Carolina Tohá: “La conversación con el FA va a fluir cuando nosotros definamos quiénes somos”

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Mario Tellez / La Tercera

Figura icónica de una centroizquierda que hoy parece caminar en círculos en busca de una identidad, Carolina Tohá discute aquí los relatos simplistas −sobre el pasado y el presente− que le han impedido al progresismo insertarse en el nuevo ciclo histórico. Y sugiere cuál podría ser, a estas alturas, el rol de una generación –la suya− que “nunca logró hacer política colectivamente”.


La actual directora del Instituto Ciudad, fundado por ella misma, y antes de eso dirigenta estudiantil, diputada, ministra, presidenta del PPD y alcaldesa, abre la conversación con una fuerte nota de escepticismo: “Lo que me pasa con estas entrevistas es que no mueven las cosas: son un ejercicio perpetuo de reencasillamiento en el lugar que cada quien debiera ocupar. Y todo lo que podría agregar nuevas ideas a la discusión, lo que no confirma esos relatos preconcebidos, como que queda fuera de cuadro. Es una sensación de inmovilidad tremenda”.

Acaso notando la preocupación del periodista, señala a continuación: “Pero bueno, tampoco es tan dramático, démosle nomás”.

Siendo evidente que el estallido dejó las expectativas muy altas, ¿puede hoy la centroizquierda responder a las demandas sociales sin prometer cambios que, al menos en el corto plazo, no tendría cómo hacer?

Sí, creo que puede, pero va a depender mucho de que las fuerzas políticas pongan ese objetivo por delante, porque en la oposición se están corriendo varias carreras al mismo tiempo y no todas priorizan la misma meta.

¿Cómo así?

No poca gente piensa que hoy su mejor estrategia es acumular fuerzas para otra vuelta y está haciendo política para eso. Y otra gente piensa que enfrentar los años que vienen con un nuevo gobierno de derecha sería exponer a Chile a una fragilidad gigante. Si quienes piensan así logran sumar más fuerza, podrían provocar condiciones para abrir un camino viable que no signifique engañar a la gente. Pero esa definición sigue muy abierta, porque todos los actores saben que ganar esa elección va a ser cuesta arriba. No debiera ser así, porque sociológica e históricamente están todos los fundamentos para ganar. Los obstáculos son políticos.

¿Es un problema de voluntades?

No, no es un problema de “pongámonos de acuerdo y abracémonos”. Es un problema de hegemonías que están en disputa, de la capacidad de acumular fuerza entre grupos que están tras objetivos distintos.

¿Esos dos grupos también existen al interior de la ex Concertación, o se refiere al Frente Amplio (FA) y al PC?

No, ambos grupos están en todos lados. Ahora, en ciertos lados dominan unos más que otros. Y en ciertos lados es más evidente quién es quién, en otros más confuso. Por ejemplo, creo que el PC está claramente más inclinado a acumular fuerza que a sumar mayoría. No digo que no quieran ganar la elección, pero su prioridad número uno es leer el momento sociológico del país y sumar fuerzas para un proyecto de transformación muy profundo. Tampoco digo que eso sea un pecado, es una estrategia.

Y si se impone la prioridad de gobernar, ¿hay tiempo para acordar un proyecto coherente desde el PC a la DC?

Es que mirar el desafío en esos términos, “desde el PC a la DC”, nos mete en una trampa bien complicada. Porque tanto la DC como el PC han estado muy claros en su propósito de marcar su identidad para fortalecerse a sí mismos. Y lo han hecho con inteligencia, con coherencia. Han estado dispuestos a pasar por pesados, a ser duros, a ser antipáticos, si eso es funcional al objetivo de marcar lo que ellos representan. Y entremedio estamos todos los demás: un mundo muy vasto que está como al cateo de la laucha, en un tironeo de aquí para allá que obviamente no tiene destino. Esto va a funcionar si ese sector desorientado, inhibido, un poco reactivo, pasa a tener un rol proactivo.

Pareciera que a la centroizquierda la inhibe, antes que el proyecto de futuro, no tener claro de qué parte de su pasado tendría que renegar para poder cambiar de piel.

