David Rieff: “La juventud militante cree que para hacer justicia hay que censurar”

David Rieff
“En las facultades lo que sucedió realmente es que han decidido que sentirse ofendido por una idea o una propuesta es también ser amenazado; en ese sentido cada propuesta que me ofende es una agresión”, dice el ensayista David Rieff.

El ensayista americano, hijo de Susan Sontag, habla de la controversia en torno a la intolerancia y a favor de la libertad de expresión en el debate público. El autor de Elogio del Olvido apoya la carta publicada por revista Harper’s y firmada por más de 150 intelectuales contra las actitudes de censura entre el progresismo más radical, y analiza las raíces del fenómeno.


En el momento más crítico de la pandemia en Nueva York, David Rieff (1952) sintió que le faltaba el aire. Excorresponsal de guerra y ensayista perspicaz, Rieff se contagió de coronavirus y durante cuatro semanas estuvo convaleciente en su casa. Más tarde, con el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco, vio cómo las calles de la ciudad eran tomadas por manifestantes y policías. Desde entonces, el escritor ha percibido cómo el debate se ha tensionado en Estados Unidos y han aparecido actitudes de intolerancia entre los sectores progresistas. En un sentido, Rieff sintió que la discusión pública también se asfixiaba.

Autor de ensayos audaces y controvertidos como Elogio del olvido y Una cama por una noche: el humanitarismo en crisis, Rieff es también el editor de los diarios de su madre, la escritora Susan Sontag, figura de la izquierda neoyorquina. Mientras prepara un nuevo libro, dedicado a Argentina, el ensayista comenta la controversia en torno a los límites de la tolerancia, tras la carta firmada por 150 artistas y escritores a favor de la libertad de expresión y contra la llamada “cancelación cultural”.

Publicada por revista Harper’s, la carta suscrita por Margaret Atwood y Noam Chomsky, JK Rowling y Francis Fukuyama, entre otros, alertó sobre las actitudes de intransigencia y censura en sectores radicales, y reivindicó el derecho a discrepar sin sufrir represalias. “Estoy del lado de Harper’s”, dice Rieff, quien acaba de publicar el ensayo Dogmas de la conciencia radical, en la revista argentina Ñ.

Desde las discusiones de raza o género, la sensibilidad radical rechaza los matices y la disidencia, sostiene Rieff. “El término amplio que designa este espíritu de época es Woke”, escribe, un concepto nacido en la comunidad afroamericana y que designa el despertar o tomar conciencia. La visión Woke creció en las facultades, pasó a las calles y hoy invade el medio cultural, dice. De este modo, quien manifieste una actitud incorrecta o insensible ante las causas progresistas no es alguien equivocado, sino “un instrumento de la perpetuación de la supremacía blanca y la hegemonía heterosexual”. En último término, una amenaza.

Así es como académicos e intelectuales han perdido empleos en universidades o en espacios culturales. Y una figura como JK Rowling, reconocida laborista y que ha enfrentado el machismo en la esfera progresista, pierde aprecio entre sus fans por un artículo, dice Rieff, que cuestionaba “los postulados clave del activismo transgénero”.

¿Vivimos un momento de intolerancia desde las causas de izquierda?

Sí, creo que hay un golpe cultural al interior de las universidades y las organizaciones culturales que quiere reprimir ideas, quiere imponer una forma de pensamiento único, y quienes no estén de acuerdo, que se vayan. Esa es la idea. Los grandes movimientos de la izquierda radical siempre han tenido un aspecto milenarista, y sinceramente creen que están del lado de la justicia, entonces no tienen tolerancia. Hemos visto el mismo fenómeno en la Revolución Cultural China. Obviamente, no es lo mismo, aquí no hay violencia, pero imponen que despidan a personas que no tienen las posiciones correctas o que esas personas ofrezcan disculpas. Y en este sentido recuerda a la China de los 60. El estilo totalitario milenarista en nombre de la justicia, de la igualdad, etc., es la visión compartida en la mayoría de las facultades de humanidades. Lo mismo pasa en Chile, me parece, en Inglaterra, menos en Francia y Argentina, pero viene. Es un rechazo de la derecha y también de la izquierda histórica.

¿Es un espíritu que creció en las universidades?

Es la victoria de una visión que anteriormente fue restringida a las facultades y otros contextos culturales, pero que ahora domina en las calles. La izquierda clásica, focalizada en asuntos de clase y en la economía, no tiene mucha influencia en este momento. Creo que ocurre lo mismo en todas partes del mundo.

¿Se trata de una distorsión de lo políticamente correcto?

El movimiento Woke, “consciente”, es el hijo de lo políticamente correcto, o la hija, o como dicen en las universidades, hije. Es el siguiente nivel de esa forma de pensar, y hoy tiene mucha influencia. A los jóvenes les interesa mucho la idea de un mundo nuevo, lo hemos visto en las calles de Santiago hace un año. Los jóvenes creen sinceramente que van a transformar la sociedad para siempre, que vivimos un momento revolucionario, y su energía y su fanatismo vienen, de un lado, de estar hartos de las condiciones actuales y, del otro, de un sueño de revolución; es una mezcla muy poderosa.

