Brinton & Loomis y Cía
El intercambio de epítetos -sediciosos, golpistas, totalitarios, corruptos, sectarios, etc.- celebrado entre los señores Pizarro y Teillier a nombre de sus respectivos partidos no es sólo otro capítulo de la vieja tele- serie del mutuo fastidio que desde siempre ambas colectividades se profesan; es también eso, pero principalmente refleja en su forma más pura e intensa la división de "almas" -si acaso dicho artículo es compatible con la profesión de político- de la Nueva Mayoría, cisma ahora revelado de modo mucho más sustantivo que en los melifluos tiempos de la Concertación, época cuando encarnó en la forma de "autocomplacientes" y "flagelantes", limitándose con esa dicotomía a ser algo así como un pleito entre socialités entradas en años a la hora de discutir durante el cóctel los méritos de sus respectivas medicaciones.
Esta actual "fase superior" del enfrentamiento curiosamente resucita la validez de dos notables historiadores norteamericanos fallecidos hace ya la mar de años. Uno es Crane Brinton, quien en 1938 publicó Anatomy of Revolution; el otro es Stanley Loomis, quien en 1964 publicó Paris on Terror. Ambas obras tocan el tema -parcialmente en un caso, totalmente en el otro- de la revolución francesa. Las dos alcanzaron gran fama y una de ellas también supervivencia. La de Brinton, por su poder analítico, es hasta hoy considerada un clásico de las ciencias políticas; la de Loomis, debido a su poder literario, la Universidad de California la calificaría en esos años como "el libro del siglo". Pero amén de relacionarse sin saberlo con esos dos notables caballeros y sus obras, de quienes posiblemente nunca oyeron hablar, los señores Teillier y Pizarro, paladines de sus bandos, se conectan también con una brevísima obra que consta de una sola línea, "no hay acuerdo", publicada por la Nueva Mayoría desde 2015 y ya con varias re ediciones hasta la fecha. La frase carece de poderes académicos o literarios, pero en subsidio ostenta la fuerza majadera de su repetición, lo que no la convierte en la obra del siglo pero quizás sí en un clásico de la porfía aunada a la impotencia. Estos tan distintos avatares históricos, biográficos y bibliográficos tienen entonces más de una relación, como ya se verá.
Dicho sea de paso, el "No hay acuerdo" tiene también su mérito, que es el de su rareza. De un régimen cuyo fundamento de legitimación, cacareado todos los días, es la presunta existencia de un avasallador "mandato ciudadano", otro no menos vigoroso de la "calle", de los "movimientos sociales", de los "actores sociales", del Congreso donde posee una mayoría imbatible y quizás también de la virgen del Carmen, no deja de ser asombroso, en verdad lo último que se podía esperar, el verlo caer en una atrofia progresiva e instalado en la silla de ruedas de las postergaciones, las correcciones y las inacciones. En estos tiempos o no se legisla o no se promulga o no se acuerda o no se nomina o no se inicia y por consiguiente apenas se gobierna.
¿Cómo es posible tal cosa? Tal vez Brinton y Loomis puedan ayudarnos a entenderlo.
La Crisis
Tanto Brinton por sus análisis teóricos como Loomis, por su descripción de dos personajes de la época, Robespierre y Charlotte Corday, pueden efectivamente ayudarnos a entender esta paradoja del "masivo mandato ciudadano" incapaz de dar un paso. Pueden hacerlo y lo hicieron porque esa relativa parálisis suele ser una etapa clásica de los procesos de transformaciones profundas. Es la crisis de "adultez" de las revoluciones. La primera crisis, la de la pubertad, es la del momento cuando los combatientes embisten contra el stablishment con el propósito de demoler al menos algunas de sus barreras y dar inicio a la fiesta; es una época en la que todo está en el aire y es incierto, pero en compensación predominan el entusiasmo y la ilusión de existir una causa común, transversal, la cual a veces es capaz incluso de atraer el apoyo de una fracción del adversario. Ha sido llamada la "primavera revolucionaria". La crisis de adultez es la que presenciamos hoy en Chile. A medio camino, ya irrevocablemente divorciados del pasado pero aún lejos del porvenir, la patota revolucionaria se divide en dos bandos latentes desde siempre, pero notorios sólo en este decisivo momento; el los moderados intentando decir "hasta aquí no más llegamos" y el de los radicales diciendo "avanzar sin transar". Los primeros quieren detener el reloj, los segundos adelantarlo; los primeros tienen dudas y los segundos convicciones; los primeros motejan a los segundos de extremistas y los segundos tratan a los primeros de desleales y finalmente de traidores.