Sí. Tú no puedes ser una fuerza política, ni hablar en propiedad sobre el futuro, si no tienes un relato coherente sobre tu trayectoria y tu protagonismo en el pasado inmediato. Eso no te deja volar, no tienes cómo pararte para poder hablar con la sociedad. Y este sector no ha construido esa coherencia, ha preferido eludirla. Hay dos relatos que flotan: “Hicimos los mejores gobiernos de la historia y debiéramos replicar esa experiencia, porque nada mejor se ha visto nunca”, versus: “Hubo una centroizquierda buena, Bachelet 2, y otra mala, de Bachelet 1 para atrás”. Yo creo que esos dos relatos no resisten un segundo. No son creíbles y no están construidos de una forma realmente reflexiva, sino −es dura esta palabra, pero es la única que funciona− oportunista.

En su última columna, Ascanio Cavallo le reprochaba el segundo de esos relatos a Paula Narváez.

Puestos a citar columnistas, yo lo pondría en los términos de un reproche que hace Contardo: lo que cambió entre Bachelet 1 y 2 no fue Bachelet, fue la sociedad chilena, el momento histórico en el que estábamos. Pero hoy no tenemos una coherencia para hablar de todo ese proceso, con todas sus luces, que son contundentes, y sus áreas grises y oscuras, que las tiene. A la gente ya no le importa el recuento de esos logros, se habló de ellos por 20 años. Lo que falta son los actores diciendo: “Esto no lo resolvimos bien, aquí nos hacemos cargo”.

Más allá de errores puntuales, ¿de qué tendrían que hacerse cargo?

Por ejemplo, de que se tomaron decisiones, por las razones que hayan sido, que permitieron mantener ciertos arreglos en la sociedad con los cuales siempre tuvimos mucha distancia, no es que gustaban o satisfacían. Habrá habido gente a la que le terminaron gustando, o que se metió en negocios y profitó de eso, pero siempre dominó una incomodidad y por distintas razones se prefirió convivir con ella. Eso es lo que falta decir: qué motivó las decisiones que se tomaron. ¿Por qué hubo una Operación Huracán? ¿Por qué no se hizo antes el cambio en educación? ¿Por qué la reforma de la salud no les metió mano a las isapres? Sobre todas esas cosas hay mucho que decir, pero no hemos querido profundizar en eso.

Suele atribuirse la desconexión con los problemas sociales a la “soberbia de los economistas” que concentraron el poder político. ¿Coincide?

Comparto que la perspectiva económica se volvió el lenguaje franco para comprender la realidad y que eso produjo una ceguera para entender muchos fenómenos. Pero el problema no fue que el Ministerio de Hacienda tuviera subyugado a todo el mundo, nunca he creído esa teoría. Hubo más bien una lectura política, un poco obnubilada al comienzo con un éxito económico que nadie se esperaba. Defender ese éxito, mostrar que la centroizquierda podía lograr resultados y no quedarse en el voluntarismo, se transformó en un mantra. Puedo entender que haya sido así, había razones históricas detrás. Pero con el tiempo se perdió se vista que estabas jugando con reglas que dejaban fuera gran parte de tu aspiración política y de lo que la gente esperaba de ti. Y había estrategia para navegar con ese límite, lo que se hizo muy bien, pero nunca hubo estrategia para ponerlo en duda y cambiarlo. Y cada vez que eso se puso en la mesa, primó el temor a perder lo que se había logrado. Se olvida que la Concertación no era un ejército, era una disputa permanente, pero siempre ganó la mirada estabilizadora, de no meterse en peleas que sabías que ibas a perder. Y allí también hay algo que aprender: todas las peleas que se perdieron 20 veces, cuando se persistió en ellas, tarde o temprano se han ido ganando. Las únicas que nunca se han ganado son las que no se quisieron dar porque eran muy riesgosas o porque no había piso.

Hubo presidentes de distintas tendencias. ¿Por qué nunca lograban convencerlos quienes querían mover los límites? ¿Fallaron en algo?

Bueno, ahí hay otro fenómeno que se ha comentado poco: los presidentes y su núcleo político les prestaron mucha ropa a los gabinetes económicos porque, aunque ortodoxos y todo, tendían a ser los más alineados con el éxito del gobierno. En cambio, todas las fuerzas que trataban de empujar cambios más sustantivos, que ponían en la agenda temas más duros, se paraban en un rincón a defender su causa y se desentendían de los efectos que eso pudiera tener en otras áreas. Muchas veces los presidentes se relacionaron con distancia y desconfianza con sus partidos, incluso con sus ministros políticos, porque los veían absorbidos en peleas menores y perdiendo de vista la foto completa. Y los equipos de Hacienda suelen tomar distancia de las peleas chicas. Entonces el gobierno tendió a descansar en ellos, porque parecían ser la única parte de la coalición que entendía el desafío de gobernar, de tomar decisiones poniendo el interés general por encima de las disputas internas.

