En Chile hay 561.560 niñas entre 10 y 14 años. Una de ellas es mi adorada hija de 12. Como miles de madres en mi situación, trato -ensayo y error- de acompañarla en su inexorable adolescencia, cargada de cambios de humor, intentos nada simpáticos por alejarse de mí y drásticas peticiones de que cambie mi lenguaje para referirme a ella: nada de palabras que huelan a guagua. De un día para otro, la madre que fui dejó de ser funcional y he tenido que comenzar a construir otra. A veces me acuesto con miedo y despierto con miedo de no dar el ancho. A veces creo que la vida me está poniendo a prueba. He llorado de impotencia. Pero la mayor parte del tiempo adolezco su adolescencia como la historia más fascinante que una madre y su hija pueden vivir tomadas de la mano, aunque ella insista en soltármela.