CTHULHU.CL
No recuerdo el año, pero sí que era bien cabro. Octavo o primero medio. Antes de la primera borrachera, del primer cigarrillo, del primer beso, del primer lo que sea. Una época y un lugar bastante distinto de este. Entonces apenas adivinábamos lo que se nos venía. Admirábamos escritores y músicos que ahora nos dan lo mismo. Por ejemplo, considerábamos que Jim Morrison era el más grande y que Tolkien era el escritor definitivo. Recién se colaban The Smith, Pink Floyd y Cortázar. Inocencia, sí, por llamarla de algún modo. Y fue entonces cuando un amigo apareció con un libro viejo y sin tapa que había conseguido por su hermano en la Biblioteca de la Universidad de la Frontera de Temuco. Y el libro se llamaba El color que cayó del cielo y otros cuentos.
"Esto", dijo mi amigo, "es más alucinante que el LSD", continuó como si ambos alguna vez hubiésemos probado un ácido, insisto, faltaban años para muchas cosas. "Y esta droga se llama HPL". Claro, con los años supe que esa frase no era de él, sino que venía en el prólogo de Viajes al otro mundo, uno de los tantos volúmenes de relatos de Lovecraft que editó Alianza y que por años se convirtieron en nuestro pasaporte favorito al otro mundo. ¿Qué cómodas y raras eran esos volúmenes? ¿Alguien los tendrá todos?
<em><strong>En aquella oportunidad, con eso de más alucinante que el LSD conocí a Howard Philip Lovecraft.</strong> Y hoy, casi treinta años más tarde, cuando Lovecraft está lejos de ser mi autor favorito<strong>, los recuerdos se agolpan y las ideas también, los mundos primigenios y sobre todo los dioses con tentáculos.</strong></em>
Lovecraft inventó el horror como hoy lo conocemos. Y no me refiero a que nos poblara de monstruos e ideas de abominaciones venidas desde el cosmos, el mérito del visionario de Providence fue haber traído el miedo a las ferias artesanales, esquinas y persas a lo largo y ancho de todo Chile. Porque esa la gracia de Lovecraft, su mundo y sus ideas son muy gringas, pero sus miedos muy chilenos.
Esta semana se cumplieron 123 años del nacimiento de H. P. Lovecraft, el niño tímido de Providence, sobreprotegido por su madre y obligado a vestirse de niña hasta los diez años; el enjuto de relaciones extrañas, que veía a las mujeres como un detalle molesto que a lo más servían para adornar (siquiera, es significativo que la única mujer protagonista de un relato suyo sea la madre de un abominación en El Horror de Dunwich); el sujeto que miraba con temor a la gente de color y a los asiáticos; el que inventó libros malditos y creó una de las mitologías más absolutas de la literatura universal: los dioses de Cthulhu, o Los Mitos de Cthulhu, como se titulaba la más popular de las antologías primordiales que alguna vez nos pasamos de mano a mano. Porque claro, entonces Lovecraft era complicado de conseguir, más si uno estaba en provincia. Había pocas copias, los precios eran prohibitivos, los escasos libros se perdían de tanto préstamo entre amigos. Pero entonces un color cayó del cielo y de la nada volúmenes de cuentos de HPL empezaron a aparecer por todas partes. A fines de los 80 ediciones piratas de Las Montañas de la Locura e incluso de El Necronomicón comenzaron a circular como cajetillas de cigarros, incluso hubo algunos autores locales (como el fallecido Sergio Meier) que difundieron traducciones propias impresas en talleres de provincia, en papel barato, con portadas artesanales.
<strong><em>Lovecraft entraba en la misma línea que Benedetti o el Che Guevara, en la misma fila que los Nuevo Testamentos evangélicos repartidos por los Gedeones Internacionales. </em></strong>
Lovecraft en Chile no tenía que ver con librerías sino con pulseras, indios pícaro, olor a incienso y tiendas de balneario. El horror de Dunwich era el horror de Cartagena y si hay que buscar un culpable, yo creo que se llama Metallica.
El boom lovecraftiano en Chile creció al interior de la tribu metalera. A inicios de los 90 en el Paseo Las Palmas fotocopias de cuentos como En la cripta circulaban a la par de casetes y vinilos, porque claro, las bandas favoritas citaban al nativo de Providence en sus letras. Y allí estaba The call of Kthulhu, el potente instrumental que cierra el Ride the Lighting y The thing that should not be el aterrador tercer corte del Master of Puppet, ambas de Cliff Burton, el mítico y desaparecido bajista del grupo norteamericano, un fanático enciclopédico de Lovecraft que infectó al resto de sus compañeros con sus ideas de dioses primordiales y males prehistóricos escondidos bajo las aguas del Pacífico. Que de postre Burton muriera en el cenit creativo del grupo alimentó aún más el mito. Y los devotos de Metallica se hicieron devotos de Lovecraft y al hacerlo descubrieron que sus ideas rebotaban en las letras de otras bandas (Iron Maiden, Black Sabbath e incluso nuestros Dorso), un poeta maldito que armaba pesadillas que podían cantarse con riff ensordecedores.
Lovecraft y su vínculo con Chile es aun en verdad complejo y curioso. No hay país en el mundo donde sea más fácil y barato encontrar sus libros. Ni siquiera necesitamos descargarlos de la red, acá están a dos o tres lucas en cualquier feria artesanal. ¿Casualidad? Puede ser, pero lo cierto es que la vida tiene más vueltas que una oreja y el chiste que usamos de título: Cthulhu.cl es harto más que un mal chiste. Lo que sigue es una historia real.
Finales del siglo XIX y arriba a Valparaíso un oficial civil de la marina norteamericana llamado Jeremiah Reynolds. Viene a encontrar una ruta a la Antártida y en esta cruzada pasa un par de años en nuestro país. Reynolds es además periodista y rastrea historias extrañas para enviar a revistas neoyorquinas de moda. Así da con el cuento de Mocha Dick; el cachalote blanco sureño del que escribiría en una revista de Nueva York y que luego inspirara a Melville en su Moby Dick. Así dio con cuentos de monstruos y fantasmas helados de la Patagonia, con narraciones de indios patagones que miraban al mar y repetían en frases que en el eco austral sonaban a "tekeli-li". Y escribió de ello, sumando adjetivos grandilocuentes acerca de lo imposible y espectral de la blancura antártica. Y como Melville, Edgard Allan Poe también cogió sus relatos y los transformó en arte. Las visiones del sur chileno de Reynolds dieron pie a Las Aventuras de Arthur Gordon Pymm de Poe, a La Esfinge de Hielo de Julio Verne y a la inquietante secuela que para ambas obras escribiría Lovecraft muchos años después: Las Montañas de la Locura. Y claro, también hay que recordar que R´Lyeh, la urbe submarina en la que se supone duerme Cthulhu se ubica algunas millas frente a Chiloé, en una de esas custodiado por el Caleuche y el Camahueto. En Chile hace rato que un color cayó del cielo, acá los dioses tienen tentáculos.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.