Las palomas y la mugre de campaña
Entre los muchos estudios que alguna vez me gustaría leer, se cuenta aquel que indague sobre la capacidad que tiene un cartel para influir en el voto de alguien. No sólo en dar a conocer un candidato, sino en seducir al electorado, convencerlo de que determinada candidatura le conviene más que otra.
A juzgar por el panorama en Santiago, en nuestro país existe una suerte de convencimiento de que los carteles y los afiches son esenciales para lograr la preferencia de la ciudadanía y mantener de pie la democracia. Sin basura en las calles no hay sufragio, parece ser la convención establecida que termina transformando la ciudad en una vidriera de cuarta categoría, como una en un día de ofertón máximo, que despliega todos los avisos de descuentos. Sólo que en este caso no hay liquidación de temporada, sino día de elecciones.
La propaganda electoral repartida por Santiago da cuenta de una lógica que funciona sobre varios supuestos. El más importante en términos de la ciudad, es el del espacio público como tierra de nadie en donde la ley del más fuerte es la que se impone. La efectividad del motor de campaña parece ser inversamente proporcional a los intereses de los ciudadanos y contraria a toda noción de orden. Los afiches cuelgan de cables, postes, ramas de árboles o cualquier gancho posible, como el decorado navideño de un obsesivo compulsivo, que en lugar de guirnaldas y bolas de vidrio usa caras con promesas de gestión eficaz.
Seguramente esta noción de campaña tiene detrás una industria del empapelado urbano que debe activarse con intensidad en período electoral. Una industria que ha creado uno de los conceptos más relevantes para las campañas electorales, la noción de "paloma", o aviso en forma de atril.
La paloma de campaña es a la política chilena lo que el ciclista de vereda a las calles de la capital. Un subproducto surgido de la necesidad que, como las bacterias, va encontrando su espacio vital más allá de lo prudente, colonizando sin freno veredas, parques, bandejones, plazas y placitas con ese aire inofensivo que tienen los bichos bienintencionados con ideas equivocadas. Toda oficina de campaña ve en la paloma un instrumento fundamental para el éxito del candidato, lo que eleva su importancia de pieza valiosa. El estatus que éstas alcanzan en campaña tiene, a su vez, una consecuencia: la creación de brigadas de destrucción de palomas adversarias, personas que se dedican a malograr los avisos de candidatos en beneficio de sus contrincantes. El resultado para la ciudad es doblemente grave. Por una parte la sobrepoblación de palomas y, por otro, el triste desperdicio de estas piezas gráficas mutiladas que nadie se ocupa de recoger.
Todo indica que en adelante habrá cada vez más períodos de elecciones. Este año se suman los miembros de los Cores. La mínima información del significado y funciones de los consejos regionales ha hecho que esta elección de Cores pase inadvertida para la población, pero en cuanto se difunda su importancia seguramente crecerán las campañas, el despliegue de afiches y la multiplicación de las palomas.
Las elecciones no pueden hacerse a costa de la ciudad y poner en peligro la seguridad de los santiaguinos y el orden de la capital. La capacidad de llenar de mugre las calles tiene muy poco de democrático. Que hasta el minuto no ocurriera un accidente grave no significa que esto no vaya a suceder. Seguramente en ese momento alguien se lavará las manos y otros tantos sacarán algún provecho.
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