestas para los problemas de pertenencia que identificaba en su linaje. Pero además reparaba en sus silencios. Pasó mucho tiempo preguntándole por su padre: un hombre vital para Bru, pero del que difícilmente habla.
Lluis murió de tuberculosis pocos años después de haber puesto a salvo a su familia en Chile. Recluido en un sanatorio del Cajón del Maipo, fue Roser quien le puso los zapatos antes de sepultarlo en el Cementerio General.
"Se casó con Chile, pero siguió pintando a Goya, a Miguel Hernández y a la bandera independentista".
Amalá Saint-Pierre
No fue la única omisión difícil de sortear. Mirando detenidamente los cuadros de su abuela, Amalá notó que en ninguno había pintado el Winnipeg.
Al preguntarle, ella fue escueta:
-Porque no me pertenece -le dijo.
Pero esto abrió aún más interrogantes para la nieta.
-¿Qué hace que uno sea se sienta de un lugar y no de otro?, ¿qué hace que uno se constituya como ser humano?, ¿hasta dónde afectan los contextos personales y colectivos? -reflexionaba.
Amalá le preguntó varias veces a su abuela si había sentido ganas de regresar a Barcelona. Pero ésta siempre le contestó que no, le dijo que se casó con Chile.
-Se casó con Chile, pero siguió pintando a Goya, a Miguel Hernández y a la bandera independentista -explica Amalá.
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Amalá -máster en Estudios Teatrales y en Gestión Cultural de la Universidad Paris III Sorbonne Nouvelle- quiso ir más lejos. Encabezando el colectivo Mákina Dos, junto al actor y bailarín Francisco Paco López, en 2015 se propuso investigar la biografía de su abuela. La idea era generar un libro que luego pudieran llevar al teatro. Pero cuando ese año postularon el proyecto a Fondart, y a su abuela le dieron el Premio Nacional de Artes Plásticas, la celebración duró poco: días después, un infarto cerebrovascular dejó inmovilizada a Roser Bru.
-Era un desfile de gente que quería un cuadro de ella, una foto con ella o un autógrafo. ¡Cómo no le iba a dar un patatús! -dice Amalá.
Desde entonces, la mujer que decía que pintaba para no olvidar y que acuñó la frase "El pasado es memoria persistente", se fue borrando. Amenazada por el olvido, su nieta sintió que si no rescataba sus recuerdos ahora, podía ser demasiado tarde. Para homenajearla en vida postuló nuevamente al Fondart en 2016. Y ya en 2017 comenzó a registrarla en medio de la cuenta regresiva de sus recuerdos.
-Hubo un momento en que no podía ni comer. Estuvo postrada. Fue muy duro para nosotros -cuenta.
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(Crédito: Mario Téllez).[/caption]
Gracias a un kinesiólogo que la visita semanalmente, Bru salió de la cama. Aunque al principio se frustraba porque trataba de firmar sus cuadros y no podía, poco a poco ha podido volver a tomar los pinceles.
-Ya no son los cuadros espectaculares que solía hacer. Ahora pinta colores, sensaciones y texturas. Y como ya no se puede parar, lo hace en formatos chiquititos. Pero todos los días pinta. Y eso es impresionante.
Su memoria, eso sí, sigue apagándose. Los recuerdos, dice Amalá, se han hecho cada vez más pequeños. Más confusos.
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Debido a esa memoria que se esfumaba, terminar la investigación sobre su abuela no fue fácil. De todas formas, en ese trabajo se basa la obra Bru o el exilio de la memoria que se estrenará en el GAM la misma semana que llegó el Winnipeg a Chile hace 80 años (el 3 de septiembre de 1939).
Además de echar mano a los recuerdos acumulados durante años con su abuela, Amalá tuvo que aprender a abordarla de una manera distinta: debía ayudarle a recordar.
-Nos dimos cuenta que si tú le mostrabas una imagen o llegabas con un cuadro o con una foto, era más fácil que conversara -cuenta.
Aún así quedaban vacíos. Y Amalá tuvo que llenarlos entrevistando a otros miembros de la familia. Buceando en fotos y archivos, y a través de cursos sobre la Europa de comienzos del siglo XX, aprendió de los horrores de la Guerra Civil, el franquismo y también sobre el periodo de Pedro Aguirre Cerda en Chile.
