Diario íntimo del viaje de Los Bunkers a Rapa Nui
Culto fue el único medio escrito que acompañó al grupo chileno a su primer concierto en la legendaria isla de la polinesia. Una experiencia que implicó un desafío técnico, mover 1.500 kilos de carga, pero también le dio a los penquistas la chance de compartir con músicos locales, visitar la escuela de Mahani Teave, tocar con niños y maravillarse con la energía de un lugar cargado de mística.
La mañana del miércoles 27 de noviembre, Lonti Paoa y Richard Ioroko empacaron guitarra y ukelele para salir hacia la playa de Anakena. Habían sido contactados por el equipo de la municipalidad local para sumarse con su grupo folclórico a un saludo musical al grupo Los Bunkers durante una recepción que tendrían en la zona. La misma en que el mito sitúa el desembarco del Ariki Hutu Matu’a, el legendario primer rey y fundador de la cultura Rapa Nui, junto a su mujer Vakai a Heva y su familia.
Lonti y Richard se instalaron en una carpa blanca montada en una pequeña loma subiendo desde la playa. Los Bunkers habían participado en una actividad cerca de ahí y se dirigieron al lugar para almorzar junto a su comitiva. “Iorana korúa”, les saludaron. Mientras todos se acomodaban y se ubicaban en la fila para acceder al servicio de buffet para el almuerzo, los isleños comenzaron a tocar su repertorio de música folklórica local. Tras terminar y recibir los aplausos, les habló el guitarrista Mauricio Durán. “Él se nos acerca, súper humilde -recuerda Richard, un hombre de piel morena curtida por el sol de la isla-. Y nos dice ‘hola, chiquillos, oye ¿quieren tocar con nosotros?’”.
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Rapa Nui tiene forma de triángulo. Enclavado en medio del pacífico, a más de 3000 kilómetros de la costa chilena, es en realidad un triángulo trazado por los límites de la naturaleza y el tiempo. A pesar de que abundan las motocicletas (y a menudo con los niños cargados en el asiento junto al piloto), no hay semáforos y la gente se saluda en las calles. Son comunes las higueras de abundante follaje en los roqueríos y en los patios de las casas de planta baja, asoman las largas hojas de los plátanos (maika en la lengua local), papayas (iita), las muy dulces chirimoyas (tapo tapo), mangos (vī) y las plantaciones de piñas (ananá).
Fue en la isla donde Los Bunkers cerraron el jueves 28 de noviembre su calendario de giras esta temporada, la que incluyó los celebrados shows en el Estadio Nacional, el Festival de Viña y el Palacio de los Deportes, en México. Originalmente planeada en febrero, la visita debió posponerse por el desgraciado problema de salud que acabó por sacar de la banda al baterista Mauricio Basualto. Pese a todo, el grupo estaba decidido a concretar el concierto. Así se reprogramó para poco antes del estreno de su sesión MTV Unplugged, pero eso requirió un esfuerzo técnico sin precedentes.
La distancia del continente con la isla fue un asunto a salvar. Antaño, montar un espectáculo en la isla imponía traslado completo de equipos en barco, lo que demoraba entre 10 a 15 días. Hoy, ya existen dos productoras locales dedicadas al rubro, por lo que el staff de Los Bunkers decidió recurrir a ellos para facilitar el proceso. “Vino un productor a reunirse con ellos para que nos enviaran la bajada de todo lo que tenían. Así pudimos decidir, y dejar parte de la técnica a la gente de la isla para fomentar el crecimiento local”, explica a Culto, Anthony Guterac, jefe técnico del grupo, de larga trayectoria en la industria.
Así, el equipo hizo la gestión para el traslado del equipo que traerían desde el continente. “Nosotros trajimos 12 pallets, unos 1.500 kilos de carga -agrega Guterac-. Ahí estaban los instrumentos, consolas, la sala de monitores. Y a pesar de que había equipo acá, se redujo un poquito la cantidad de cosas respecto a lo que andamos trayendo habitualmente, pero este era un show muy especial para nosotros, muchos de los técnicos no habían venido nunca a la isla. Se gestionó y se trajo a través de LAN cargo, nos atendieron muy bien”.
