Benjamín Vicuña Mackenna superstar
Hizo bien el intendente de Santiago, Claudio Orrego, en traer desde su casa un retrato de Benjamín Vicuña Mackenna que hoy luce en su oficina de Morandé 93. No sólo porque es su pariente sanguíneo o porque se trata del primer intendente de esta ciudad, sino porque Vicuña Mackenna es la vara más alta que una autoridad metropolitana podría autoimponerse. Y eso Orrego lo sabe. Y lo destaca. En sólo tres años, entre 1872 y 1875, Vicuña Mackenna hizo una profunda transformación de Santiago. Se puso como meta veinte proyectos para convertir a nuestra capital en el "París de la América", de los cuales el cerro Santa Lucía es el más icónico.
Venía llegando de Europa, donde fue testigo de los profundos cambios que el barón Haussmann realizó en la capital francesa. Entendía, ya hace 140 años, la importancia de los espacios públicos así como la necesidad de áreas verdes para los habitantes de una urbe. Fue así como creó dieciocho nuevas plazas, plantó árboles en las principales avenidas y logró que Luis Cousiño le donara el parque que llevaría su apellido (hoy Parque O´Higgins) a la ciudad. Por algo el poeta Rubén Darío dijo que Vicuña Mackenna era "el más santiaguino de los santiaguinos". Y, sin embargo, ¿conocemos la verdadera dimensión de su obra, de su influencia, de su peso gigante en la historia de Santiago?
Cuesta creer que este héroe urbano no sea material de estudio obligatorio en los colegios. ¿Por qué no tenemos billetes con la imagen de Vicuña Mackenna? Apenas una plaza en Miraflores con Alameda, un museo a cuatro cuadras de la Alameda, una torre que conduce a un mirador en el Museo Histórico Nacional y la famosa calle llevan el nombre del santiaguino número uno de todos los tiempos: demasiado poco. A eso se suma el premio Benjamín Vicuña Mackenna que hace algunas semanas entregó la Intendencia y que tuve el honor de ganar junto a otros destacados profesionales e instituciones que luchan por hacer que más santiaguinos amen su ciudad. Emocionante, sin duda. Pero apenas una gota en un océano para un hombre que ocupó su patrimonio familiar con el objetivo de terminar las obras del cerro Santa Lucía, lo que implicó hipotecar su hacienda de Santa Rosa de Colmo.
Antes de este intendente, el cerro era una elevación de material rocoso, deforestado y polvoriento. Después de Vicuña Mackenna, el Santa Lucía era una metáfora de la igualdad: si los ricos podían tener jardines privados con árboles y esculturas traídas de Europa, entonces el pueblo era dueño ahora del más hermoso de los jardines de la ciudad, con estatuas de mármol, fierro y bronce; maceteros traídos de Francia e Italia, rejas forjadas por artesanos chilenos y extranjeros, caídas de agua, jardines colgantes, múltiples variedades de plantas y árboles, una biblioteca pública y un museo histórico.
El Santa Lucía fue una sola de las veinte medidas. Hay que sumar, entre otras, el inicio de la canalización del Mapocho, el arreglo del Matadero, la ampliación del ferrocarril urbano, la mejora del alumbrado público, los mercados San Pablo y San Diego, la apertura de calles nuevas en el barrio Bellavista, la construcción del actual Museo Nacional de Historia Natural, la creación de ocho nuevas pilas para brindar agua fresca a los pobladores de la ciudad, la apertura de un nuevo Teatro Popular y la reinauguración del incendiado Teatro Municipal.
Al dejar su cargo, el 20 de abril de 1875, Vicuña Mackenna dijo algo que muy pocos políticos podrían repetir: "Yo entré a la Intendencia de Santiago con un programa de trabajo que por muchos, sino por todos, fue tildado de temerario y fantástico. Ese programa está cumplido en todas sus partes". Crack. Ídolo. Superstar.
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