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Violencia en Chile: la mirada de 10 expertos (Parte II)

Llevamos casi un mes y medio desde que estalló la crisis social y política. Semanas en que también la violencia, en sus distintas formas, no se ha detenido y se ha ido convirtiendo, lamentablemente, en tema obligado entre los ciudadanos que la miran estupefactos. ¿Hay una o muchas violencias?, ¿por qué parece condenarse más a unas sobre otras?, ¿a partir de ahora entenderemos la violencia de otra manera?, ¿hay riesgos de que se normalice?, ¿cuál es el antídoto más eficiente para combatirla? ... Es un tema difícil, que genera rápido escozor, pero que es necesario conversar, como reconocen los especialistas; aunque algunas personas puedan criticar dar espacios a esas discusiones. Por eso, y asumiendo ese riesgo, abrimos en estas páginas una reflexión amplia sobre la violencia, desde distintas aristas, sensibilidades y posturas. Diez expertos chilenos -sicólogos, antropólogos, sociólogos, historiadores- dan sus puntos de vista.


Puede leer la primera parte de este reportaje aquí.

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"En Chile, la violencia policial en el contexto de protestas está bastante naturalizada. Tanto así que conocer estrategias disuasivas utilizadas por policías de otros países, donde el uso de gases y agua está restringido, nos hace caer recién en la cuenta del nivel de violencia que en nuestro país se ejerce sin distinción contra las personas manifestantes (…). Luego, evidentemente hemos naturalizado la violencia que suponen condiciones precarias de vida, propias del sistema neoliberal en el vivimos desde hace más de 40 años. Los suicidios de personas de la tercera edad, las comunidades que mueren lentamente bajo la contaminación de sus entornos en zonas de sacrificio, la violencia cotidiana contra migrantes (…). Pero otra cosa distinta es decir que sectores de la población naturalizan la violencia, cuando en realidad no tienen más alternativa que aceptarla o 'soportarla', como ocurre con la convivencia con el narcotráfico en determinados sectores de las ciudades".

* "También existe violencia con fines delictuales, y no de protesta social. La historia de otros procesos de protestas masivas en otros países muestra que este tipo de delincuencia se ha producido en esos momentos; no es nada nuevo. Es el tipo de violencia delictual que se ha observado en estos días, como saqueos e incendios, pero que no tiene relación con la protesta social".

* "Parece que algunas violencias son más legitimadas que otras, dependiendo de quién la ejecuta y para qué. Ello resulta evidente respecto de quienes detentan el monopolio de la fuerza, como serían ciertos agentes del Estado, sean policías o fuerzas armadas. Para referirse a su accionar no se usa la expresión violencia, sino 'uso de la fuerza' para 'restituir el orden público', reservando la expresión 'violencia' para quienes actúan fuera de esos límites institucionales".

* "Hay una violencia verbal que, por ejemplo, se expresa en redes sociales y que hoy resulta más evidente porque determinados temas en los que no hay acuerdo son ampliamente discutidos. Pero es una violencia que ha estado presente de manera constante cada vez que se produce un conflicto por el tipo de orden o sociedad en el que se quiere vivir. En ese sentido, se observan evidentes dificultades para tramitar los conflictos y las diferencias que no caigan en la descalificación, o la agresión. Tal vez tenga que ver con las limitaciones del ejercicio deliberativo, por ello los cabildos autoconvocados y asambleas que se vienen desarrollando desde el 18 de octubre son tan importantes".

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"La violencia siempre parte en el interior del ser humano, en su psiquis, muchas veces producto del miedo al otro. Para ejercer violencia contra otro ser humano, tengo que negarlo como un ser tal como yo, como podría ser mi hijo, una hermana, mis padres; lo niego y desde ahí es que puedo ejercer violencia. Por lo tanto, aquí hay una negación de lo humano, hay un bloqueo afectivo natural que se da entre los seres humanos y eso destruye por dentro a la persona que lo ejerce, y destruye la dignidad del otro".

* "Quizás las personas se pueden acostumbrar a vivir con niveles más altos de violencia, pero con un alto costo en el sentido sicológico y social, porque, por un lado, la violencia siempre trae otras emociones aparejadas. Trae miedo, autoprotección, encerrarse en pequeños guetos protegidos. Y, por otro lado, trae problemas graves de salud mental. Todo eso ocurre en los lugares donde hay violencia, y finalmente comienza a degradarse el tejido social, las relaciones comunitarias y la posibilidad de gestar un país en entendimiento. Por eso, sería súper grave acostumbrarse a niveles altos de violencia".

* "Es probable que haya algunas violencias que parecen más aceptables, en especial aquellas que tienen una causa de fondo. Sin embargo, desde mi punto de vista la violencia siempre, e inevitablemente, trae de vuelta más violencia; y si bien puede empezar con una causa justificada, es inevitable que se escape de las manos y genere un circuito inextinguible, que es el que hemos vivido como humanidad. Esto no se ha calmado nunca, y quizás ha llegado el momento en que mucha gente tenga conciencia y podamos aprender a pararlo. La violencia siempre está asociada a la inconsciencia".

