Suede en Londres: tan joven

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Suede.

Lo tenían todo. El cantante carismático y perfecto para afiches de adolescentes angustiados, aliado con un guitarrista creador de un sonido grandilocuente, delicado y abrasivo. Conocían el truco de las declaraciones incendiarias, cosecharon ventas fulminantes que no se veían en años, y sumaron apariciones reiteradas en televisión y portadas de revistas. Captaron la atención de estrellas como Morrissey en medio de un halo de ambigüedad y carga erótica en la imagen y las letras. Suede encendió la mecha del britpop. En la primavera boreal de 1993 era lo mejor que la escena británica podía ofrecer y este concierto encapsula ese peak artístico y escénico. Nunca volverían a ser los mismos.


A partir de la segunda mitad de aquel año sobrevino el quiebre entre el guitarrista Bernard Butler y el resto del grupo, en especial su sociedad creativa con el vocalista Brett Anderson. Un par de giras sin mayor relevancia por EE.UU., el territorio imposible para el britpop, atizó las primeras grietas con Butler abandonando el escenario y aislado del resto, desestabilizado en parte por la muerte de su padre. Se marcharía definitivamente al año siguiente dejando inconcluso Dog man star, a la larga la obra maestra de Suede.

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Este show representa el extremo opuesto a la indiferencia gringa donde pocas bandas inglesas del periodo lograron mayor repercusión, porque al gran público estadounidense dejaba indiferente una propuesta localista como el britpop sujeta a la idiosincrasia del viejo imperio. Suede está en su zona de confort en Brixton Academy, una de las salas más legendarias de Londres. Filmado bajo el título Love and Poison con la dirección de Andrew "W.I.Z." Whiston, videasta favorito de Kasabian entre decenas de figuras, el setlist se concentra en el extraordinario álbum debut que solo llevaba el nombre de la banda lanzado en marzo de 1993 con un éxito que algunas plumas comparaban a la efervescencia desatada por el primer disco de The Sex Pistols, más un puñado de brillantes lados b.

El registro contiene todos los vicios de esos días en que los directores engolosinados de efectos intentaban competir artísticamente con la música en vez de adaptarse a ella. Sin embargo el poder de las canciones y la entrega del conjunto, en especial Anderson y Butler, logra sobreponerse a los artificios innecesarios incluyendo violentos zoom in, caídas en cascada de la imagen y excesos psicodélicos característicos de los recursos estéticos de la video música en el arranque de los 90.

¿Sugerencia? Apliquen audífonos para saborear la magia de Bernard Butler, el despliegue de paisajes de sonido arrebatador con los acordes precisos y el uso de efectos que ensanchan y compactan distintas texturas. Puedes sentir cada vez que presiona algún pedal para cambiar el curso sónico de las canciones, los giros que resaltan los solos y la dinámica de las partes rítmicas colmadas de fraseos creativos.

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El show arranca con Butler al piano y Anderson interpretando la elegía The Next life que cierra el álbum debut dedicada a la madre fallecida del cantante mientras él cursaba estudios universitarios, considerada como una pieza paradigmática del britpop con referencias a ciudades y costumbres inglesas. La frenética Moving nos introduce en la esquizofrenia de las cámaras y la edición. Anderson asume movimientos melodramáticos inspirados en Morrissey y un look andrógino del cual años más tarde Brian Molko sacaría lección. Animal nitrate, el bombástico single de espectacular estribillo, es una clase de guitarra eléctrica.

My Insatiable one, lado b de The Drowners, es una balada heavy con letra sugerente. En 2016 Anderson contó haber escrito los versos desde una perspectiva femenina. Vuelve el frenesí con otro sencillo, Metal Mickey, para alternar nuevamente con una pieza más lenta y melancólica como Pantomime horse, donde se luce el contrapunto de Matt Osman en el bajo y los golpes precisos del batero Simon Gilbert.

La jam final de He's dead lanza a Butler contra los amplificadores mientras solea con todo lo que tiene, melódico, aguerrido, siempre con ideas. The Drowners, como otras tantas, es un hijo legítimo de Ziggy Stardust con la impronta de Mick Ronson latiendo en sonido y arreglos. Lamentablemente la edición es una porquería en plan cascada incesante. La locura innecesaria cede en Painted people para regresar a la melancolía de She's not dead, otra composición con las seis cuerdas recargadas de voltios.

Las últimas tres en casi una hora de concierto -el setlist completo de aquella filmación- son algunas de las mejores canciones de Suede en un periodo de excepcional productividad y creatividad. To the birds podría haber sido cantada por Camilo Sesto, así de épica, voluble y emotiva en la voz de Brett Anderson, sensación que también invade a Sleeping pills. El cierre con So young y sus aires de western para una letra que cita hábitos con drogas duras -"let's chase the dragon" es una referencia a la heroína-, es perfecto para enmarcar ese momento de comunión con una audiencia juvenil rendida.

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"Fui estúpido al dejar que Bernard Butler abandonara Suede", declaró Brett Anderson en 2016. "Con el debido respeto a todas las personas con las que he trabajado (...) hicimos música muy especial". Si cabe alguna duda, este concierto confirma que a pesar de varios discos notables sin el guitarrista original, Suede nunca más tuvo este brillo.

https://www.youtube.com/watch?v=r6HtfERfhYc

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