El bendito ateo
El máximo valor de las tres biografías de Baruch Spinoza reunidas en este volumen es que fueron escritas y publicadas poco tiempo después de que el protagonista muriese, suceso que ocurrió el año 1677 en La Haya. De hecho, los tres autores de las correspondientes vidas de Spinoza -Jean Colerus, Jean Maximilien Lucas y Pierre Bayle- no sólo fueron contemporáneos del inventor del ateísmo moderno, sino que, curiosamente, nacieron todos en 1647, por lo que bordeaban los 30 años cuando el sujeto de sus estudios dejó de existir a la corta edad de 45. Bajo el sentido en que hoy entendemos al fascinante género de la biografía, las versiones aquí presentadas pueden no resultar demasiado deslumbrantes. Juzgándolas con los estándares actuales, se trata más bien de esbozos, pero, insisto, tienen el inmenso mérito de reproducir ante nosotros aquello que los coetáneos de Spinoza pensaban acerca de quien fue considerado por muchos, desde los poderosos hasta el populacho, "como el ateo más impío que haya visto la luz" y, por ende, uno de los hombres más peligrosos de su época.
La primera vida de Spinoza, que a la vez es la más completa del libro, fue la que compuso Jean Colerus, un autor holandés que discrepaba abiertamente del ateísmo ilustrado con que Spinoza sacudió no sólo su entorno y su espectacular era (no olvidemos lo que significó el siglo XVII holandés únicamente en lo que a pintura concierne), sino que también a los siglos que se sucedieron hasta nuestros días (la voluminosa obra de Spinoza jamás ha dejado de ser una permanente obsesión en el campo de la filosofía contemporánea). Colerus establece ciertos hechos básicos que no está de más recordar: oriundo de Amsterdam, Baruch, quien luego cambió su nombre por Benedicto, provenía de una familia judía de origen portugués. A diferencia de Lucas y Bayle, Colerus sostiene que sus progenitores eran gente acomodada, de buen pasar.
De joven el muchacho aprendió latín y luego se interesó por la teología, estudios que finalmente reemplazó por la física y la óptica (famosos fueron los vidrios para microscopios y telescopios que fabricaba). A esas alturas, Spinoza era un experto en las Sagradas Escrituras, y muy pronto entró en conflicto retórico con los rabinos más eminentes de la sinagoga de Amsterdam, a los que superaba en conocimientos, inteligencia y perspicacia. Un ataque con arma blanca, sumado a una aterradora excomunión de la sinagoga, lo forzaron a abandonar Amsterdam y, tras residir en un par de pueblos, se estableció definitivamente en La Haya. Fue llamado por el elector palatino Carlos I para integrarse a la Universidad de Heidelberg en calidad de profesor de filosofía, mas rechazó la oferta para continuar con sus meditaciones privadas. De allí nació un libro crucial en la historia de Occidente y en la formación del ateísmo moderno, el célebre Tratado teológico-político.
Jean Maximilien Lucas, autor de la segunda vida de Spinoza, fue amigo del pensador, y amigo querido, por lo que su versión es absolutamente favorable al impío. Su integridad, sostiene Lucas, se manifestaba en todo tipo de detalles: "Tenía una cualidad tanto más estimable cuanto que rara vez se encuentra en un filósofo: era extremadamente limpio". Spinoza, y esto lo dicen los tres biógrafos, era un hombre extremadamente generoso y modesto en su forma de vida. Pierre Bayle, por su parte, da cuenta del ensimismamiento del protagonista, quien "a veces dejaba pasar tres meses enteros sin poner los pies fuera de su casa". Y si bien a Bayle le repugna el credo de Spinoza, concede que el autor fue "el primero que redujo el ateísmo a un sistema y lo convirtió en un cuerpo de doctrina estructurado y tejido a la manera de los geómetras".
Los tres autores de estas vidas detallan las reacciones y rebates que provocaron las ideas de Spinoza entre los filósofos creyentes de su época. Ninguno de éstos, por cierto, consiguió hacer mella en el impecable raciocinio con que el autor nos demuestra que Dios no es otra cosa que la naturaleza misma. En opinión del padre del ateísmo, los peores y más comunes defectos de los hombres son la pereza y la presunción. La primera nos lleva a permanecer en la ignorancia crasa y a mantenernos en un estado inferior al de las bestias, mientras que los presuntuosos "se elevan como tiranos sobre los simples de espíritu, ofreciéndoles todo un mundo de falsos pensamientos a modo de oráculos".
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