* "El lenguaje crea realidades y lo que hoy puede ser una palabra ofensiva se puede transformar fácilmente en una actitud. Por otro lado, las palabras dañan sicológicamente, afectivamente, emocionalmente, por lo tanto el que el lenguaje se torne violento es simplemente otra cara de la misma violencia. Es gravísimo en este momento".

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"Me parece interesante detenerme en la supuesta disociación entre violencia y racionalidad. Michel Foucault planteaba, por ejemplo, en 1980, que justamente lo más peligroso de la violencia era su racionalidad. Esto no significa que debamos discurrir en torno a la razón o sinrazón de los sujetos en el momento en que ejecutan la violencia, sino más bien que analicemos los dispositivos y configuraciones que han permitido, legitimado e incluso "autorizado" esa violencia. Lo que ha sucedido en Chile en las últimas semanas debiera llamarnos a cuestionar las formas de racionalidad que han regido las prácticas de violencia. Lo peor que podríamos hacer es encasillarla como 'barbárica' e 'irracional'; y, por ello, resistirnos a analizarla".

* "La violencia no constituyó, ni sigue constituyendo, un concepto unitario ni unívoco, pues siempre ha estado significada por diversas representaciones. Puede ser tanto material como simbólica, y podemos observarla tanto en el espacio privado como en el público, en las interacciones cotidianas y en los grandes acontecimientos, siendo ejecutada tanto por civiles como por agentes del Estado. Pero sólo si nos detenemos en aquella que nos impresiona ahora, la que se despliega en el espacio público, observamos que nuestra historia está jalonada de conflictos. Durante el siglo XVII los gobernadores prácticamente no residían en Santiago, sino que destinaban casi todos sus esfuerzos a combatir en la guerra de Arauco. La tranquilidad no llegó con la Independencia y la instauración de la República. La guerra civil de 1891 fue, sin duda, la que cobró más víctimas, pero tanto el siglo XIX como el XX está jalonado de insurrecciones y conflictos violentos. No deja de ser relevante constatar que las constituciones de 1833, 1925 y, por cierto, la de 1980 se fraguaron en o luego de situaciones de violencia. En este sentido, me parece pertinente profundizar en la cuestión de los espacios en los que esta violencia se despliega. Durante décadas, la violencia ha sido un fenómeno persistente en algunos sectores periféricos de nuestras ciudades. La fallida intervención del Estado en La Legua nos habla justamente de ello. Lo que sucede ahora es que el escenario de la violencia se ha instalado en el corazón de la ciudad o, más bien, en los corazones de la ciudad de Santiago (el cívico, el financiero, el de las residencias de la elite). Eso genera impacto, aunque yo desearía que también nos interpelara, llamándonos a tomar conciencia sobre las situaciones con las que conviven cotidianamente muchos de nuestros conciudadanos".

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"La violencia nunca ha cambiado realmente nada; lo que gatilló el cambio en nuestro país es el millón y medio de personas en la calle y las encuestas del día siguiente que mostraron un apoyo abrumador a determinadas demandas sociales. Sin ese sostén nada habría cambiado".

*"Las dos cosas nuevas (de la violencia actual) son la generalización de los saqueos y las refriegas contra la policía provocadas por jóvenes exasperados.

Los saqueos suelen ser considerados una combinación de consumismo y desigualdad social, el resultado de la incapacidad de determinados grupos de acceder a bienes de consumo conspicuo intensamente deseados. Los saqueos no son motines de subsistencia, la gente tiende a robar bienes suntuarios, no de primera necesidad, lo que revela la internalización de pautas de consumo características de la clase media próspera en contextos de grupos de alta deprivación económica.

Los disturbios se dirigen más bien contra la autoridad y, en particular, contra la policía. Se atacan los símbolos de la autoridad -se agolpan sobre las casas de gobierno, destruyen estatuas, incendian edificios públicos e iglesias y cosas parecidas-, pero sobre todo se complacen en la refriega contra la policía, el enemigo inmediato. Los disturbios expresan el sufrimiento de minorías sometidas a fuertes procesos de exclusión y discriminación, en nuestro caso quizás jóvenes con escasas oportunidades y sin esperanzas".

* "El problema es siempre la legitimación social de la violencia, ¿por qué determinadas personas, por lo demás pacíficas, están dispuestas a aceptar el uso de la fuerza -en uno u en otro sentido- en determinadas situaciones? El problema no son los grupos violentos que suelen ser una pizca en la sociedad, sino el conjunto que los acepta, aunque sea con alguna reserva. En el marco de desbordes sociales como el nuestro ocurren dos cosas: aumenta la tolerancia hacia la violencia social (incluyendo saqueos protagonizados por personas comunes y corrientes) y disminuye el umbral de tolerancia hacia el uso de la fuerza policial. Ambas cosas colocan un serio desafío al orden público".

* "Este nivel de violencia no lleva a ninguna parte que sea deseable. Seguimos teniendo, sin embargo, una reserva institucional importante, contamos aun con dirigentes bien inspirados y capaces de dialogar. No veo una clase dirigente que se haya desquiciado o polarizado como sucedió alguna vez. Esto pemite mirar el futuro con cierto optimismo".

Puede leer la primera parte de este reportaje aquí.

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