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(Crédito: Mario Téllez).[/caption]
-Por una parte estuvo esa investigación muy académica donde fuimos a la biblioteca, leímos libros y vimos documentales. Pero por otra, decidimos que Francisco Paco López me entrevistara también a mí, para que yo sacara a la luz los recuerdos de mi abuela -dice Amalá.
En una de esas conversaciones, apareció una anécdota que Bru le contó hace 15 años a su nieta, y que estará en la obra donde Amalá interpreta el mismo papel que en la vida real: el de su nieta.
Se trata de la historia de Antonio Jaén, una suerte de romance que Roser Bru tuvo con un aviador durante el mes que pasó a bordo del Winnipeg.
-Ella siempre me dijo que había sido su amigo, pero mi abuelo, Cristián Aguadé, me confirmó que fue más que eso. Que cuando llegó a Chile un par de meses después en otro barco, y fue acogido por los Bru, pues su padre era del mismo partido de Lluis, se encontró con la sorpresa. Mi abuelo, que tenía menos sex appeal que el aviador, pero que era catalán, lo llamó a duelo. Ahí es cuando Jaén se rinde y se va a Concepción, y no se vuelven a ver.
Hoy Amalá todavía le pregunta a su abuela si pololeó con el aviador. Pero Roser se sonroja.
-Es que ya no lo sé -contesta ella con su acento catalán. Ha pasado demasiado tiempo.
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Roser Bru ya no camina por cuenta propia sino gracias a Rosita y a Iris, sus cuidadoras. Pero juega dominó y va todos los martes al taller 99 en el que alguna vez trabajó con Nemesio Antúnez, donde la esperan a comer pollo con papas fritas.
"Decidimos que Francisco Paco López me entrevistara también a mí, para que yo sacara a la luz los recuerdos de mi abuela".
Amalá Saint-Pierre
Los domingos, en cambio, son con Amalá. Como en cada visita, ésta le recuerda que hará una obra sobre ella en el GAM. Y recibe su aprobación.
-La dirigirá Héctor Noguera -le dice la nieta que se ha convertido en una suerte de Pepe Grillo o de bufón de Shakespeare que la ayuda a recordar.
Bru la mira y se lleva la mano a la cara como si sostuviera los pensamientos.
-Ah, el Tito -dice suspirando. Y Amalá se sonríe.
Hace una semana, y mientras quiso hablarle del talento de Noguera como director del montaje, le dijo que era tan amoroso y tan…
-Me quedé buscando la palabra, pero la Mara se me adelantó. "Es tan delicioso", me dijo. Yo no paraba de reír porque a veces tiene chispazos de tanta lucidez.
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La memoria es un tema que le interesa de sobremanera a Amalá. En el contexto de la investigación de la obra entrevistó a un neurocientífico, y cuando éste le explicó que las personas llegaban a un punto en la vida en la que solo recuerdan la pequeña infancia, porque es en esa etapa que las personas construyen su personalidad, entendió que la de su abuela difícilmente volvería.
-Se supone que cuando eres muy viejito y lo has olvidado todo, la pequeña infancia permanece porque todo lo que te pasa en esos años es muy importante a nivel síquico y neuronal. Pero en el caso de mi abuela, hasta los 16 años ésta fue la guerra. Y el cerebro por sobrevivencia borra los traumas. Ella está viviendo un nuevo exilio, el de su memoria -dice Amalá.
En los cuadros de Roser, sin embargo, ella viene desapareciendo hace un rato. En una foto del colegio Montessori de Barcelona que usó reiterativamente en sus obras aparecen todas sus compañeras, menos ella.
-Sale borrada. Simboliza la infancia truncada -asiente Amalá.
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(Crédito: Mario Téllez)[/caption]
Roser expuso por primera vez a los 15 años y no pudo terminar el colegio. Un año después, arriba del Winnipeg, tuvo que hacerse cargo con su hermana Montserrat de la guardería. Época de la que aún recuerda el sonido del mar golpeando bajo sus pies.
-Fue como a esta altura del año que llegamos -dice Roser, tranquila en su casa, mientras ve el partido de Garín y Rosita le peina su chasquilla de Mafalda.
En el Winnipeg todo funcionaba como reloj, acota Amalá. Había periodistas que hacían un diario, pero también meetings políticos y hasta un motel que funcionaba por turnos en un bote salvavidas.
-Era para las parejas de novios y casados que habían estado separadas por la guerra y que se estaban reencontrando -dice la nieta.
"Mi abuela se salvó porque tenía un padre político (fue diputado), pero otros no tuvieron esa suerte".
