Andrés Scherman: “La oferta de la clase política está desacoplada de las necesidades de los ciudadanos”
Este investigador en temas de opinión pública señala que en Chile cambiaron los clivajes tradicionales. Entraron nuevos actores a la escena electoral y las emociones que rondan son el hastío, la rabia y la desafección. De ahí la incertidumbre sobre qué pasará el próximo 17 de diciembre.
¿Qué definirá el plebiscito sobre el nuevo texto constitucional? ¿Será el contenido? ¿Serán las emociones? ¿Hay nuevos factores que influyen en la decisión ciudadana? ¿Se dejan leer los ciudadanos o en cada nueva elección el país se acercará a una sorpresa? Estas son algunas de las preguntas que sobrevuelan el debate nacional y en las que indaga el investigador Andrés Scherman.
Periodista de profesión, Scherman es académico de la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador del Núcleo Milenio para el Estudio de la Política, Opinión Pública y Medios (Mepop).
Lo suyo son los datos. A partir de ahí va siguiendo la pista de los cambios que ha experimentado la sociedad chilena y cuáles son los nuevos actores que pueden inclinar la balanza de los resultados.
Pero también ahonda en las emociones como factor político. Aquello que puede ser leído como percepciones subjetivas o poco racionales, hoy podrían ser factores decisivos para entender hacia dónde se mueven los sectores despolitizados.
Se dice que la opinión pública se ha vuelto indescifrable. ¿Es tan así? ¿Qué es lo que finalmente influye a la hora de votar?
Uno de los principales problemas que tenemos es la mala información. Estamos viviendo lo mismo que pasó en el plebiscito anterior. Al final, el resultado estaba lejos de lo que se presupuestó, porque la información estuvo desacoplada.
¿Las encuestas no son fuentes de información?
Bueno, la información que tenemos es la que entregan las encuestas, pero estas tienen problemas metodológicos, niveles muy altos de selección. Eso significa que, en general, contesta la gente que está más interesada, más polarizada o ideologizada. Pero hay un enorme grupo de la población que está desinteresado.
¿Qué se sabe de esos grupos? ¿Por qué están distantes?
Generalmente, son personas que pertenecen a los sectores medios, medios bajos y bajos. Entonces, lo más probable es que las encuestas -por el tipo de metodología que usan- no estén capturando esa opinión. Por lo tanto, hay un déficit de información muy alto como para saber qué es lo que está pensando el grupo más despolitizado o cómo están impactando las campañas. Y cuando eso sucede, las sorpresas también pueden ser grandes.
¿Estamos a ciegas?
No en términos del contenido de la propuesta constitucional. Todo el mundo puede acceder a esa información. Pero sí con muy poca información respecto a lo que está pasando en nuestro entorno, a las corrientes de opinión que se están formando, de cuáles están al alza y cuáles a la baja.
¿Pero sí es posible acercarse a lo que quiere la ciudadanía?
Yo diría que hay dos grandes tendencias que pueden movilizar a la gente. Una tiene que ver con aspectos más profundos, que son fracturas que se empiezan a ver. Históricamente, el clivaje más importante en Chile era el clivaje de clase. Eso marcó el siglo XX…
¿El clivaje socioeconómico?
Claro. Los partidos de izquierda nacieron con los sindicatos y estaban vinculados a la minería y luego a zonas urbanas en el norte. Los partidos de derecha estaban más vinculados al empresariado, a las zonas rurales. Hoy ese clivaje pareciera ser más difuso.
¿Eso quiere decir que hay nuevos clivajes?
Sí. Por ejemplo, las mujeres han ido transitando hacia un voto más progresista. Durante el siglo XX las mujeres tenían un voto mucho más conservador. Hoy día están más cerca de la centroizquierda. No es que todas se inclinen hacia allá, pero votan mucho más que antes hacia ese sector. Y esto no sólo ha pasado en Chile. También en Argentina, España… O sea, en la medida en que los candidatos de derecha se han radicalizado, las mujeres se han ido moviendo más hacia la centroizquierda...
¿En defensa de sus derechos?
No sabemos cuán ideológico es ese voto. Sí sabemos que ese desplazamiento tiene que ver con percepciones, emociones que se instalan cuando el candidato de derecha es más conservador. Y, claro, en el último tiempo, las posiciones que hemos tenido en Chile son de una derecha más conservadora que la que habíamos tenido.