La carga arribó a la isla el lunes 25 y comenzó el trabajo de montaje. Al día siguiente, el martes 26, aterrizó en el aeropuerto Mataveri el avión con la comitiva que incluía a los músicos de la banda, su círculo más íntimo de familiares, su mánager Tabaré Couto, el staff técnico completo (monitorista, stage manager, roadies, iluminador) y los periodistas que pudimos seguir la primera aventura de Los Bunkers en la isla.
Tras recibir los tradicionales collares de flores a modo de bienvenida por parte de funcionarios de la municipalidad, el grupo y su comitiva, pasó su primera tarde visitado lugares icónicos de la isla. Se sorprendieron con el ventoso cráter del volcán Rano Kau y pudieron disfrutar del atardecer en el sitio arqueológico Tahai, un antiguo centro ceremonial, donde se encontraron por primera vez con los legendarios moai, las estatuas de piedra volcánica y eterna expresión adusta que dan la espalda al mar y representaban a las personas más importantes de la tribu, de hecho, la palabra significa “rostro vivo de nuestros ancestros”.
El martes, el equipo técnico trabajó hasta entrada la madrugada en el montaje, aunque debió capear la sorpresiva lluvia que se dejó caer. Nada menor en un lugar donde el fenómeno es impredecible y a menudo suma ráfagas de viento. Pero el staff tenía todo bajo control. “Tenemos un protocolo en caso de que los vientos superen los 40km/hora, sobre todo en shows al aire libre”, explica Anthony Guterac. “Pero todos estos equipos aguantan el agua, excepto los subs y los frontfields. La iluminación es led y no pasa nada, claro que las consolas deben quedar protegidas. Pero la mayoría de las cosas que tienen acá se compraron pensando justamente en que llueve en cualquier minuto”.
El miércoles 27, la banda y su delegación visitaron el Ahu Tongariki, un importante centro que concentra 15 moais, restaurados tras sufrir los embates del devastador tsunami generado por el terremoto de 1960. Al rato caminaron por las faldas del Rano Raraku, el volcán que servía como cantera y donde comenzaba el tallado de los moais. En las laderas se aprecian trozos incompletos, moais fallidos y otros a medio terminar. Acaso como la trastienda silenciosa del proceso que finalizaba con el levantado de aquellos imponentes monumentos.
Horas más tarde, los Bunkers y su comitiva arribaron a la playa de Anakena. Allí participaron en una actividad de limpieza de las arenas, organizada por la Dirección de Turismo, a fin de concientizar sobre la presencia contaminante de residuos de microplásticos que llegan a las costas de la isla desde el territorio continental de Chile. Así, se vio a Gonzalo López con pala en las manos arrojando arena a un cajón de cedazo sostenido por Mauricio Durán y Álvaro López, para luego filtrar con un sistema de baldes y colador. Una iniciativa a tono con el interés en la isla por proteger el medioambiente. Tras un rato, ofrecieron una rueda de prensa y luego se dirigieron a almorzar, momento en que ocurrió el encuentro con los músicos locales, que terminó con Richard y Lonti, fichados como inesperados acompañantes para el show. También se apersonó el alcalde saliente de la comuna, Pedro Edmunds Paoa, quien saludó al grupo y le brindó la bienvenida oficial.
Tocando en la escuela de Mahani
“Umana”, es la palabra que en la lengua rapanui designa a una actividad realizada en conjunto en pos del bien común. Es también el nombre de una de las salas de clases de la Escuela de Música y las Artes de Rapa Nui, fundada y dirigida desde hace 12 años por la ONG Toki, bajo la dirección de la célebre pianista de origen rapanui Mahani Teave, la misma que se ha hecho un nombre por su talento musical y en 2021 protagonizó una sesión Tiny Desk para NPR, desde el mismo sitio.
La escuela es un sitio particular. Ubicada en un sitio apartado desde Hanga Roa al que se llega por vehículo, la escuela orientada a niños y niñas se levantó en el lugar de una antigua cantera utilizando 2.500 neumáticos viejos, 40.000 botellas de vidrio y plástico, 20.000 latas de aluminio, además de camionadas de tierra compactada. “Hace 12 años partieron las primeras clases, y hace 10 la construcción -explica Mahani Teave a Culto-. Nuestro gran desafío ha sido mantener esto en el tiempo, no hay un financiamiento estable, estamos a base de puros proyectos. Siempre es un susto saber lo que va a pasar a lo largo de los años”.