O sea que, más allá del economicismo, los limitó la incapacidad de combinar estabilidad y riesgo.

Y esa aversión al riesgo, a lo raro, a lo radical, tuvo un efecto que está en el centro de todo este problema: la cancha de lo razonable se achicó cada vez más y expulsó a mucha gente a los bordes. Les puso etiquetas: loco, extremo, conservador, populista, sesentero, lo que sea, había etiquetas para todos. Todo lo que aparecía como disruptivo, con poca mirada amplia, con poco sentido de la realidad, fue quedando fuera de la conversación. Se instauró, digamos, una ortodoxa de centro. Un centro que se hizo intolerante, poco dialogante y que dejó de percibir las sensibilidades en curso. Y claro, lo razonable terminó siendo algo despreciado, odiado, que nadie sentía como propio. Yo creo que ese es como el pecado original nuestro. Ahora, esto no pasó en Chile, pasó en todo el mundo. Trump también existe por eso.

¿Y por qué cree que la Nueva Mayoría (NM), que venía a corregir ese problema, no logró conectar un diálogo entre su proyecto y las sensibilidades que creyó haber captado?

En pocas palabras, diría que por las razones que ha dado Kathya Araujo: esas reformas eran necesarias, pero no se podía ignorar que para gran parte de la sociedad representaban una amenaza respecto de sus propios logros y de las reglas del juego que la misma política les había entregado. Por lo tanto, construir un proyecto transformador en torno a esas reformas no era simplemente juntar los votos en el parlamento y echarle para adelante. Esta idea de que el gran problema fue la gente de la coalición que hizo reparos, o que no se leyó el programa, es tirar la pelota para el córner. Esas reformas demandaban una operación política mayor, de diálogo social, de escucha, de rearticulación de un discurso colectivo, de atención a temores fundados que tenían las personas. Y ojo: la NM logró aprobar la mayoría de sus reformas, ese no fue el problema. El problema fue que la sociedad no se reconoció en ellas. De alguna manera, toda la construcción tan sofisticada y alambicada que se creó para hacer posible la transición, y que hoy criticamos con mucha facilidad, no ha tenido un ejercicio equivalente para entrar en este nuevo ciclo: cómo se habla con la sociedad, cómo se vencen los miedos, las resistencias, cómo articulamos las diferencias que tenemos entre nosotros.

Pensando en vencer resistencias, ¿diría que en su sector predominan las ganas de entenderse con el FA o la pica que les producen las críticas?

Hay de todo. Hay gente que está muy en la pica, con la sangre en el ojo, lo cual también es humano porque la paliza ha sido fuerte y a veces muy pasada de la raya. Y también hay gente que está en el coqueteo indigno, así como “no, yo justo iba pasando por ahí y me nombraron ministro, pero nunca supe muy bien…”.

Usted se ha quejado de quienes integraron esos gobiernos y a los cinco minutos de abandonar la coalición los estaban apuntando con el dedo.

Bueno, es que está lleno de eso. Porque este momento es bien duro para las personas que tienen una historia política. Se requiere de cierta integridad para construir una mirada que sea autocrítica pero no sea oportunista ni renegada. Además, es posible que los primeros que den este paso vayan de cierta forma al sacrificio, para que otros sigan construyendo después. Pero ahorrarnos este paso ha sido un obstáculo para que Chile construya una mirada de sus problemas que sea consistente, verdadera, que no sea facilona ni se quede en ese tono moralizante de los que tienen la respuesta a todos los males, habiendo buenas razones para pensar que no las tienen. Pero reconozco que es difícil parase solo a hacer esta autocrítica. Y si me apuras, te diría que a mi generación, que tenía las mejores condiciones para cumplir ese rol, le ha costado mucho hacerlo porque nunca logró hacer política colectivamente. Varios lo intentamos muchas veces, pero lo que se ha cosechado de eso es una gran frustración: una generación política que ha confundido el realismo político con el personalismo, la lealtad con la comodidad.

¿Qué comodidad?

Digamos, la de arrimarse a algún árbol que diera sombra más que reivindicar un espacio propio y vivir un poco en el frío. Eso, además del ego y las desconfianzas, han impedido hacer política colectivamente. Y cuando pasa eso, nadie quiere pagar costos. El costo se paga si te sientes parte de un proyecto mayor.

¿Hay también en su generación un temor a que los más jóvenes los jubilen antes de tiempo, de lo cual se podría seguir una cierta tendencia a hacerles la pata?

