El principio republicano y el nacional-republicanismo de Hugo Herrera
Cuando los plebeyos romanos, en el primer acto de desobediencia civil registrado en la historia, decidieron retractar su participación en el ejercito del rey compuesto por los patricios, a menos que se les ofreciera igual trato ante la ley, los patricios entraron en pánico y mandaron a uno de ellos, Menenio Agrippa, para tratar de pacificarlos. Menenio les contó la fábula del estómago: las diferentes partes del cuerpo se quejaban que ellas hacían todo el trabajo de producir los bienes, pero el estómago se lo tragaba todo sin devolver nada. Entonces un día decidieron dejar de trabajar para que no le llegara nada al estómago. Pero pronto se dieron cuenta que si lastimaban al estómago, se lastimaban a ellos mismos, y así volvieron a trabajar. Leyendo los recientes artículos de Hugo Herrera sobre nación y república, me recordé de Menenio, porque el llamado que hace Herrera a integrar la nueva plebe bajo la idea de nación no es sino otra versión de tal fábula biopolítica. No hay lugar a duda que tal imagen orgánica del cuerpo político ha nutrido desde muchos siglos un ideal de república aristocrática, donde cada parte del cuerpo tiene su función bien definida, y los "mejores" (que casi siempre coinciden con los ricos) mandan al resto. Pero esa no es la tradición republicana moderna, que es revolucionaria. En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio Maquiavelo sacó una conclusión opuesta a la de Menenio: según el Florentino, la corrupción de un cuerpo político siempre comienza por la cabeza (es decir, por los patricios), y para mantener una república libre entre iguales, a veces hay que cortar la cabeza: esto no le va hacer daño al cuerpo político, todo lo contrario.
¿Es este republicanismo "populista"? ¿Fueron las revoluciones inglesa, norteamericana, francesa, y las de todos los pueblos que siguieron sus ideales igualitarios, revoluciones "populistas"? La respuesta depende de cómo se entienda la idea de pueblo en el republicanismo. Al contrario de lo que afirma Herrera, el "principio" republicano no es la dispersión o "división del poder social", sino, como dice Hannah Arendt en Sobre la revolución, es el principio de que el poder reside en el pueblo. Esto significa que un pueblo republicano no acepta la distinción entre algunos que mandan y otros que obedecen cuando se trata de legislar. La división del poder es algo necesario pero que se sigue del principio republicano. Como explicaba Thomas Paine, la idea fundamental del republicanismo es que son los pueblos quienes hacen (y deshacen) los gobiernos, y no los gobiernos a los pueblos. Por ende hay que asegurar que el poder del gobierno se mantenga siempre al servicio del poder del pueblo, y para lograr esto se dividen y se oponen los poderes del mismo gobierno, pero nunca el poder del pueblo (pues, ¿contra quién habría que dividir y oponer al pueblo?) Que la división principal del poder sea aquella entre el Estado y el mercado, como argumenta Herrera, no se encuentra en ningún texto republicano, pero sí en la interpretación neoliberal que Hayek hace del republicanismo. Por lo menos Hayek explicita las razones que motivan tal división: el afán de otorgar prioridad al "orden espontáneo" del mercado (que funciona sobre la base de las desigualdades entre los actores) por sobre la legislación democrática (que se basa sobre la igualdad de trato de los actores).
Llegamos así al segundo principio propuesto por Herrera, "el principio nacional," que debe equilibrar al principio de "dispersión" del poder aportando la tan ansiada "integración" de los plebeyos. Herrera propone lo que se podría llamar un "nacional-republicanismo" según el cual la política debe apuntar hacia "una integración de todos los grupos en una cierta forma de existir común." (Nación y república I, La Segunda, 17/01/2017) Pero la historia moderna nos enseña que el nacionalismo es un falso amigo de la política plebeya. El principio nacional rompe con la igualdad que define a los ciudadanos de una república porque necesariamente debe determinar quienes representan esa "cierta forma de existir común" y quienes no. Estos últimos son vistos como una amenaza a la integridad de la nación y pierden la protección que la ley debiera otorgar de igual manera a todo ciudadano, sea patricio o plebeyo. Hoy en día Trump es un excelente ejemplo de esa lógica, que en nombre de la "integración" de los "perdedores" de la globalización erige murallas entre los ciudadanos, debilitándolos aún más frente al gobierno. Trump es la ilustración de que el nacional-republicanismo es un oxímoron tanto como el nacional-socialismo.
Es por eso que el republicanismo revolucionario rechaza el principio nacional y le opone el principio federal según el cual comunidades políticas previamente constituidas pueden combinarse entre ellas y formar alianzas sin perder sus identidades. La diferencia entre nacionalismo y republicanismo se puede simbolizar a través de un ejercicio de aritmética política: si para la democracia formal, basada en el principio de una persona, un voto, 1+1 es siempre igual a 2, para el federalismo la alianza entre las partes resulta en más que la suma de ellas: 1+1>2. En vez, para el nacionalismo, la integración es siempre una reducción de la diferencia: 1+1<2. Si nos interesa de verdad solucionar , por ejemplo, los problemas de las regiones o de los pueblos originarios en Chile, es hacia el principio federal que debiéramos movernos, no hacia el principio nacional, para al cual el fundamento de la ley es siempre la conquista de un territorio. En política, federación e integración son antónimos. Lo último que Chile necesita es otro Trump.
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