ReViva el Lunes: El pasado
Ver ReViva el lunes, el programa que Canal 13 estrenó esta semana con fragmentos de Viva el lunes, resulta a la vez divertido pero también nítidamente perturbador. Porque es otro mundo, otro país, el de los noventa: nunca en nuestra televisión la siutiquería y el ridículo estuvieron mejor vestidos. Recordemos, el show era animado por Alvaro Salas, Kike Morandé y Cecilia Bolocco. Salas era en ese entonces el mejor humorista de la plaza. Era rápido y quizás feroz y funcionaba muy bien en medio del caos que muchas veces resultaba el programa. Morandé, por su lado, venía de La Red y su mejor arma era poder transformar cualquier cosa que animara en un asado parrillero. Ahí descansaba su telegenia, tan poderosamente encantadora que hacía que los espectadores olvidaran que no tenía problemas en irle a animar el cumpleaños a Pinochet. Bolocco, entre los dos, se jugaba todo por el todo en pantalla. El programa era el punto de inflexión de su carrera, el momento en que tenía que dejar de ser una reina de belleza de las primaveras pasadas para convertirse en una diva con todas las de ley, alguien cuya vida solo podía ser narrada como un culebrón donde sexo y poder se entrelazaban hasta volverse indistinguibles.
Por lo mismo Viva el lunes sintetizó a su época. No solo atrapó en el aire las siluetas de Iván Zamorano y Marcelo Ríos, quienes transformaron su éxito deportivo en una apología de la banalidad y el tedio, vendiéndose como íconos de un glamour tercermundista de la peor clase. También puso a circular una soberbia pop acorde con esos años donde todos eran "chilenos de corazón" y Nelson Acosta convertía los triunfos morales en una verdadera estética de la mediocridad, algo que no desentonaba con el chauvinismo nacionalista de un país gobernado por un timorato Frei Ruiz Tagle y alimentado por la épica incoherente de un Eduardo Bonvallet.
De este modo, si en los 80 Sábados gigantes siempre fue un programa que encarnó la pobreza y precariedad material del país, desde 1995 hasta el 2001 Viva el lunes fue un show construido desde un exceso que aspiraba a tapar el horror que esconde la nada. Ahí, Salas era el bufón de un baile de máscaras de papel maché donde tuvimos que aprender a soportar a humoristas impresentables como Dino Gordillo o mirar los trucos predecibles de mentalistas como Tony Kamo. Ahí, mientras todos jugaban disfrazados a las sillas musicales, Bolocco y Morandé vivían en pantalla una historia de amor hecha de alusiones veladas y mensajes cifrados porque en esa época nada se decía de frente ni estallaba de modo alguno. Ahí nada era capaz de romperse, pues el sonido de la fiesta lo tapaba todo: el ruido del mundo no existía porque la televisión era más importante que la vida, volviéndose la única utopía que el país podía permitirse en esos momentos.
Ver ReViva el lunes es contemplar las postales de un país que había acomodado sus sueños al tamaño de su miedo, empaquetándolos en bailes divertidos y conversaciones sin sustancia. Es mirar la candidez de una autocomplacencia tan irreal que solo puede existir en el mundo del espectáculo. Es ver cómo la tele puede convertirse en una máquina de pesadillas menores y la música, algo carente de cualquier idea porque lo que interesa son los oropeles y el esplendor de una industria que se congratula a sí misma, porque ha convertido al éxito en algo al alcance de la mano. Ese era el Chile que teníamos, el Chile que Viva el lunes proponía como utopía en las horas más impresentables de la Concertación, sugiriéndolo el espejo del país que debía construirse en el futuro. Viva el lunes era esa promesa, una clase de sueño de fuga que solo era posible como una fantasía del encierro de la provincia. En esa alucinación chabacana, el tipo chistoso de la clase debía por fuerza volverse un capo cómico; el zorrón, un comunicador de su vacío interior; y la muchacha más linda del curso, una superestrella capaz de seducir a presidentes y robarle el corazón al mundo.
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