Con su forma abovedada y circular, la escuela cuenta con salas de clases equipadas con pianos, pizarras, instrumentos de percusión y de cuerdas. Estas convergen en torno a un patio central techado pero que deja entrar la luz y en otro sector, un salón de eventos adornado con figuras. Hasta allí llegaron Los Bunkers la tarde del miércoles, para conocer el lugar. Ahí los recibió Mahani junto a su pareja, Enrique Icka. Para la artista se trataba de todo un acontecimiento.
“Cuando supimos que venían y que podrían incorporarnos dentro de su itinerario, lo encontramos una oportunidad muy linda para los niños, para mostrar lo que estamos haciendo en un entorno sustentable que se construyó en un trabajo colaborativo, con tanto cariño, y así mostrarles el trabajo de los niños que es el corazón de la escuela”, dice la pianista.
El lugar sorprendió a los músicos. Los niños se les acercaron con el empuje de la curiosidad de la infancia y uno de ellos, Matías, relató al grupo que al escuchar por primera vez la canción Llueve sobre la ciudad, gracias a una lista de reproducción de YouTube que le colocó su madre, se avivó definitivamente su pasión por la música. Hoy, estudia piano en la escuela y además toca el ukelele. “Para nosotros es muy importante saber eso”, le respondió Francis Durán.
Minutos después, el grupo y su comitiva caminaron por una pequeña loma hasta llegar al salón de eventos del lugar. Ahí los esperaba el compositor y pianista Alejandro Arévalo, profesor de la escuela desde hace dos años, quien introdujo una presentación de los niños de la escuela en honor a sus invitados. Los chicos lucieron sus habilidades interpretando música autóctona acompañando con el piano, la guitarra, el violín, el chelo y las percusiones. Luego siguió una instancia de conversación, en que Los Bunkers detallaron su experiencia en el aprendizaje de la música. Los rostros iluminados de felicidad de los niños, sentados en círculo frente al grupo, denotaban un momento inolvidable.
Para el final, el profesor Arévalo anunció una sorpresa. Con ocasión de la visita de la banda, escribió un arreglo para el hit Llueve sobre la ciudad. Pero decidió ir un poco más lejos, e invitó a los músicos a tomar algunos de los instrumentos disponibles y sumarse a tocar con los estudiantes. Así, ante los vivas lanzados por los niños y sus padres, Gonzalo López se colgó un bajo eléctrico; Álvaro López se sentó con una guitarra eléctrica a un costado de Cancamusa, quien se acomodó tras la batería; Francis Durán tomó un ukelele y Mauricio Durán cogió la guitarra acústica que le alcanzaron y se ubicó tras los niños del cuarteto de cuerdas. Y así, todos juntos, tocaron. Fue un momento notable, seguido por los presentes con las palmas y se coronó con un aplauso escandaloso, a tono con lo vivido. Porque esta oportunidad surgió casi como un santiamén.
“La verdad yo supe de esto el lunes -cuenta el profesor Arévalo a Culto, minutos después de acabada la presentación-. Y ayer (martes) lo ensayamos. Mientras lo ensayamos se me ocurrió el arreglo, en la noche lo escribí, hoy se lo pasé a los niños, lo montamos y esto que escuchaste es el resultado”.
Cuando se le pregunta, el músico dibuja una sonrisa en el rostro y reconoce que es fan del grupo. “Sí, sí. Igual mi papá es súper fanático y en general encuentro que es una banda que se destaca sobre todo por su constancia, su trabajo y por mezclar distintas estéticas del rock con el pop, así que es un honor”. Además de los aplausos y el recuerdo, Los Bunkers se llevaron una copia de la partitura de Arévalo. “Los niños se prepararon con mucho cariño para esta presentación -dice Mahani Teave-. Esta visita es de todas maneras un hito, tener una visita así a los niños los marca, fue un tremendo regalo”.
Llueve sobre Rapa Nui
La mañana del jueves 28 el cielo amaneció cubierto. Con el paso de las horas abrió y el sol brilló sobre la isla. Pasado el mediodía, Los Bunkers llegaron hasta el parque Hanga Vare Vare, el habitual escenario de Hanga Roa donde ya estaba montada toda la estructura del show. Al aire libre había 23° pero la humedad y el sol quemante sobre la piel los hicieron sentir más calurosos.