Entonces, ¿hoy las mujeres pueden ser un factor político?
No lo suficiente como para ser un factor tan decisivo todavía.
¿Y los hombres?
En términos relativos, los hombres siempre habían votado más por la izquierda. Ahora no tenemos datos exactos, porque ya no hay mesas diferenciadas de hombres y mujeres. Sin embargo, todo nos indica que votan más por la derecha.
Otros clivajes
¿Hay otros clivajes que se han movido?
Sí. Hay un factor regional. Antes teníamos situaciones más parecidas entre Santiago y regiones. De hecho, durante las primeras elecciones posdictadura no había grandes diferencias. Hoy la derecha consigue mejores votaciones en regiones que en Santiago.
¿Algo que explique eso? ¿Temas de seguridad?
Hay temas de seguridad, pero creo que también tiene que ver con que se aprecia una mayor distancia en el discurso. Las cosas que discute la clase política en la capital resuena como algo mucho más lejano a su realidad. Hay otra hipótesis, pero habría que estudiarla más.
¿Cuál?
Que algunos de los temas que levantan los partidos de izquierda tienen más que ver con una agenda identitaria y eso está muy lejos de las preocupaciones y necesidades de la gente de regiones, sobre todo en zonas de los sectores bajos. Eso podría explicar parte de esos resultados.
También se ha hablado del voto evangélico. En Brasil y otros países de la región fueron un actor decisivo en las elecciones…
La gente que estudia este tema dice que el primer clivaje que hubo en Chile -en el siglo XIX- fue el religioso. De hecho, había partidos confesionales. Pareciera que hoy día, después de 100 años, nuevamente tenemos un clivaje religioso, pero que es muy distinto al de antes.
¿Distinto porque no está asociado al mundo católico?
Claro. Hay un grupo que representa un 18%, que son los evangélicos. Al principio no votaban tan claramente por la derecha, pero ahora sí, porque hay una mayor sintonía en el discurso. Es decir, en los temas que tienen que ver con el aborto, el matrimonio homosexual, diversidad sexual, hay una fuerte coincidencia entre los grupos más conservadores y las ideas que defiende el mundo evangélico.
¿Es un sector que puede inclinar la balanza?
En Chile todavía no es tan relevante. Como te decía, son el 18% aproximadamente. Pero obviamente, si hay una elección muy cerrada, podrían llegar a serlo. Otro dato a considerar: durante los últimos años, los evangélicos no han crecido tanto en Chile, pero tampoco han disminuido, que es lo que sí ha pasado con los católicos, que van a la baja.
¿Por ahí se explica que ya no sea tan decisivo el clivaje de clases?
Eso se estudió harto en Estados Unidos. En general, los evangélicos son de sectores populares, pero la paradoja es que el mundo popular no siempre vota por los sectores más conservadores. Entonces, lo que hoy día está primando es el tema religioso más que las características socioeconómicas.
¿Se sabe por qué?
Primero, porque el factor socioeconómico dejó de ser determinante en general. Y segundo, porque en el caso de los evangélicos, su identidad más fuerte es con su comunidad religiosa. Hay otro tema que se va a instalar con fuerza: es el voto migrante...
¿Un nuevo actor?
Ese nuevo voto, ¿cómo y cuánto puede influir en las elecciones?
Hasta ahora, el voto migrante había sido poco relevante. Teníamos voto voluntario y la mayoría de los inmigrantes que estaban en Chile no se inscribían. Pero eso cambió con el voto automático. Ahora todos entramos directamente al padrón y los inmigrantes con cinco años de residencia quedan automáticamente habilitados para votar. Como la ley dice que el voto es obligatorio, muchos migrantes van a cumplir con la ley para no ponerse en riesgo. Por lo tanto, ahora van a votar más.
¿Hay números aproximados de cuántos votos se podrían sumar en esta vuelta?
Según muestra el padrón electoral, en el año 2022 habían 378.829 migrantes. La mayoría eran peruanos. En el 2023, hay 676.028. Los datos también dicen que el 61% de los extranjeros habilitados votó en el plebiscito del 2022. Y de ellos el 9% era venezolano, pero representaban el 30% de los migrantes de Chile. Ahora van a empezar a entrar más, porque muchos van a cumplir cinco años viviendo aquí.
