La izquierda: ¿Vanguardia o retaguardia?
Afirmé en una columna anterior que "la izquierda no puede morir". Un país sin izquierda se hace más injusto y menos dinámico y exigente. Surgida de la Revolución Francesa la izquierda tiene a su haber aportes mayores a la humanidad. En Chile las contribuciones de la izquierda son variadas y macizas. Sin las luchas libradas por las izquierdas y sus principales líderes la democracia sería más enclenque, la estructura productiva más precaria, la educación todavía más elitista, la cultura más estrecha y las artes más insignificantes.
La izquierda no morirá. La pregunta no es si sobrevivirá o si está condenada a desaparecer. El punto es otro: ¿Qué papel puede jugar en el mundo del siglo 21? ¿Será una vanguardia empujada por las nuevas tendencias o un destacamento de retaguardia concentrado en la defensa de sus víctimas?
Históricamente, la izquierda buscó situarse en posiciones de vanguardia. Así la pensó Marx. Su norte era la construcción de una sociedad cualitativamente superior en la cual desaparecerían la explotación, la alienación, las penurias y las desigualdades. El actor decisivo de esta transformación sería la clase obrera iluminada por la conciencia histórica de ser el sujeto principal de esta revolución.
Sin embargo, contrariamente a lo que sostuvo Marx en este punto (no en otros donde sus elaboraciones mantienen actualidad), el desarrollo de las fuerzas productivas condujo a una "sociedad post industrial" en la cual la clase obrera disminuye tanto cuantitativamente por la reducción de sus efectivos, como cualitativamente por la atomización inducida por las nuevas dinámicas de los procesos productivos. La revolución se queda sin sujeto y la izquierda sumida en la orfandad. Este proceso se ha vivido con gran intensidad en Chile. El proletariado industrial es una fracción cada vez más pequeña de la fuerza laboral y la reorganización productiva ha llevado a una fragmentación creciente de los colectivos de trabajo.
La nueva estructura social chilena tiene como característica preponderante la multiplicación de nuevos sectores medios que surgen de los servicios y no de la industria, con escasa organización y una concepción esencialmente individualista de la vida y del progreso. Son los emergentes o los famosos C3 de las encuestas.
La izquierda puede sobrevivir representando los intereses de los sectores que van quedando al margen de los procesos de modernización. No son pocos, pero no son portadores de un nuevo proyecto. Sus luchas son legítimas, sus angustias más que comprensibles pero no por eso sus intereses dejan de ser corporativos. Su defensa tiene, inevitablemente, el sello conservador propio de las luchas de retaguardia.
La democracia, la economía de mercado y la globalización son las realidades inescapables del mundo contemporáneo. En ellas tiene que poder desenvolverse una izquierda con vocación de mayoría. Sin dejar de lado la protección de los más desvalidos, para ser grande, la izquierda debe ser capaz de situarse en la vanguardia. Esto implica asumir plenamente la innovación, el progreso tecnológico y la creatividad como los grandes vectores para la construcción de una sociedad integrada, una economía sustentable y una política radicalmente democrática.
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