Ante un grupo de curiosos y fans que se acercaron al sonar del primer acorde, el grupo realizó la prueba de sonido, donde tocaron algunas canciones de su repertorio. El entusiasmo fue tal que incluso un vehículo de carabineros que pasaba por afuera del lugar, se detuvo. Desde la ventanilla del copiloto, un efectivo policial se asomó, tomó imágenes con su teléfono móvil y luego siguió su habitual ronda. Tras poco más de media hora, muchos fans se acercaron a solicitar fotos y autógrafos de sus ídolos.
La banda ya había terminado con la prueba de sonido, cuando aparecieron por el lugar Richard y Lonti. Los músicos locales se veían compungidos, pues se habían atrasado y no alcanzaron a llegar a la hora. “Llegamos súper tarde y ellos ya habían salido -recuerda el primero-. Pero nos vieron y se devolvieron, para hacer la prueba con nosotros. Otro artista, seguro te dice chao, te pasaste, entonces ellos fueron súper humildes, de corazón”. Ahí mismo, en el escenario definieron el arreglo que tocarían en Llueve sobre la cuidad. “Nosotros la elegimos porque es una de las más conocidas de ellos acá en la isla”, explica Lonti. Además acordaron sumar a su presentación a una amiga del dúo, una bailarina llamada María Angélica.
Horas más tarde, la gente comenzó llegar en pequeños grupos al parque Hanga Vare Vare. El lugar es el mismo en que Los Jaivas se presentaron en el año 2006, y del que se filmó un registro. Un hito que el grupo, con su habitual melomanía, tenía claro, pero no necesariamente inspiró su propia presentación. “Lo vimos en su momento -recordó Mauricio Durán, tras consulta de Culto en rueda de prensa-. Pero cada cual maneja sus cosas de acuerdo a su propia personalidad como grupo”.
El lugar se emplaza cerca del cementerio, a un costado de la costanera principal y muy cerca de una pequeña piscina natural Poko Poko. A diferencia de un show convencional, un par de horas antes del inicio era posible ver a familias acomodadas, con chal y todo, en el suelo, como si fuese un día de campo. En la misma explanada se instalaron stands de emprendedores, además de cocinarías que ofrecían las célebres (y exquisitas) empanadas de atún y queso. También se divisó a muchos turistas, asiáticos, europeos y norteamericanos, que comenzaron a llegar, por la curiosidad de ver a una banda en vivo.
Otro detalle, es que el concierto sumó actividades culturales propias de Rapa Nui. “Nos parece fundamental que se presenten artistas de acá de la isla -señaló Mauricio Durán-. Así que nos sentimos contentos de poder compartir la música en ese contexto, que se entienda como un encuentro cultural más que como un concierto”.
Para introducir el show, se convocó a una presentadora conocida en la isla, Abigail Alarcón Rapu, y como número de apertura figuraba la presentación de una joven cantante, Nehe Nehe Pakomio, una artista de 22 años que a su vez es la actual reina de la Tapati, una de las mayores fiestas de la isla y toda la Polinesia, que se realiza desde hace décadas.
Su historia es muy particular, se crió en una casa con mucha presencia musical y se presentó por primera vez sola en un escenario a los 9 años. “Mi papá es músico muy conocido acá, porque en la época en que tocaba introdujo el rock en Rapa Nui -explica Nehe Nehe, cuyo nombre significa algo así como “bello”-. Incluso Axl Rose, cuando vino a la isla se quedó en nuestra casa y le enseñó muchas cosas a mi papá”.
Pasadas las 20.30, y luciendo un llamativo tocado de plumas de gallo en el cabello, Nehe Nehe salió a cantar junto a su guitarrista, Piri. Sus temas, cantados en lengua rapanui, se sostienen en una cadencia cercana al reggae y la voz cálida de la artista. Luego se sumaron otros músicos y entró en escena una de las candidatas a reina de la Tapati 2025, quien bailó un aparima, estilo propio de la Polinesia.
El momento culmine fue la entrada de un maestro de ceremonias o akahanga, quien dirigió el llamado a Los Bunkers al escenario, con los músicos soplando un pipi, el nombre local para una concha marina. El akahanga pidió al público ponerse de pie, tomarse de las manos unos a otros y lanzar un fuerte grito para convocar a la banda al escenario. Una vez arriba, las regalaron nuevos collares de flores para los músicos y una corona de flores para la baterista, Cancamusa. Minutos después, pasadas las 21.00 horas, comenzó el concierto.
