Genes, memes y el Presidente (memética, parte dos)




1.- Piñera se pega un porrazo y cinco minutos después internet está inundada de fotos de la patinada con insospechadas variantes de fondo: Piñera, siempre recortado en perfecto Photoshop, cayendo al foso de Esparta, Piñera en un scrum, saliendo de las fauces de un tiburón, intentando meterse en un Transantiago a tope, bailando breakdance, posando para que Leo Di Caprio lo dibuje, haciendo patinaje artístico, en un pie de cueca, y así. En un pestañear, uno, tres, 48 personas, quién sabe cuántos son, desenfundan el mouse y plantan en la red esos jotapegés que corren como-reguero-de-pólvora y nos sacan tantas carcajadas como horas productivas de oficina. A estos artefactos los llamamos "memes".  Sí, los memes son esas fotitos con letritas blancas, o videos, generalmente humorísticos, que suben a tumblr, 9gag o porlaputa y que difundimos a punta de retuits y reblogs y compartimos exponencialmente en redes sociales y cadenas de email.

Pero esta es una pésima intro a la memética. Déjenme ensayar otra.

2.- "¿Cuántos creacionistas hay en la sala?", pregunta Daniel Dennett y recibe un sonoro cri cri por respuesta. "Probablemente ninguno, creo que somos todos darwinianos", confirma. Está dando una charla TED  humildona, sentado en una butaca de oficina que parece del Sodimac y un fondo tristón de foto carné. Sabe que las palabras que va a decir son para poner un poco incómodos a los darwinianos presentes, a ver si son/somos tan cancheros como creen/creemos. Después de todo, la idea de un filósofo es proponer preguntas con urticaria, y cuanto más picazón produzcan, mejor. "¿Hasta dónde, piensan ustedes, llegan los límites de la lógica darwiniana? ¿Dónde está esa frontera?", pregunta. ¿Una telaraña? Yep, sin duda es producto de la evolución. ¿La internet? Mmmm, no estamos muy seguros, ¿no? (En inglés hay un retruécano entre "spider web" y "world wide web" que hace que este ejemplo tenga otro grosor.) ¿La represa de un castor? Yep. ¿La represa Hoover? Mmmm, no, ¿no? ¿O sí? Y arroja la pregunta: "¿Qué creen ustedes que es lo que nos hace no estar tan seguros de que los productos del ingenio humano, siendo nosotros mismos fruto de la evolución, no obedezcan también a las mismas reglas?" O, para refrasear mejor la pregunta: ¿pueden aplicarse las reglas de la evolución a las cosas que producimos como cultura y que claramente no entran dentro de la égida de los genes? ¿Podemos decir que nuestro pensamiento, y lo que deriva de él, obedece las reglas del darwinismo universal?

Ahora sí, estamos un poco más cerca de hacer una buena introducción a la memética. Pero intentemos una tercera.

3.- La palabra "meme" fue acuñada por Richard Dawkins en 1976. Aparece por primera vez en el capítulo 11 de su maravilloso El gen egoísta y hoy figura en el diccionario de Oxford junto a esta definición: meme: un elemento de la cultura o un sistema de comportamiento que es transmitido de un individuo a otro por medio de imitación u otro mecanismo no genético. Dawkins tomó la palabra griega "mimeme", que significa "aquello que es imitado". Con una asombrosa intuición lingüístico-marketinera, lo abrevió a "meme" porque 1) rimaba con "gene" (gen) ("meme", en inglés, se pronuncia "mim", al igual que gen, "yin") y 2) porque "meme" era en sí mismo un maravilloso meme.

La memética tira su primera piedra en la vuelta de rosca que Dawkins le dio a la teoría de Darwin en El gen egoísta. Allí planteaba que son los genes las verdaderas entidades con pulsión replicadora, y que nosotros (plantas y animales) somos apenas instrumentos a su servicio. En definitiva: somos máquinas replicadoras de genes. (Darwin no los conocía, en su época no habían sido descubiertos, por lo que él hablaba simplemente de plantas y animales.)

Los genes -dice Dawkins-, si tienen alguna posibilidad de replicarse, lo harán. Están construidos para ello. Copiarse está en su naturaleza y no pueden evitarlo. El éxito de la replicación se paga en descendencia. Cuanto mayor sea la que logre sobrevivir (y, a su vez, tener descendencia), mayor éxito tendrá esa especie. O, más específicamente, ese gen.

Pero Dawkins también retoma una analogía que Darwin usó en El origen de las especies: los idiomas. Igual que con las especies, los idiomas mutan, se abren en ramas y en nuevas bifurcaciones. Algunas mueren, como el latín, otras evolucionan hasta convertirse en extraños con antepasado común. Pero por más primos idiomáticos que seamos, escuchar a un francés sin saber francés puede ser tan ininteligible como escuchar a un chino.

Aprendemos la lengua de nuestros padres. Es algo que recibimos y claramente no forma parte de nuestra herencia genética. No hay un gen del catalán o del suajili. Esa información se transmite de otra manera. Verticalmente, como los genes, pero con una capacidad de mutación mucho más veloz. Un texto de Shakespeare de hace 400 años no tiene nada que ver con un texto de McEwan hoy. Es inglés, pero otro inglés. Sin embargo, a nivel genético, entre Shakespeare y McEwan, ambos homo sapiens, casi no hay diferencias. La velocidad con la que se producen las mutaciones culturales es infinitamente más rápida que la velocidad con que suceden los cambios a nivel genético. Esto nos empieza a dar una pauta. Parece haber un segundo elemento, no genético, que se transmite de individuo a individuo y que evoluciona rápidamente. ¿Cómo? ¿Por qué? Ah, aquí es donde el modelo de la teoría memética empieza a dar explicaciones sin necesidad de, tal cual era la obsesión de Dawkins, recurrir siempre a los genes. Somos la especie de Pandora. Dejamos salir al segundo replicador y ya no hay manera de volver a meterlo en la caja.

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