Eugenio de la Fuente: “No puedo seguir siendo cura de una institución que legitima el abuso de conciencia”
Después de 20 años de sacerdocio -durante los cuales fue víctima de Karadima-, De la Fuente renuncia frustrado a los hábitos. Se dedicó a investigar los abusos de curas y monjas, y creyó que contándole todo al Papa Francisco allá en Roma, la cosa aquí iba a cambiar. Pero no.
Fue en el silencio de la cuarentena profunda, en la soledad de su habitación de la parroquia El Salvador de Pudahuel. No recuerda bien el día, pero era invierno. Ahí, Eugenio de la Fuente (53 años) decidió que era el momento de iniciar el camino de salida.
No se enamoró de otra persona, ni dejó de creer en Dios. De hecho, dice que le hubiera gustado seguir siendo cura. Lo suyo fue una desilusión honda, la sensación de ser parte de una institución que legitima lo que, a ojos suyos, más daño provoca en el ser humano: el abuso y manipulación de la conciencia.
De la Fuente lo vivió en carne propia. Fue víctima de Fernando Karadima. Y con el correr del tiempo hizo de esta su cruzada. Las denuncias de abusos de la mente y de los cuerpos por parte de sacerdotes y monjas que llevó hasta el mismísimo Vaticano y que relató de su propia boca a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.
Pero siente que perdió la batalla al interior de la institución. Y por eso dejó los votos.
-Te das cuenta que lo que pasaba en El Bosque pasaba en Chile, y lo que pasaba en Chile pasa en el Vaticano.
Hasta ahora, la vida de De la Fuente era parecida a la de otros que se cautivaron por Karadima en los 90. Tercero de cuatro hermanos de una familia católica, alumno del Colegio Tabancura, un tipo tranquilo, para el cual la fe era algo inherente a la condición humana. Pero los dos últimos años de colegio tuvo una “crisis de fe”. No le gustaba lo que veía en el Opus Dei, la prelatura a la que pertenece su colegio. “Me parecía muy oscuro, con un Dios moralista, castigador. Y me sentía acosado, porque te invitan y te invitan a los círculos, empiezan a trabajarte en primero medio, a través de actividades y cosas entretenidas para engancharte. Pero no me gustaba. Uno de mis más amigos casi se fue de numerario y después me contó cómo se aplicaban silicio, las mortificaciones, etc.”. Pero igual siguió siendo católico, yendo a la misa dominical. Hasta que fue a parar a El Bosque.
-Lo que tú veías ahí era pura gente joven, contenta, que transmitía paz. Era todo lo contrario al colegio, en que al final para ser buen católico había que pasarlo mal.
Pero no sabía De la Fuente lo que sería pasarlo mal.
-Me empecé a meter, y de repente te das cuenta que estás abducido. Entras por este tubo de felicidad y a poco andar empieza un camino lleno de exigencias que se repiten en los abusos. La obediencia, decirle todo al director espiritual. Mientras más transparente eres con él, estás más cerca de la santidad. Mientras más puede manejar tu cabeza, más fiel estás siendo. Y empiezas a cortar tu vida social, a separarte de todo lo que no sea El Bosque.
¿En qué momento se da cuenta de que está prácticamente secuestrado?
Es un rapto mental en el nombre de Dios. Llegabas al punto de preguntarle al cura Karadima a dónde ir de vacaciones, con quién, e incluso si cortarte o no el pelo, o pedirle permiso para comprarse ropa.
El año 92 entré al seminario, siempre bajo su vigilancia completa. Y a partir del primer año ya me angustiaba su figura. Cuando iba los domingos a El Bosque, todo el camino tenía la guata apretada, con miedo de que me retara por algo.
¿Por qué no se iba?
Porque yo tenía la convicción más absoluta de que Dios me quería ahí, entonces no me podía liberar. Ahí sí que me moría de culpa. Esto va creciendo en el tiempo, y vas pensando que es tu cruz y tu salvación al mismo tiempo.
Roces
En 2000, Eugenio de la Fuente ya era sacerdote. Y tras estar un año en Ñuñoa, lo mandaron de vicario a El Bosque. De segundo del cura Karadima.
¿Y nunca lo tocó?
-Se detiene un segundo y responde- Mira, no.
Pero tiene una duda.
Es que Karadima era un tipo que iba probando. Hacia grooming. Entonces cuando él hacía toqueteos, roces, los normalizaba completamente, entonces siempre pensabas que eras tú el mal pensado y te autoculpabas. Y cuando cachaba que para ti era una cosa incómoda, paraba. Llegaba hasta ahí.
Pudo haber caído.
Sí, claro. Creo que a mí me tenía cierto respeto, porque mi papá era abogado y le tenía terror. Por eso, jamás se me ocurriría decir respecto de quienes fueron abusados algo que muchas veces he escuchado: “Si me hubiera pasado a mí, le habría pegado un puñete”. Eso es no entender nada.
¿Y si estuvo hasta el 2008 en El Bosque, en todos esos años no vio los abusos sexuales de Karadima?
Realmente, no. En ese momento sus modos afectivos los interpreté como los de un papá mayor muy cariñoso y que como parte de eso pegaba estas palmaditas.