Con Álvaro López luciendo un pañuelo rojo al cuello, al estilo John Fogerty, la banda arrancó con No me hables de sufrir. Pese a problemas de sonido en el arranque, el grupo sonó sólido y con el bagaje de un año de gira. Siguieron con su clásico doblete de Te vistes y te vas seguida de Yo sembré mis penas de amor en tu jardín, además de otros temas más recientes de su discografía como Rey y Noviembre. Por supuesto, pasó el clásico momento de Ahora que no estás, que habitualmente se extiende con los diálogos entre la Gibson ES de Francis y la Les Paul de Mauricio. Francis, en una jugada a tono con el escenario, incrustó durante sus solos el legendario arpegio de Shine on your crazy diamond, de Pink Floyd, sazonado con efecto phaser. Mientras, las atractivas visuales y el juego de los rayos láser, le sumaron contundencia a la puesta en escena. En la audiencia (donde se pudo ver a la pianista Mahani Teave y a la subsecretaria del Patrimonio Cultural, Carolina Pérez), el público local coreaba las canciones y los turistas extranjeros y europeos seguían con curiosidad. Incluso no pocos asiáticos se permitieron mover las piernas cuando el grupo tocó Bailando solo.
Hacia el final, Los Bunkers invitaron a Richard, Lonti y María Angélica, para sumarlos a la interpretación de Llueve sobre la ciudad. La canción se tocó con el arreglo convencional, guiado por el teclado, pero se añadieron el ukelele y la guitarra acústica. Pero el momento sorpresivo llegó en la segunda repetición del coro, cuando Lonti cantó el estribillo traducido en lengua rapanui: “Pairigi rigi mai te ua/Ki ruga ite henua/Kaiga mana nei/Ko Rapa Nui e”. Un momento emotivo, celebrado por el público local, orgulloso de sus tradiciones.
En la sección del bis tocaron su versión de El derecho de vivir en paz a la que se le suma la voz de Víctor Jara, tal como hicieron en el Estadio Nacional. Cerraron con Miño, bajo una tenue lluvia, que le dio un marco especial al momento. Allí, nuevamente subió a escena el akahanga, para entregar a Los Bunkers los clásicos collares de pipi y convidarles la preparación de un Umu tahu, un rito ancestral en que se cocina un pollo en un hoyo cavado en la tierra (algo así como un curanto) para demandar buena fortuna y tributar a los ancestros con el vapor.
Tras tocar el set de 19 canciones, el concierto debía terminar ahí, pero el respetable quería más. Las 4.000 personas presentes (según los datos oficiales proporcionados a Culto), gritaron el clásico “otra, otra”. Los músicos, en el mismo escenario, se reunieron en un círculo y acordaron tocar una última canción. “Es un regalo para ustedes”, anunció Álvaro López, antes de cantar La velocidad de la luz. Aquel fue el cierre definitivo para una noche mágica.
La banda, remecida por lo vivido, celebró en backstage. Mientras la gente desocupaba el lugar, sin mayores problemas, tras bambalinas los músicos locales invitados comenzaron a tocar algunas piezas del repertorio folklórico Rapa Nui. Se armó una pequeña fiesta, con los presentes animados por el ritmo. Cuando tocaron el tradicional Sau sau, un clásico de la polinesia, algunos de los integrantes de Los Bunkers se animaron a bailar, a su modo, dejándose llevar por el ritmo irresistible. Un momento emotivo para coronar una noche que horas después cerró con una íntima celebración en un local de Hanga Roa. Acaso para brindar por un anhelo cumplido, empujados por el umana.
La última escena se vivió el viernes 29, cuando el grupo y la delegación arribó al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso al “conti”. Los esperaba un grupo de fans, en su mayoría adolescentes, que se les acercó para tomarse fotos. Los músicos, como en toda la visita, accedieron sin problemas e incluso en la previa para abordar el vuelo, volvieron a recibir un saludo de músicos de la zona, incluyendo a Richard y Lonti. Ahí se sumaron Francisco y Mauricio Durán para tocar con ellos. Unos turistas asiáticos se acercaron al grupo para tomarse fotos, la más demandada fue la baterista Cancamusa. Al final, la banda, junto a su staff se tomaron una foto grupal ante un pequeño moai ubicado en el sector de espera del embarque. Las sonrisas, los chistes y los aplausos dejaron en claro que fue una experiencia inolvidable.
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