El largo trecho de los niños vulnerados para llegar a la universidad

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Pablina Díaz dice que, a pesar de superar una infancia dura y lograr sacar una ingeniería, aún no ha logrado todas sus metas: dice que recién está empezando a realizarse.

Cada año más jóvenes destinados a residencias de Mejor Niñez llegan a la educación superior. En 2025, de hecho, fueron 101. ¿Qué determina que uno de ellos logre terminar sus estudios? Según los expertos, poder cortar con quienes antes los dañaron.


Pablina Díaz Maldonado hoy tiene 31 años. Lo único que dice recordar de su infancia, con sus otros cuatro hermanos menores en una población de Quilicura, cuyo nombre no retuvo, es que a sus nueve años pasaba hambre. También dice que sus padres no estaban pendientes de ellos: su padre no trabajaba y su madre estaba desbalanceada psicológicamente por la violencia intrafamiliar que él ejercía sobre ella. En alguna ocasión, dice Díaz, intervino para que él no le pegara a su madre:

-Se estaban vulnerando muchos derechos de nosotros. Y los vecinos se estaban dando cuenta de esto.

El hambre la movilizaba para su propia subsistencia y la de sus hermanos chicos.

-Trabajaba en la feria, ayudando a una señora a vender útiles escolares. Luego, me daba una vuelta para recoger verduras que estaban botadas para llevarlas a mi casa -dice-. También recuerdo cómo me paseaba con el coche de mi hermano revisando en la basura. Lo nuestro era pobreza extrema.

Días antes de la Navidad de 2002 llegó una patrulla de Carabineros a su casa. También había una fiscal. “¿Dónde están los niños?”, recuerda que preguntaban los policías, quienes tenían una orden para llevárselos por vulneración de derechos. Díaz, por instinto, ocultó a uno de sus hermanos en el entretecho de la casa. Pensó que algo malo les estaba por pasar.

Luego de pasar por el Cread Galvarino, una residencia del Sename, Díaz fue derivada, con 10 años, a la residencia de María Ayuda que quedaba en Maipú. Sólo había niñas y sólo quedaba un cupo. Eso, cree, hizo la diferencia y cambió su vida por completo.

-Ahí conocí lo que era tener una cama y clóset para ti sola. Me duché por primera vez con agua caliente. Era como estar en un palacio.

Adentro conoció a Érika. Hasta el día de hoy, Díaz la llama “su mamá”. Conversan a diario. Ese cariño que tenía esa cuidadora contrastaba con el de sus padres. En todo un año, cuenta, ninguno de los dos la visitó:

-Yo pensé que ellos iban a cambiar como padres. Que en ese tiempo iban a recibir algún tratamiento psicológico. Pero siento que ya estaban en otra.

Más tarde, Díaz se enteró de que dos de sus hermanos chicos, que también fueron derivados al Cread Galvarino, habían sido “abusados sexualmente por otros niños internos”. Hasta hoy, dice, no se sabe quiénes fueron. Ese fue el contraste que más le dolió. Ella sentía que sus hermanos eran lo más importante y que ella no estuvo ahí para protegerlos. Esa sensación la sumió en una profunda depresión. Dos veces intentó quitarse la vida y, además, se fugó en febrero de 2010 de la residencia de María Ayuda en Maipú. Dice que caminó por horas hasta que un auto con un extraño la acercó a su casa en Quilicura. Cuando abrió la puerta, se encontró a su madre sentada, viendo televisión.

-Solo me dijo te escapaste. Y le dije obvio, si no me has ido a ver. Ahí me contó que le quitaron a mis hermanos, que aún no encontraban trabajo. Me di cuenta de que no había cambiado nada. Que les habían quitado un peso de encima al llevarnos. Ahí algo se rompió. Una semana después tuve que defender a mi mamá, porque mi papá le quería pegar. Lo tuve que echar.

Cuando volvió a María Ayuda, Díaz ya era otra. Tenía dos cosas en mente. La primera era que no podía volver a su casa. La segunda era estudiar.

-Mi principal objetivo era tener mi casa y sacar a mis hermanos adelante.

Cortar el lazo

Pablina Díaz dice que cuando cumplió 18 decidió salir de la residencia y hacer una vida por sí sola. Pero cuando intentó volver, ya no podía: legalmente era mayor de edad y ya no tenía vínculo con el sistema. Para 2013 ya tenía 20 años, trabajaba y tenía una hija de un año, fruto de la relación con su pareja: un compañero de colegio de cuarto medio. Vivía en la casa de sus suegros, pero no lograba salir adelante con los trabajos que conseguía.

Un día, el padre Francisco Pereira, director pastoral de María Ayuda, le pidió dar una entrevista a La Tercera. En ella, le confesó a la periodista que su sueño era salir adelante estudiando. Un mes después, le comunicaron que tenía una beca para estudiar con todo pagado en Inacap.

-Elegí estudiar Ingeniería en Construcción. Me acordé de cuando era chica y yo me construía mis juguetes con madera.