Más que un temor, ya es en gran parte una realidad, pero no creo que sea la razón principal. Porque mi generación, antes de temer que la jubilen los más jóvenes, tuvo temor a construir un poder propio ante la vieja generación. En parte por esta confusión entre lealtad y comodidad, en parte por esa aversión al riesgo aprendida de los mayores. Fue también el costo de estar siempre gobernando. Porque cuando tú eres joven, tu aporte es cuestionar el margen de lo aceptado, mover el límite del realismo. Si no puedes hacer ese ejercicio como generación, te fundes. Pero hacerlo desde el poder es dificilísimo. Entonces, a estas alturas, creo que el papel de nuestra generación es construir puentes entre las generaciones más viejas y las más jóvenes, más que conquistar su propio protagonismo. Y retomando la pregunta sobre las resistencias, hay un sector no menor tratando de construir una relación más dialéctica con la generación joven del FA, donde tú eres capaz de decir “mira, tales cosas las encuentro injustas, pero tales otras era necesario que las dijeran”. Esa conversación se ha hecho privadamente, mucho, pero todavía no se refleja hacia afuera, ni del lado nuestro ni del de ellos. Pero va a pasar, creo yo. Porque va a llegar un momento en que va a ser lo más fructífero. El oportunismo, el facilismo, la trinchera, han servido por un rato para surgir, quizás a otros para flotar, pero eso con el tiempo va a dejar de ser útil. Si la gente no es lesa.

¿Qué tan cercano ve a Gabriel Boric de los horizontes políticos que está planteando? ¿Siente que hay una alta sintonía?

Siento que hay sintonía en muchos aspectos. La vida ha puesto a Boric y a otros actores en posiciones que han llevado a que en este tiempo predomine la confrontación, porque quizás se requería un poco esa fricción. Pero en lo sustantivo, hay varios elementos profundos que llevarían a una convergencia. Y para eso, insisto, el sector del que soy parte tiene que dar un paso adelante y pararse en esa conversación teniendo claro de qué está orgulloso, de qué crítica se hace cargo y qué quiere aportar en adelante. Creo que ahí va a fluir esa conversación con el FA, cuando nosotros definamos quiénes somos.

El bacheletismo, hasta ahora, es la corriente que ha mostrado mejores aptitudes para tender puentes con esa izquierda joven. ¿Ahí Paula Narváez corre con ventaja?

Creo que Paula tiene una llegada mucho más fácil, de hecho es evidente: fue saludada, no así otras candidaturas del sector. Pero esos puentes que tiene Paula van a ser fructíferos si logran una síntesis con algo que han representado otras candidaturas, como Heraldo Muñoz, que ha sabido plantear también dónde están las diferencias, los puntos en que tenemos cosas que hablar. Y que ha reivindicado ser parte de una historia, no sólo decir “fuimos buenos de aquí para adelante y para atrás no me acuerdo”. Si nos saltamos esa síntesis, la relación va a ser como esos amores malos, que no funcionan.

Usted se formó en las tradiciones políticas del siglo XX que hoy parecen casi defenestradas. ¿Le acomoda el nuevo espíritu de los tiempos o le provoca algún tipo de ansiedad republicana?

Jamás elegiría la palabra comodidad para definir mi estado existencial ante los tiempos. Esto ha sido la incomodidad todo el rato, plantearse temas ante los cuales uno no tiene respuesta, sentir que hay un desafío enorme que nos deja un poco a la intemperie respecto a cómo rescatar ese republicanismo, ¿no? Pero uno no puede desvincularse de la fuerza transformadora de la sociedad, de su capacidad de encender mecanismos por los cuales se mueve la historia. Y es imposible imaginar la transformación sin conflicto, sin momentos disruptivos e incluso momentos feos. El cambio no es una danza que fluye, es siempre un juego donde hay daño. Entonces, no hay que sentir esa incomodidad con culpa. Creo que la gente que está tensionada en el mundo de hoy es la que está por el buen camino.

El 17 de octubre de 2019, en un foro del CEP, advirtió con buen ojo que nos acercábamos a “una era conflictiva”, y que este trance pillaba a la izquierda sin capacidad de “dialogar con los conflictos”. ¿En qué consiste esa incapacidad?

