Neil Young: la Vía Láctea en un amplificador
Grabado a 2.700 metros sobre el nivel del mar, Colorado es la prueba incontestable de la vitalidad de Neil Young y sus Crazy Horse. Un rito de mística eléctrica sobre la Madre Tierra, el amor, la muerte y otros asuntos sin importancia.
Apoltronado en su casa de Scottsdale, Nils Lofgren recibió un llamado inesperado. Después de veinticinco años, una voz temblorosa atravesó el éter con buenas noticias: Neil Young preparaba una nueva montura para sus Crazy Horse. Y lo quería a bordo. Unos días más tarde Lofgren subió a su coche, manejó durante diez horas y entró en la calle principal de Telluride: un pueblo de montaña que, según el último censo, apenas supera los dos mil habitantes. Buscó el hotel y, apenas ingresó en la habitación asignada, encontró su regalo de bienvenida: tanques de oxígeno. Muy pronto entendió que el nombre del estudio de grabación era prácticamente literal. Ubicado en las afueras de Telluride, In The Clouds fue construido a unos 2700 metros sobre el nivel del mar. Ahí donde la pelota no dobla, ¿qué sucede con el rock & roll? La respuesta está soplando en el viento de Colorado.
Editado oficialmente este 25 de octubre, el nuevo disco de Neil Young significa el regreso de los Crazy Horse después del díptico de Americana y Psychedelic Pill (2012). La hermandad es la misma, pero hay algunos desplazamientos esenciales. El guitarrista Frank "Poncho" Sampedro declinó el convite y Young, veloz de reflejos, pensó en Lofgren: no solo un miembro honorario de su clan (grabó en discos como After the Gold Rush, Tonight's the Night, Trans, In Berlin y el Unplugged para MTV) sino un multi-instrumentista de fuste con una gran foja de servicios junto a la E-Street Band de Bruce Springsteen. El enroque, en una música tan física y espiritual como la de los Crazy Horse, no pasa desapercibido. Como notó el crítico Mark Deming, allí donde Young y Sampedro invocan una y otra vez el fuego eléctrico, Lofgren parece ofrecer una paleta de colores más amplia (además de cantar y tocar la guitarra, aporta piano y armonio) y cierto foco como productor.
Mountaintop, el documental de ochenta y seis minutos dirigido por el propio Young (bajo su alter ego fílmico: Bernard Shakey), permite mirar por el ojo de la cerradura. Ahí están los cuatro tipos. Abrazados frente a las Montañas San Juan con sus mejores abrigos, retratados por Daryl Hannah y dispuestos a encerrarse once días –con buena parte de sus noches- para grabar un puñado de canciones nuevas. Protegidos por maderas nobles, equipos valvulares de los setenta y su propia tormenta de feedback en la primavera continental del Oeste. "La cosa cruda que creamos es el alma de la música y las historias y los sentimientos de ser un humano –dice Young-. La cosa técnica está puesta en juego para capturar esa energía. Si intentás capturarla usando herramientas que no son lo suficientemente precisas, entonces vas a obtener menos de eso. ¿Viste ese sentimiento que tenés cuando escuchas algo realmente bueno que toca tu alma? Bueno, las chances de que realmente llegue a tocar tu alma son mucho mejores si escuchás bien cada cosa que suena".
El disco, en ese sentido, es una bocanada de aire fresco. Un descanso para nuestros oídos saturados de feats y compresión para plataformas de streaming. "Milky way", el single que fue lanzado como primer adelanto, es una prueba incontestable. Uno no solo puede oír la respiración agitada de Young frente a la primera visión de su enamorada (recuerda el "te vi/ te vi/ te vi" de Fito Páez en "Un vestido y un amor"), sino la distancia oscilante entre cada uno de los miembros de la banda. El golpe seco de Ralph Molina, el walking rockero y displicente de Billy Talbot, las preguntas y los comentarios de las guitarras. El rayo del amor crepuscular cruzando la Vía Láctea a bordo del Caballo Loco.
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Neil Young.[/caption]
El otro foco, como se ha dicho, es la problemática ambiental. "Quisiera, sobre todo, que mucha gente entendiera lo que está sucediendo con el planeta –dice Young-. Es tan obvio… no entiendo por qué la gente no se da cuenta. Y si se da cuenta, no entiendo por qué no se involucran con eso". Por supuesto, no es ninguna novedad dentro de su obra. Desde mucho tiempo antes de que naciera Greta Thunberg (incluso mucho tiempo antes de que sus padres tuvieran siquiera contacto con el concepto de ecología), el canadiense ha utilizado su música para advertir sobre la depredación del hombre. Con mejor o peor suerte artística, siempre canalizó el asunto a través de una idea chamánica del rock y su vindicación de los pueblos nativos americanos: desde "Cortez de Killer" y "Pocahontas" hasta The Monsanto Years, pasando por toda la iconografía ojibwa de cada concierto de los Crazy Horse. "Escuchamos las llamadas de alarma, las ignoramos –canta en "Green is blue", la balada acústica que parte Colorado a la mitad-. Observamos el cambio climático, vimos el fuego y las inundaciones".
Como una ráfaga, ese sentimiento de urgencia y frustración atraviesa buena parte del repertorio. El disco, sin embargo, no suena en absoluto como un bajón. Diríase que todo lo contrario. Por ejemplo: "Think of me", el número acústico de apertura, abre su pecho whitmaniano de par en par: "voy a vivir mucho tiempo y soy feliz de contarlo de regreso a vos". Luego hay una luminosa balada de amor titulada "Eternity" y, cerca del final, una melodía folk (su propio "Happy X-Mas –war is over-") dedicada a la comunidad LBGTB: "Rainbow of colours". Es verdad: ese camino pavimentado de "mensaje" y buenas intenciones puede resultar tan trascendente en el nivel civil como intrascendente a nivel artístico. Es un equilibrio peligroso, pero la ética de trabajo de Young se lleva todo por delante. "Los críticos no tienen la menor idea de lo que estamos haciendo –apunta Young-. Por eso se lo pasan diciendo 'podés hacer tal cosa, no podés hacer tal otra'. Porque nosotros no tocamos bien, no somos técnicos. Queremos hacer que suene real, como si pudieras sentir que esa música realmente significa algo para los tipos que la están tocando. No tratamos de impresionar a nadie".
En ese sentido, los trece minutos de telepatía de "She showed me love" hacen explotar cualquier mueca de cinismo. Es un vórtice de emociones mezcladas donde el ensamble se arroja a su propio flujo de la conciencia eléctrica mientras Young eleva sus loas de amor y odio como dos espadas centelleantes. Un ajuste poético de cuentas donde la Madre Tierra, con el cuello rojo de ira, sacude al Hombre Blanco por las solapas: ¡¿cómo se atreven?!
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