A propósito de Clásicos
La tesis es la siguiente: en tiempos de crisis, más te aferras a la camiseta. Y lo refrendo con una historia muy breve y simple. Por una extraña razón, mi hermano menor fue, desde muy pequeño, hincha de Palestino. Digo extraña, porque en mi familia no hay raíces palestinas y ninguno ha gritado por los colores del club tricolor -en verdad, la rareza se disipa a la luz de lo que hicieron los paisanos cuando mi hermano era un púber, entre el 74 y el 78, de la mano de Caupolicán Peña: dos Copa Chile y un Campeonato Nacional-, y porque en el barrio tampoco había hinchas que pudieran influir en las pasiones que mi hermano abrazaba de niño. Pues bien, él sufrió una enfermedad muy grave que lo tuvo al borde de la muerte. Prácticamente, entró desahuciado al hospital. Entonces, en ese momento en que era ingresado en una camilla, la enfermera debe haberse compadecido de su estado y le preguntó, con el fin de que rezara, si era católico. Y mi hermano, probablemente envuelto en fiebre, le respondió: "No, soy del Palestino".
Hoy, cuando hace rato que mi hermano se curó, recordamos la anécdota entre risas, por eso la cito con tanta soltura de cuerpo para sustentar la tesis expuesta a propósito del Superclásico que se viene. Pareciera que en el ambiente no hay demasiadas expectativas, que la tradicional historia de rivalidades se prepara para pintar una página más bien descolorida y anodina. Con poco espacio para lo memorable. Y sin embargo, yo pienso de un modo totalmente distinto.
<em>Es cierto que en el recuerdo quedan esos Clásicos en los que el choque de ambos ofrecía la espectacularidad de dos bestias en la plenitud de sus fuerzas.</em>
Los más veteranos recordarán ese partido de noviembre de 1959, al que ambos equipos llegaron igualados en puntaje a definir el título. Ante 50 mil espectadores, la "U" conseguía su segunda estrella, con goles de Ernesto Alvarez y Leonel Sánchez (2-1), para desolación de los hinchas albos.
Otros subrayarán el duelo de abril de 1994, en el que Marcelo Salas sacó patente de ídolo al anotar tres goles a Daniel Morón, en el triunfo por 4-1, a solo un año de debutar en el fútbol profesional.
Los hinchas albos deben tener todavía fresco ese partido de noviembre de 1996, cuando, en el match de vuelta, pasaron a la final de Copa Chile eliminando a la 'U'. El 2-0, con goles de Ivo Basay y Marcelo Espina, tuvo una celebración inolvidable: la del argentino sacando el banderín del córner y llevándolo en ristre, mientras trotaba por el rekortán, para festejar la segunda anotación.
Otro choque épico fue el de la final del Apertura 2006, cuando los albos se quedaron con el título luego de que Claudio Bravo atajara dos lanzamientos (el de Mayer Candelo y Hugo Droguett) en la definición por penales.
La realidad que entonces vivían albos y azules no tiene demasiado parangón con el momento actual, en el que ambos ya han renunciado, prácticamente, a la posibilidad del título. Y quizá, por lo mismo, es que yo le pongo fichas al clásico del fin de semana, porque es en esos instantes en que el futuro -y por extensión el presente- parece una postal desahuciada, cuando más importa luchar por el honor, por mantener a salvo el orgullo.
Cuando has perdido todo, o para ser más realista, cuando no puedes ganar nada, lo único que te queda es derrotar a tu eterno rival. Quien crea que el próximo fin de semana ni albos ni azules se juegan algo, está muy equivocado.
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