Eso tiene que ver con la reflexión que ha hecho gente como Daniel Innerarity sobre cómo las dinámicas electorales nos están llevando a enfrentar los problemas de una manera que hace imposible resolverlos: señalar rápidamente a los culpables y dejar muy en el aire los pasos para generar otro estado de cosas. Es tan fácil enganchar con el malestar y tan difícil invitar a construir un camino de salida donde tu papel ya no sea sólo señalar a otros, sino hacerte parte de algo, escuchar, poner sobre la mesa las tensiones que tenemos. Hoy está muy de moda el conflicto entre la ciudadanía y las élites, y por muy buenas razones. Pero esa ciudadanía tiene muchos conflictos entre sí, no es verdad que todos quieran lo mismo. Y la solidaridad no sólo es necesaria entre el 1% más rico y los demás. Hay muchas solidaridades por construir y de eso la izquierda habla muy poco. Y al hablar poco, aporta poco a construir las bases culturales de corresponsabilidad, de formas de vida, de patrones de consumo, de relacionamiento, que requiere un proyecto distinto de sociedad. Nos hicimos muy sensibles a ciertos abusos, pero nos hacemos los lesos todos los días con otras formas de deshumanizar a los demás. Sin hablar de eso, podemos ganar las peleas en los foros de televisión, pero el reclamo de la sociedad chilena en términos de reconocimiento, de ser tratado como un igual, no se resuelve sólo con políticas redistributivas. Requiere meter las manos en los vínculos sociales, en la ciudad, en el mundo de la producción, y ahí estamos muy pobres en la agenda.

Mucho de esto se vincula con sus preocupaciones sobre la ciudad, tema que al parecer la deslumbró.

Sí, ha sido una revelación gigantesca. Es un lugar desde el cual pararte para entender hacia dónde va la sociedad, para imaginar las políticas públicas que podrían gatillar cambios culturales, societales. Ahí hay una mina de posibilidades que la izquierda históricamente no ha mirado: la vida misma de las personas, el intercambio, el vínculo. Vivimos hablando de lo importante que es conocer a los vecinos, ¡pero qué importante es cambiar nuestra relación con los extraños! Con la gente que nunca vas a conocer, pero te la vas a cruzar en la calle. Y ahí la ciudad es crítica, su cosa enervada, donde cada persona que se cruza en tu camino es un obstáculo. Creo mucho en una política que ponga la mirada en eso.

Ha planteado que un problema de la ciudad es el valor desmedido que le otorgamos a la velocidad.

Es que la ciudad tiene sentido si el ejercicio de vivir juntos tiene valor en tu vida cotidiana. Pero si esa fricción funciona con la lógica de eludir tan rápido como puedas el intercambio para llegar a tu objetivo, la ciudad es un estorbo. Creo que eso también es algo propio de una lógica masculina: el objetivo, la finalidad. Los viajes de las mujeres no son origen-destino, están llenos de entremedios que son parte de tu vida, no un obstáculo que te impide llegar antes a donde vas. Tampoco quiero caer en una cosa bucólica, todos queremos ocupar bien nuestro tiempo. Pero una manera de hacerlo es darle valor a ese tiempo de fricción con los demás, a ese intersticio entre una actividad y otra, hacerlo grato, seguro. Llevo años haciendo un ejercicio: en cada foro al que voy, pregunto cuántas mujeres tuvieron su primera experiencia sexual en una situación de acoso callejero, con un tipo que las tocó o les mostró o les dijo algo. Y son casi el 100%. Eso marca a fuego, para siempre, tu relación con el sexo, con los extraños, con el espacio público. Qué potencia tendría cambiar eso. Y por otra parte, ahora que todo el mundo quiere repensar el régimen político, ¡el territorio es una parte principal del régimen político! Ninguna ciencia política lo piensa así, pero creo que un gran error conceptual. Nuestro presidencialismo es tan radical no sólo por el poder reducido del parlamento, sino también por el nulo contrapeso territorial a las decisiones centrales.

¿Se imagina a la Convención Constituyente ampliando la mirada de la política en esos términos?

Depende. Si a la Convención le tiramos encima todas las demandas que andan dando vueltas, la condenamos a la misión imposible. Hay reformas que no pueden esperar y que la gente le va a demandar irritadamente a la Convención si el próximo gobierno y parlamento no les dan curso: la previsional, la de salud, la tributaria y la policial, eso por lo bajo. Y habrá que formular una política de vivienda y ciudad para enfrentar el problema de los campamentos, el alza de los arriendos, la segregación y la violencia. Si eso no está, vamos a sacar a la Convención de su tarea principal y a generar todo un cuestionamiento sobre las reglas que la rigen, precisamente porque la dejan fuera de esos debates.