Allí, dice que encontró varias trabas: por un lado, tenía poco tiempo. Por vivir con su hija, tenía que tomar ramos que exclusivamente fueran de mañana y de noche, para tener la tarde libre para labores de crianza. En la noche, dice, las únicas energías que tenía eran para acostarse a dormir.

Pero Díaz agrega que hay algo que fue clave para que terminara sus estudios: cortar los lazos con su familia biológica.

Esto lo aprendió ya que, después de años, siempre que intentaba acercarse a ellos, veía algún episodio de violencia. Hasta hoy, dice, no ha vuelto a tener noticias de sus padres.

Ignacio Concha, director ejecutivo de María Ayuda, enfatiza la importancia de esto.

-A los niños nosotros los preparamos, desde el primer momento, para su egreso. En ese proceso, buscamos referentes positivos para que salgan lo antes posible. Pero a veces no los encontramos. Ahí esos jóvenes, cuando cumplen 18, tienen que volver a un espacio de desprotección, con gente que les hizo daño.

Díaz afirma que la marcó el bullying que sufrió en su colegio. En el Inacap fue distinto. Nadie le preguntaba por sus orígenes. Hasta que un día, uno de sus mejores amigos quiso saber por qué nunca hablaba de sus padres.

-Le dije mira, yo crecí en un hogar.

Con el tiempo fue sintiéndose más cómoda para hablar de esa época de su vida y decir lo que pensaba. Por ejemplo, la molestia que sentía al ver que otros compañeros, con padres que les pagaban sus carreras, no se esforzaran.

Ovación de pie

El último año de universidad fue duro para Pablina Díaz. Cuando estalló la pandemia del Covid, quedó embarazada. Iba en cuarto año, estaba a punto de egresar. Pero al no contar con la ayuda presencial de profesores y otros compañeros que la apoyaban, todo se puso cuesta arriba. Pensó en congelar en 2021. Sólo que en vez de tomar esa decisión, fue a consultarla con el padre Pereira, de María Ayuda.

-Me dijo: ‘No lo hagas. Trata de hacer la práctica acá. Tenemos un proyecto acá y así te titulas’.

Pereira se refería al proyecto Casa Alma: un edificio diseñado por María Ayuda para residencias con un enfoque e infraestructura moderno, con espacios luminosos, más amplios y orientados a ser un hogar.

Díaz tomó el puesto y entregó algunas ideas. Se basó en todo lo que vivió durante años viviendo en residencias.

-Les decía, miren, acá se puede caer una niña. O también: esta puerta la puede romper una niña en un ataque de crisis. Alguien se puede hacer daño. Me enfoqué en reforzar la seguridad del lugar.

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Pablina Díaz hizo su práctica en la construcción de la residencia Casa Alma, en Maipú. Foto: María Ayuda

Pablina Díaz junto a otros 10 jóvenes que salieron de hogares, que pudieron estudiar una carrera profesional, fundaron el programa Re-egresa: busca guiar y entregar a los jóvenes información para enfrentar la vida de un universitario o profesional joven. Desde cómo postular a la universidad, conseguir becas y financiamiento, hasta explicar cómo funcionan la banca y los créditos.

El director nacional del Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia, Claudio Castillo, remarca que la ley actual, que rige desde una modificación en 2021, indica que los adolescentes pueden mantenerse estudiando dentro del sistema hasta el día 31 de diciembre del año en que cumplen 24 años. Si el residente no entra a estudiar a los 18 años, en tanto, debe abandonar la residencia, al ser legalmente mayor de edad.

Para quienes sí eligen un lugar donde estudiar, ya sea un CFT o una universidad, dice Castillo, el servicio les ofrece mantenerse en una residencia adecuada, o bien les arrienda un lugar o una pensión para quienes deben salir de su ciudad para estudiar. Además, agrega, el 80% de los jóvenes beneficiados estudian con gratuidad, mientras que al 20% restante el servicio les financia los estudios hasta los 24 años en aquellos casos en que hayan elegido carreras que no están adscritas a la gratuidad. Es decir, ninguno de ellos se debe preocupar de ningún gasto. Desde el servicio resaltan los logros: si en 2023 fueron 46 los jóvenes de residencias que entraron así a la educación superior, durante 2024 fueron 89. En 2025 ya son 101. Aproximadamente, el 70% eligió una carrera técnica.

Pablina Díaz hasta hoy habla con Érika, la cuidadora. De las que no volvió a saber es de algunas de sus amigas en el colegio.

-Una amiga, la Cata, tiene una empresa de pizzas. Otras terminaron hace poco su cuarto medio -cuenta-. Pero otras, he sabido, cayeron en la droga o se han tenido que prostituir.

Cuando llegó el día de defender su tesis, estaba nerviosa. Fue un proyecto sobre paneles fotovoltaicos. Su presentación fue un éxito. La evaluaron con un 6,7. Dos de sus profesores, uno que enseñaba estructuras y otro experto en hormigón, se pararon y la aplaudieron de pie. Pablina Díaz entiende que, para muchos, haber conseguido ese título era un logro lo suficientemente grande como para decir que había derrotado su propia historia.

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Pablina Díaz, ingeniera en construcción de Inacap.

Pero ella, dice, aún no se siente realizada.

-Mis logros están recién partiendo.

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