Pero, por ejemplo, cuando se encerraba con alguien en su pieza, ¿nunca pensó que podía estar pasando algo?
No, para nada. Y son cosas que hoy me hacen sentido y que sé que ocurrieron, porque yo podía estar con la señora de alguna víctima conversando inocentemente, mientras Karadima en el piso de arriba estaba abusando. Eso lo pude descubrir y elaborar después de años.
¿Y qué pasa cuando explota el caso, en 2010?
Yo en 2009 me había ido a Maipú y comenzó mi proceso de distanciamiento, de liberación de conciencia de Karadima. El se enojó conmigo y me echó de la dirección espiritual. Y me sentí aliviado, por fin, pero también con una cuota de culpa.
Aun así, cuando ocurrió lo del abuso sexual en 2010, en el primerísimo momento me fui por Karadima. Al punto que fui donde él, y le dije: “Si usted necesita, yo puedo declarar que yo no vi ningún abuso sexual”. Sentí que era recto hacerlo. Pero vino Informe Especial y fue clave. Ahí me convencí, oí a Jimmy (Hamilton) hablar, y supe de gente que había dicho que le había pasado lo mismo. Fui a hablar con esas personas y me contaron cosas gravísimas.
Ahí se le abrió un mundo.
Empecé a ser una especie de Sherlock Holmes y me metí a investigar tanto lo que pasaba en El Bosque como los otros casos que empezaron a dar vueltas y no pasaba nada. Esos años fueron de recoger antecedentes, juntar denuncias, ver en qué están los procesos. Todo con muy poco avance y muy poca esperanza. Hasta que vino el Papa.
Después del escándalo en que se dio cuenta de que aquí sí pasaban cosas y mandó a Charles Scicluna y Jordi Bertomeu a investigar, me llamó Juan Carlos Cruz para pedirme que juntara gente que pudiera contarles lo que pasaba en la Iglesia chilena. Fue un momento de esperanza. Luego viene la carta del Papa en que dice que en Chile “hay una cultura de encubrimiento” y llama a todos los obispos a Roma. Al poco rato, a las víctimas de abusos sexuales de Karadima, y después a un grupo de curas y laicos, entre los que estaba yo. Sentí que me habían escuchado. Le dije al Papa todo lo que tenía, sin anestesia, y puse énfasis en el abuso de conciencia, que para mí es la llave de todo.
¿Y qué le dijo?
Él fundamentalmente escuchó y agradeció, y después dijo: “Les pido perdón por todo lo que han tenido que vivir”.
La mano negra
Eso fue en junio de 2018. Eugenio de la Fuente llegó a Roma con las carpetas de todas las investigaciones que había seguido en Chile y que rebotaban contra un frontón.
-Estaba contento, diciendo “esta cuestión realmente remeció y va a botar todas las hojas que tienen que caer”. El Papa sacó a algunos obispos, pero de repente como que se chantó. Scicluna y Bertomeu empezaron a retirarse, y comenzó a decirse que el Papa pensaba que era tiempo de que la Iglesia en Chile ya funcionara sola de nuevo.
-Se sintió abandonado.
Es que fue bien triste. Se me produjo la crisis más profunda cuando coincidió el tremendo chantazo en la intervención de la Iglesia de Chile con el resultado de las denuncias que yo había puesto en Roma. El factor común ahí fue la cero comunicación con las víctimas, sentencias desproporcionadas a los hechos denunciados o inexistentes en los casos de obispos denunciados, y enterarse de los resultados luego de muchísima insistencia o por la prensa.
¿Por ejemplo?
Hubo tres casos que me marcaron mucho. Primero, lo que ocurría en Valparaíso, en que nunca hubo una voluntad profunda de investigar denuncias del 2012. Yo llevé el caso a Roma en 2018 y en 2020 no se respondió nunca a las víctimas, aun cuando estaban involucrados varios obispos. Uno de ellos luego nombrado obispo de otra diócesis, estando imputado y con este proceso pendiente en Roma. Otro caso es con un importante movimiento brasileño, en que se presentaron más de 20 denuncias súper graves. Hicieron una investigación y apenas se mandó un comisario para revisar la formación. A fines del 2019 envié un correo al Vaticano preguntando qué había pasado. Todavía no tengo respuesta.
Y el tercer caso es de una congregación femenina española, en que también se denunció una cultura de abuso de conciencia por parte de la fundadora. Resulta que a la misma abusadora se le pide que reforme los estatutos de su congregación y luego se le confirma como superiora de esa orden en el mundo. Este año cumplirá 50 años de superiora y, además, la mantienen como consultora del Vaticano para la vida religiosa. Eso es reírse de las víctimas.
Ah, ya.
Todo esto me empieza a producir una contradicción enorme. Y ahí empecé a pensar: me he jugado totalmente por esto, creyendo en la Iglesia y que esto es un problema de Chile, pero pensando que al llegar al Vaticano habría auténtica justicia. Y te das cuenta que lo que pasaba en El Bosque, pasaba en Chile y lo que pasa en Chile pasa en el Vaticano. Es ahí donde digo ¿Dónde me agarro? Yo comprometí a estas víctimas, las ilusioné a denunciar, porque iban a encontrar justicia, reparación y contención. Y resulta que finalmente lo que pasó fue una nueva decepción y un maltrato, después que fueron abusadas por la misma Iglesia.