La política nacional se encuentra en esta fase intermedia y por lo mismo gira casi completamente alrededor de ese conflicto. Lo que haga la oposición, lo que digan sus líderes a medias emergidos y a medias submarineados, carece de toda importancia. Las decisiones no pasan ni de cerca por ahí. Todo este año estará dominado por el forcejeo entre esas tendencias.
Adivinanzas
¿Cuál bando saldrá victorioso? Aquí es donde y cuando aparece Brinton a darnos una mano. De acuerdo a Brinton estos procesos transcurren como una carrera de postas en la que el bastón va pasando a manos cada vez más radicales. El político moderado, explicaba y explica Brinton, es un "practicón", el fulano que se ha pasado la vida en el oficio y ha adquirido el gusto y la pericia de la transacción y la ambigüedad, lo cual lo hace útil en tiempos normales y un eunuco en tiempos revolucionarios. Es por esa razón inevitablemente arrinconado y vencido por políticos más extremos y por ende más decididos, despreciativos de las prácticas habituales y dispuestos a pagar cualquier precio por materializar sus agendas.
Si a esas consideraciones del ilustre Brinton sumamos el simple hecho que Su Excelencia está mucho más cerca de las posturas maximalistas que el promedio de su coalición, más cerca del PC que del PS y más cerca del autoritarismo verticalista que del inefable encanto de la burguesía transadora, el resultado de la contienda parece claro.
Loomis, por su parte, en su obra ya mencionada examina con gran brillantez y penetración la desagradable personalidad de Robespierre, quien condujo la última y extrema fase de la revolución francesa. Loomis revela cómo dicho caballero, quien por un momento parecía intocable, inesperadamente se encontró con que la atemorizada y mayoritaria fracción de la Convención, hasta entonces manipulada por una minoría extremista, finalmente se atrevió y coordinó lo suficiente para quitarle brutalmente el piso. Fue el "Thermidor" de la revolución francesa. Estas cosas pueden pasar hasta en las mejores "transformaciones profundas".
Fulminante
Pero siendo Chile tierra de promisión de la vaguedad, a años luz del estilo cartesiano de los franceses de entonces y de siempre, cabría la posibilidad que la indecisión y las postergaciones, así como la bruma que flota sobre todos los proyectos, se prolongara algunos meses más. Algo inesperado, sin embargo, acaba de detonar un fulminante que agudizará inevitablemente la crisis. Nos referimos a la CAM y su virtual declaración de guerra al Estado chileno. La CAM reivindicó abiertamente los atentados y entrega chipe libre a cada unidad de sus Organizaciones de Resistencia Territorial para que hagan lo que les parezca adecuado en defensa de lo que consideran su territorio.
Con una declaración así, la pretensión del gobierno de que estaríamos en presencia de "delincuencia rural" o de "robos de madera" revelan desnudamente su patética ridiculez, pero más importante que eso, dicha declaración plantea un escenario en el que ya no es posible la coexistencia pacífica o de mera guerra verbal entre las dos almas de la NM. Los atentados van a multiplicarse, tendrán carácter de guerra contra el Estado y entonces no habrá modo de disfrazarlos de otra cosa. Serán necesarias decisiones que acelerarán exponencialmente el deterioro de la hasta ahora forzada, forzosa y artificiosa unidad de la coalición de gobierno.
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