¿Y eso podría mover el mapa electoral?
En los estudios que hemos hecho de migrantes en la universidad vemos que hay muchos muy despolitizados, igual que los chilenos. Pero la comunidad más politizada es la comunidad venezolana. Es la más grande y vienen muy disconformes con la situación política venezolana…
Por tanto, ¿tienden a votar más por la derecha?
Claro, y no por razones valóricas, sino porque desconfían mucho de los gobiernos de izquierda. Eso los hace ser más proclives a votar por la derecha.
¿Esto podría dar vuelta la elección que viene ahora?
Vuelvo al punto anterior: el problema es la falta de información. Yo creo que el voto migrante no debiese ser un factor tan importante en esa elección. Probablemente lo va a ser a partir de dos años más.
Las emociones
Todos los analistas dicen que las elecciones son cada vez más emocionales, ¿es así?
Totalmente. Y aquí hay emociones que funcionan en niveles distintos. Una es de cansancio, de hastío y desinterés en el proceso. Ganas de que esto termine de una vez. Y lo otro tiene que ver con la inseguridad, con el miedo. Entonces, cuando en la campaña se dice: “Que se jodan”, tiene que ver con alentar ese sentimiento, con instalar esa emoción de hastío predominante.
¿Fue un buen concepto, recoge bien?
Hay dos formas de verlo. Puede ser una idea eficiente para movilizar votos. Pero usar ese concepto en campaña puede ser muy complejo.
¿Por qué?
Porque eso abre una forma de hacer comunicación política. Priman las posiciones polarizadas y cierra el espacio para el diálogo. Es difícil ver en una democracia europea en que alguien levante una campaña desde una posición como esa. En América Latina lo vemos bastante seguido. Pero es un camino sin retorno. Abre una forma de conversación social que se aleja mucho de la racionalidad.
¿Y eso encierra peligros?
Por supuesto. Todos actuamos también mucho desde las emociones, pero cuando la política se transforma sólo en emocionalidad y no tiene contenciones racionales, es súper complejo. Y aquí los llamados a poner racionalidad en el debate son los actores políticos.
¿No lo están viendo?
Parece que no, pero si este proceso termina mal, el fracaso será de toda la clase política. Aquí había una ciudadanía dispuesta a un cambio, pero no ha estado conforme con ninguna de las propuestas que ha recibido hasta ahora. Y eso habla de una clase política con poca habilidad para poder recoger y conducir los procesos.
¿Eso explica el hastío?
Sí, pero en el fondo aquí hay dos emociones vinculadas al plebiscito. Por un lado están el hastío y la fatiga. Y por otro lado, están el miedo y la incertidumbre. Y sucede que el miedo y la incertidumbre movilizan más.
¿Eso tiene el riesgo de que sea una chispa que se prenda y no se apague más?
Claro, te hace entrar en una lógica muy polarizada, pero eso no se corresponde con lo que pasa con la ciudadanía. Hoy la gente no tiene visiones antagónicas.
¿No?
Para nada. Mi impresión es que la oferta de la clase política está totalmente desacoplada de las necesidades de los ciudadanos. Tuvimos un primer proceso constitucional donde triunfó un sector porque no incorporó la demanda ciudadana. Es decir, se generó una oferta que la gran mayoría no estuvo dispuesta a aprobar. Ahora pasa lo mismo, pero del otro lado.
Frente a esa invisibilidad de sus demandas, ¿podría aparecer un ciudadano mucho más descreído y desconfiado?
Ya tenemos un ciudadano súper desconfiado, el tema es cómo se puede canalizar esa desconfianza. Por ejemplo, se podría canalizar en un ciudadano enojado, que busque posiciones más extremas, o puede ser un tipo escéptico que ve las cosas con más distancia y desapego.
Difícil saber cuál es mejor, ¿no?
Yo preferiría un tipo de ciudadano escéptico, para que vea las cosas con más distancia. Eso permite cierta racionalidad, pero la historia reciente y lo que ha pasado con otros países nos muestra que es el enojo y las posiciones extremas las que están encima de la mesa. No sabemos bien qué va a pasar. Lo que es claro es que estamos en un punto de inflexión.
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