Algunos han llamado a esta una generación de jóvenes ofendidos...

En la imaginación de la juventud militante, que JK Rowling exprese dudas sobre la realidad de las mujeres trans, es un intento por cancelar a los transgéneros. Para la juventud radical la cultura de cancelación no viene de ellos, sino de la clase dominante; ellos se presentan como revolucionarios y quieren poner fin a un sistema injusto. Desde mi perspectiva, son personas que tratan de imponer una visión monolítica sobre la cultura. En la estructura de todo debate, ellos dicen que no importa tu posición política, nosotros estamos de acuerdo en que hay cosas que uno no debe decir o no debe tener la libertad para expresar. Yo no creo que el debate hoy sea entre la libertad de expresión total y la censura absoluta. Todos somos, en un sentido u otro, censores, entonces el debate es qué hay que censurar, y los jóvenes radicales creen que para llegar a la justicia hay que censurar mucho de lo que ha sido permitido. Pero quienes firmaron la carta de Harper’s, y yo estoy con ellos, dicen no, la censura ha llegado a un peak maligno, intolerable, y hay que disminuir el nivel de la censura. Es como los monumentos: la gran mayoría en Estados Unidos está de acuerdo con la remoción de los monumentos a héroes confederados, pero ahora quieren remover a Jefferson y Washington. Y eso es un error histórico grave. Algunos dicen queremos quitar las estatuas de Gandhi, porque Gandhi odiaba a los negros; esta afirmación es correcta, pero Gandhi es también el libertador de India, el 20 % del mundo debe su libertad a Gandhi. Ahora hay una intolerancia y un deseo de simplificación de describir el mundo como poblado por monstruos y verdugos y gente buena. El mundo no es así... En las facultades lo que sucedió realmente es que han decidido que sentirse ofendido por una idea o una propuesta es también ser amenazado; en ese sentido, cada propuesta que me ofende es una agresión.

¿Le sorprendió ver a Chomsky firmando la carta de Harper’s?

No, porque Noam Chomsky pertenece a la izquierda clásica, él quiere dialogar y tiene una visión más tolerante y más ancha de lo que uno puede discutir.

¿En qué se distancia la izquierda radical de hoy de la clásica?

Los jóvenes de hoy no hablan de clase y no tienen ni una idea coherente de economía. En Chile, lo que los jóvenes hicieron fue destruir el Metro, el medio de transporte de la clase obrera, y tal vez pensaron que el Estado iba a reparar todo, pero no sabían si había recursos, no pensaron en términos prácticos. Y esa es una gran diferencia con la Unidad Popular, que tenía sobre todo una visión práctica. Puedes estar de acuerdo o en desacuerdo con ella, pero Allende y sus socios llegaron al poder precisamente con un plan muy detallado y comprensivo de la economía. La juventud de 1970 pensaba en términos económicos, la juventud radical de nuestra época piensa únicamente en términos milenaristas y culturales. ¡Al diablo con la economía!

De todos modos, se trata de causas esencialmente justas.

Todo movimiento revolucionario en la historia, en todo el mundo, en Asia, Estados Unidos, Chile y América Latina, empieza con una idea de justicia, el problema es que la historia, sobre todo de América Latina, muestra tantos ejemplos de movimientos de justicia que se transformaron en dictaduras. Me llama poderosamente la atención que esta juventud revolucionaria rechaza completamente la complejidad de la historia y la ambigüedad de la realidad. Yo nunca he entendido que personas que saben perfectamente que la vida privada es de una complejidad, de un antiheroísmo y hecha de tantos elementos contradictorios, y cuando hablan de la vida pública lo hacen en términos completamente binarios: los buenos, ellos, sí mismos, y los malos, los otros. Ciertamente, uno podría decir lo mismo sobre los seguidores de Trump.

Precisamente, por el momento que atraviesa Estados Unidos, algunos consideraron que la carta de Harper’s fue políticamente inoportuna.

Es la vieja trampa de la izquierda. Siempre dicen bueno, puede ser verdad, pero no es el momento. Debes conocer la historia de Jean Paul Sartre, un año antes de su muerte acordó una entrevista. Y ante la sorpresa del periodista, Sartre dijo yo siempre estuve informado sobre los gulags en la Unión Soviética. El periodista contestó, pero señor Sartre, ¿por qué nunca habló de ello? Y Sartre respondió: yo no quería deprimir a la clase obrera francesa… Criticar la decisión de publicar la carta abierta en este momento difícil con Trump para mí es de una completa deshonestidad intelectual.

¿Qué habría pensado Susan Sontag de este debate?

Mi madre creía mucho en el mérito. No puedo hablar por ella, pero yo sé que mi madre pensó más en la cultura como trascendencia que como representación. Ahora la visión Woke de la cultura quiere reflejar las realidades y representar a personas que han estado poco representadas, y creo que mi madre no hubiera simpatizado ni un segundo con estas ideas.

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