Entonces dije si no hago nada, es como decir que acepto todo.
Entonces está inmolándose por la injusticia de la Iglesia.
No, diría que es una objeción de conciencia.
“No puedo ser obediente a esta institucionalidad porque éticamente, por mi experiencia, no es obedecible. La encuentro corrupta. Hay bolsones de corrupción graves en el Vaticano”.
¿Vio que entró una mano negra y se paró toda la reforma a la Iglesia chilena?
No tengo idea. No sé quién es la mano negra. No tengo idea quién para las cosas y cómo ocurre, pero en el resultado es que casos presentados allá, por las vías institucionales correctas y según las normas del derecho canónico, no se han investigado o tienen sentencias desproporcionadas.
¿Lo desilusionó el Papa?
La institucionalidad eclesiástica completa. Creo que hay niveles de corrupción tan grandes y tan insolubles que se requieren 100 años para que, si se decide realmente cambiarlo, se pueda cambiar. Pero yo no puedo ser obediente a una institución que no respeta a la persona. Según la doctrina en que cree la misma Iglesia, la conciencia es el núcleo más sagrado. Y que para que la dignidad humana se realice, se requiere que el hombre actúe sin ninguna coacción externa.
Pero no se aplica esa doctrina, dice usted.
Uno se pregunta, ¿Cómo llegamos a esto? ¿Alguna gente loca? No, viene de antiguo. San Ignacio de Loyola, por ejemplo, en una de sus cartas dice que hay que “reconocer en cualquier superior” a Cristo “y reverenciar y obedecer” a Dios a través de él. O Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, en el libro Camino dice que la obediencia debe ser ciega, muda, que hay que someter el entendimiento, y habla incluso de que es válida la “santa” coacción. Y hay muchos más ejemplos.
Hasta criminal
¿Y sigue creyendo en la Iglesia?
Sigo creyendo en Cristo, pero en esta Iglesia jerárquica institucional, no. Cristo jamás manipuló a nadie. Entonces, ¿cómo estas cosas no se revisan? Si bien es injusto juzgar cosas del pasado con criterios del presente, diría que es hasta criminal mantener cosas del pasado como legislación y criterios del presente. Hay una serie de movimientos, grupos que dicen “esto es lo correcto” disfrazándolo de obediencia. Hay obispos y autoridades que están seguros de que lo que deciden ellos es lo que Dios quiere. Es una suplantación grave de Dios por parte de personas que violan un espacio sagrado.
Pero si uno adscribe a determinada religión, sigue los lineamientos morales que ahí se consideran correctos.
Claro, pero cuando Cristo es manipulado por la institución eclesiástica como un dictador de normas y moral, la religión se transforma en un moralismo y ritualismo. La esencia del cristianismo es el encuentro con una persona que te llena de vida y te hace feliz, y eso hoy hasta la gente mejor intencionada no lo entiende. Cree que es seguir los mandamientos, ser correcto moralmente y cumplir ciertos ritos. Yo no puedo seguir siendo cura obediente de una Iglesia que legitima el abuso de conciencia y en demasiados casos manipula la vida de las personas hasta muchas veces destruirla.
Estuvo 20 años en esta institución que hoy dice que es corrupta, y además fue víctima de abuso de conciencia y se salvó del abuso sexual. ¿Sigue creyendo en Dios?
Bueno, hay un misterio gigantesco que es el tema de la libertad del ser humano. Estoy convencido de que Dios respeta la libertad hasta las últimas consecuencias. Por eso ocurren asesinatos, guerras, violaciones. Y prefiero un Dios que respete mi libertad a un Dios que sea un dictador.
¿No será un placebo mental pensar que pasa esto porque respeta la libertad?
Mira, después todo lo que ha pasado, de verdad no necesito placebos. Pero sí lo que me produce contradicción es cualquier sistema o persona que se impone y que no me deja elegir. Y un Dios que finalmente fuera como una especie de policía divino me produciría mucho ruido. Ahí quedo.
Usted decía que pasó del Opus Dei a El Bosque; luego llega al Vaticano con la ilusión. ¿Qué viene después?
Dios, pero todavía no me ha desilusionado.
Hace un tiempo vi una serie sobre Chernobyl, y me llamó mucho la atención una reflexión que el protagonista hace al final: La verdad “siempre está ahí, la veamos o no, elijamos verla o no. A la verdad le da igual lo que queramos. Le da igual nuestro gobierno, nuestra ideología, nuestra religión. Esperará eternamente.” En el ámbito del abuso de autoridad y conciencia en el nombre de Dios, hay una verdadera tragedia en curso y se ve en la multitud de víctimas. La verdad -descubierta para quien quiera o elija ver la estela de destrucción psicológica que ha dejado la ilegitima usurpación del nombre de Dios- está ahí. No puedo mantener mi promesa de obediencia a una institución indiferente a eso.
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