Amalá Saint-Pierre
Bru llegó en el Winnipeg a Valparaíso, y alguna vez le contó a su nieta que las luces de la ciudad parecían luciérnagas que prendían de los cerros. Recibidos como héroes, con su madre, su hermana y su padre tuvieron que partir de cero. Y su primera casa estuvo en Matta.
Bru es como los cipreses que veía en su infancia en Cataluña: longevos y de raíces largas ancladas a la tierra. Haberse salvado de la guerra mientras otros se quedaron resistiendo en Francia o fueron torturados y muertos en campos de concentración, la han hecho aferrarse a la vida.
-Ahí te das cuenta de las injusticias también. Mi abuela se salvó porque tenía un padre político (fue diputado), pero otros no tuvieron esa suerte. Y sus 96 años, que igualmente han tenido de dulce y de agraz, le rinden honores a esa sobrevivencia. Yo me he preguntado mil veces qué pasaría si a mí me tocara vivir situaciones históricas o políticas como le han tocado a ella. Y creo que no tendría las agallas que ella ha tenido. Ha sido resiliente. Luchadora. Estoica. Aunque estuvo casada con Aguadé, fundador de Muebles Sur, cuando se separaron no se volvió a emparejar. Dijo que se casó con la pintura. En una época donde era difícil ser mujer autónoma, artista, no depender ni afectiva ni monetariamente del marido, eso era muy osado. La Mara tomó un camino de vida de guerrera -dice su nieta.
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Roser Bru siempre fue una gran lectora. Pero los baches en su memoria le impiden leer hoy la investigación que Amalá terminó sobre ella.
Aún así, a veces suenan canciones en francés y las canta de principio a fin.
-Es divertido porque no se acuerda de lo que hizo ayer, pero suena "En passant par la Lorraine" y se sabe toda la letra. Hay otra canción que es muy bonita y cantamos juntas en catalán -dice Amalá, refiriéndose al poema musicalizado que escribió Pere Quart, otro de los viajeros del Winnipeg pero que, a diferencia de Bru, regresó a España.
"Corrandes d'exili" cuenta la historia de una persona que se está yendo de su tierra con la sensación de que la mitad de su vida la está dejando atrás, y la otra mitad ya es añoranza. Lo único que lo ilumina mientras cruza la montaña es la luz de la luna.
Amalá la tararea y se emociona. Aún habiendo hecho este trabajo de investigación, reconoce que no está preparada para la muerte de su abuela. Que el día en que ella ya no esté, le va a costar mucho.
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(Crédito: Mario Téllez)[/caption]
-Hace unos días fui a ver a la Mara y no sé cómo terminamos hablando de José Balmes. Le dije que había muerto y que Gracia Barrios estaba totalmente ida, y que bueno, de alguna manera ella era la última testigo del Winnipeg -dice Amalá.
Roser le contestó:
-Entonces, para qué sigo viviendo si ya están todos muertos.
Y a la nieta se le apretó la garganta.
-Tú sigues viviendo porque necesitas seguir contando cosas. La pintura es tu oxígeno y el día que ya no quieras pintar no seguirás aquí -le dijo finalmente.
Todos los días Rosita la lleva al taller y la sienta frente al atril para estimularla. Pero la pintora, dice la cuidadora, ya no dibuja a Goya, ni al miliciano caído, sino que marraquetas, mesas y tazas que ella llama salomónicas, con unos surcos marcados en los costados y originales del Santiago de los años 40.
-Mi abuela no toma once, pero es bonito que en su estado de pre-muerte, que es un concepto que acuñó desde el Winnipeg y que sigue repitiendo hasta ahora, esté volviendo a un cierto origen. Quizá no es su primera infancia, pero sí son sus inicios en Chile. Para ella Chile siempre ha sido una marraqueta con un tecito. Algo tan cotidiano que es como si dijera: "Aquí estamos, tranquila pintando, y me voy a ir en paz" -dice Amalá.
Mientras ese momento llega, a la nieta le hace ilusión que su abuela esté presente en su estreno, el próximo 5 de septiembre.
-Tiene algo de sicomagia interpretar sus recuerdos en el escenario. Es casi una constelación familiar. Quizá sea esa mi manera de decirle a la Mara que se quede aquí, conmigo, cerquita. Porque hoy gracias a ella sé que mi historia no comienza en París en 1982, sino que también comienza con el Winnipeg, en 1939. En el fondo, yo también tengo 96 años.
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