Un viejo zorro




NO DEJA de ser notable que Aylwin alcanzara su mayor logro, ser Presidente, a los 71 años. Una edad donde muchos están retirados, gozando de sus victorias pasadas o masticando sus penas. La edad donde uno es viejo, por definición. La edad que, aunque se tenga salud, cuesta mucho ejercer liderazgo, mantenerse vigente.

Pero hay personas que lo logran. No son muchas, pero las hay. A esos los llamamos viejos zorros, en alusión al animal que simboliza la astucia. Una cualidad que, con la edad, parece no desaparecer. Por algo se dice que el zorro pierde el pelo, pero no las mañas. Sí, los viejos zorros son mañosos, pero sobre todo, sagaces, personas que el diccionario dice que andan por la vida con un aspecto despreocupado y hasta torpe, pero que, detrás de aquello, ocultan una astucia y capacidad de reacción únicas. Aylwin era uno de ellos.

Antes de ser viejo, ya tenía pinta de viejo. Su forma de moverse, de vestirse, de hablar, siempre daba la impresión de ser añoso. Junto con ello, aparecía como un tipo demasiado normal. Casi aburrido. Nada en él denotaba cosas extraordinarias. Al lado de figuras exuberantes como las de Gabriel Valdés o del entonces joven pero audaz Ricardo Lagos, aparecía disminuido. Su buen trato y su permanente sonrisa, muchas veces se confundían con debilidad.

Al final, todo aquello resultó ser un engaño. Parecía viejo, pero vivió más que muchos. Como zorro, probó ser más astuto que todos. Primero, para colocarse como candidato; luego para gobernar. Hoy, para instalarse como una leyenda.

Son muchos los legados que deja Aylwin. Políticos, sociales, económicos. Pero también un estilo de liderazgo del que se habla poco hoy. Porque en una época marcada por las comunicaciones se entiende que las figuras que la llevan tienen que ser mediáticas, esto es, estar envueltas en un aurea de éxito, una suerte de rock star, donde el envoltorio vale más que el contenido. Así, en la actualidad, a los líderes les enseñan cómo hablar, antes de qué decir. A cómo vestirse, moverse, incluso bailar. A ser expertos en selfies, en cuñas, y en toda clase de cosas que apuntan a la imagen.

Nada de esto se aplica a Aylwin y, sin embargo, hoy es recordado como uno de los grandes líderes de nuestra historia. Para ello, rompió casi todas las reglas. Se hizo viejo en un mundo en que todos quieren ser jóvenes. Se hizo fome, cuando nos dicen que hay que ser entretenido. Se paseó por la vida con cara de poca cosa, cuando hoy todos compiten por quién es el más inteligente. Fue sencillo, en una época de ostentación.

Ahora, ser un viejo zorro no es fácil. Primero porque requiere una astucia que tienen pocos. Pero también, porque se necesita una fortaleza a las críticas que es bastante particular. Como nunca siguió las modas, tampoco gozó de un reconocimiento inmediato. Por el contrario, fue muy criticado. Pero, al final, logró doblarle la mano a todos, y puso su figura y su gobierno a una altura donde muchos sueñan llegar, pero que está reservada para una minoría. Si hubiera que resumir, diría que apostó al legado más que a la ganancia inmediata, algo muy raro en estos días.

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