¿Ve a la derecha con nuevas convicciones desde el 18 de octubre, o más bien aguantando el chaparrón hasta que el desempleo y la delincuencia vuelvan a tomarse la agenda?

Creo que han pasado cosas interesantes en la derecha. Apareció una gama de gente que está en una postura reflexiva, que anda buscando entender. Pero al final, ahí donde está la acción política, sigue predominando una disposición a ceder lo justo y necesario para poder defender lo demás. Todavía no sienten que haya una necesidad de conversar sobre cómo queremos vivir y relacionarnos, cómo hacer del país un espacio regido por cosas que compartimos. Tampoco sé si ellos han sido capaces de leer por qué, las dos veces que han gobernado, se ha generado este nivel de conflictividad y de desborde del proceso político. Porque esos fueron reventones de cosas acumuladas desde mucho antes, pero la razón por la cual reventaron y evolucionaron de esa manera tiene mucho que ver con cómo la derecha conduce el país, cómo enfrenta los conflictos. No sé si logran darse cuenta de eso, no los veo diciéndolo. Lo dice gente que está en los círculos intelectuales, pero no en los de decisión.

El PS y el PPD tampoco son el paradigma de la autosuperación: siguen trabados en el mecanismo para llegar con un solo candidato a la primaria.

Sí, el mecanismo está trabado y es una lástima, porque es vergonzoso estar en esa discusión cuando había ya un acuerdo. Yo he sido muy crítica de este enredo que se armó, pero dado que se armó, valoro que el propósito de producir esa convergencia no se ha abandonado, al menos en teoría. Y voy a jugarme porque esa construcción de algo común no sea simplemente sumar las siglas, sino un proyecto distinto para esta nueva etapa, asumiendo que eso requiere un desprendimiento, un recambio en los focos de poder, en las formas de hacer tejido político, porque las que tenemos están necróticas. Más que en la plana mayor de los partidos, necesitamos un cambio en las fuerzas que operan sus poderes orgánicos.

Es difícil destruir esas orgánicas mientras todavía conservan algo de poder.

Sí, es verdad. Pero esa idea de administrar lo que queda, para que dure un poquito más, mientras Juanito y Pedrito están ahí, es alargar una agonía y ya todos lo sabemos.

Para no quedarnos en la consigna de “reinventar los partidos”, ¿qué han hecho hasta ahora que no pueden seguir haciendo?

Primero, hay que separar las decisiones propiamente políticas de la asignación de espacios de poder: candidaturas, cargos y pega. Hoy esas cosas están todas mezcladas y la deliberación política paga el pato. Segundo, hay que hacer reformas efectivas, no testimoniales, que les den corte a las dinámicas clientelares en el ejercicio de los cargos de representación. Los partidos están intoxicados de eso, secuestrados por las personas más hábiles para construir esas redes. Y creo que también necesitamos encontrar la manera de que el proceso electoral despersonalice las decisiones y ponga más énfasis en los contenidos. Estamos tan absorbidos por la idea de elegir a una persona, que las posiciones más contestatarias al establishment son las primeras en cuestionar que haya mecanismos colectivos de representación. Exigen que tu voto por una persona quede sólo en esa persona, se ha construido de eso una virtud, ¡y en eso no hay ninguna virtud! Simplemente hay una política del marketing, de los encantos personales, donde la despolitización siempre va a primar.

Pero ese es el juego al que la mayoría de los políticos están jugando, por lo menos en las redes sociales.

También hay gente que intenta plantarle cara a eso, poner la conversación en otros términos. Pero sí, muchos hacen de eso su principal combustible: cómo me paro yo en la polémica del día. Lo que a mí más me preocupa, a propósito de las redes sociales, es que demasiada poca gente asume que existe una recompensa, a la larga, por tener algunas ideas en las cuales tú insistes y las desarrollas. Yo creo que un discurso capaz de mantenerse parado ante distintas coyunturas sí logra calar, aunque no tenga una gratificación inmediata ni el hashtag más repetido. Cuando discutíamos por qué la política se disoció de la sociedad, faltó agregar un elemento clave: porque se limitó a leer aquello que tenía impacto electoral, mientras en la base social surgían conversaciones totalmente distintas a las que había desde 2005 para atrás. La política vio eso, pero no le importó, porque no influía en lo inmediato. Pero cuando hay relatos que tienen un cuento, una interpretación de la realidad, a la larga influyen mucho. Ya no hay que ser muy avispado para darse cuenta.

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